IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • La generalización de la electricidad para moverse no tiene vuelta atrás, pero abre incógnitas y retos que exigirán cirugía precisa

Esta semana han sucedido dos acontecimientos en el mundo del automóvil que se podrían calificar, sin exagerar lo más mínimo, de capitales. El primero fue la prohibición decretada por la Unión de Europea de vender vehículos que utilicen cualquier variante de combustible fósil. Con una aceleración de los planes iniciales, a partir del año 2035 estarán prohibidos los impulsados por motores de gasolina, de gasoil e incluso los híbridos que utilizan la electricidad de manera esporádica y complementaria con la gasolina. La generalización de la electricidad no tiene vuelta atrás, pero tiene muchísimas implicaciones hacia adelante. No me refiero ahora a las transformaciones que tendrá el sector de los combustibles fósiles, que sufre ataques desde diversas posiciones, hoy le quería comentar las que se producirán en el sector de los fabricantes de vehículos.

Es indudable que el éxito de la electrificación de la movilidad se enfrenta a varias limitaciones. Básicamente a tres: una autonomía escasa, un tiempo de recarga excesivo y un precio elevado de los vehículos. Mientras no se puedan cubrir con holgura distancias superiores a los 500 kilómetros -que podríamos considerar como la más habitual en España, entre el centro de Madrid y las ciudades de las periferias costeras-; mientras se tarde mucho más en recargar una pila con electricidad que un depósito con gasolina; y mientras el precio de los vehículos eléctricos suponga un desembolso tan relevante, el avance de la electrificación en la movilidad solo se puede producir sobre la base de unas subvenciones muy costosas para el erario público.

Para que camine solo y sin muletas, necesita que se produzcan varios desarrollos a la vez. Los dos primeros son de orden tecnológico. Es necesario producir pilas suficientemente capaces para estirar en varios cientos los kilómetros que permiten circular las actuales; y conseguir periodos de carga que eviten convertir los viajes en un tormento de cálculos aquilatados y de esperas interminables en los puntos de recarga. Obviamente, su corolario es que existan esos puntos de recarga con similar accesibilidad que los actuales de combustibles fósiles.

De la intensidad y duración del cambio dependen muchísimos empleos

Los defensores del proceso recuerdan lo que sucedió con los móviles, cuyo despliegue total se ha realizado en un periodo de tempo menor que el exigido ahora para la transición eléctrica de la automoción. Es un buen ejemplo de los éxitos que son capaces de alcanzar la investigación y la tecnología en estos tiempos. Pero aquí hablamos de productos que, en los casos más extremos, superan en poco los 1.000 euros de costo y en la mayoría de los casos se pueden encontrar terminales modestos pero suficientes o modelos con antigüedades no mayores de cinco años por menos de 300 euros. En los vehículos hablamos de unidades que cuestan varias decenas de miles de euros, y eso es mucho dinero.

Por lo tanto, será necesario conjugar la rapidez del despliegue de los móviles con la reducción de costes vista por ejemplo en las energías renovables, en donde el coste de producción de un kilovatio se ha desplomado en los últimos diez años, provocando grandes alteraciones en las decisiones de generación de electricidad con orígenes diferentes. El éxito de todo el proceso pasa por fabricar motores, que no necesitan mayores capacidades y potencias, sino mayores autonomías y menores precios.

El segundo acontecimiento de la semana ha sido la aprobación del primer PERTE para canalizar las ayudas europeas, que irá dirigido a apoyar el desarrollo del vehículo eléctrico. Oficialmente no se han relacionado ambos temas, pero no es necesario disponer de la perspicacia de Hercules Poirot para deducir que ambas están estrechamente vinculadas. Si el plan es eliminar todo lo que no sea eléctrico, parece bastante sensato concentrar el esfuerzo en lo eléctrico.

Luego hay dos derivadas más. Necesitaremos, al menos para esto, menos combustibles fósiles y más electricidad. ¿Cómo la produciremos a costes bajos y sin empeorar las emisiones ni dañar el medio ambiente? Un buen reto. Y la última, ¿cómo gestionarán los fabricantes de vehículos el periodo de tiempo que va desde la adopción de la decisión y su entrada en vigor? ¿Afectará a la demanda de los productos actuales? Será difícil evitarlo, y de su intensidad y duración dependen muchísimos empleos y muchísimos proveedores de piezas.

Sin duda alguna, este es un proyecto importantísimo, que tiene una orientación clara y que provoca consecuencias tremendas. La cirugía de precisión será inevitable para no provocar daños irreparables.