Cristian Campos -EL ESPAÑOL
En el colegio extremeño El Llano creen que «el sentimiento de pertenencia a Extremadura» está «bastante difuminado». Para los responsables del colegio, eso no es señal de civilización, sino de «complejo de inferioridad». Así que los estudiantes van a «profundizar» a partir de ahora en su «extremeñidad».
En España, que ahora mismo es considerada en Europa como una nación poco fiable, cainita y frescales, casi rozando el larguero del gorroneo, y a la que se hará entrega de un rescate de 140.000 millones con un palo y los ojos cerrados, como quien le echa una sandía a un hipopótamo con una pala, hay sin embargo dos historias de éxito.
Madrid creció un 4,4% en el cuarto trimestre de 2021 y es la única comunidad de España que no ha decidido sacrificar en el altar del dios coronavirus a su clase media.
Andalucía está reduciendo a marchas forzadas la brecha que la separaba del resto de España (una brecha con nombre propio: socialismo) y posicionándose poco a poco como la comunidad con más potencial de crecimiento de todo el país.
Si hay además una ciudad española con posibilidades de ocupar el puesto que hasta ahora ocupaba la decadente Barcelona, esa es Málaga, a la que ya han empezado a tantear los organizadores del Mobile World Congress.
[Podría haber sido Valencia, pero los valencianos han preferido convertirse en la nueva Barcelona en vez de en la vieja Barcelona].
Madrid y Andalucía son las dos únicas regiones españolas que han logrado crear empleo entre octubre de 2020 y enero de 2021. Quién nos iba a decir esto hace sólo diez años: hoy, si un catalán quiere encontrar trabajo, debe emigrar a Andalucía.
Isabel Díaz Ayuso y Juan Manuel Moreno Bonilla ni siquiera han necesitado liberar a sus ciudadanos de la cadena que ata desde hace al menos dos siglos a los españoles a esa bola de presidiario que es un Estado asistencialista. Sólo les han ahorrado un eslabón. Suficiente para que ambas se parezcan ahora más a Europa que a Argentina.
Uno se pregunta qué ocurriría si la clase política española capaz de un pensamiento a largo plazo superior al de un rodaballo (es decir el PP, Ciudadanos y el sector tecnocrático del PSOE) decidiera liberar a los españoles de esa cadena.
Quizá superáramos a Francia en una década. Porque España tiene capacidad para convertirse en la segunda economía del euro. Pero también tiene, como decía Friedrich A. Hayek, socialistas en todos los partidos.
En el furgón de cola español se sitúa Cataluña. ¿Recuerdan cuando Oriol Junqueras amenazó con paralizar la economía nacional ordenando un paro de país de una semana? «¿Qué impacto tiene sobre el PIB español? ¿Y qué opinión tendrán los acreedores de la deuda española? ¿Y qué pasa con la prima de riesgo española?» dijo Junqueras antes de entrar en la cárcel.
Haciendo un esfuerzo uno podía imaginarse a Junqueras como un Napoleón Bonaparte de marca blanca ordenando aplastar las granjas de San Amaund en 1815.
Bien. El procés ha sido un paro de país de tres años y lo que ha ocurrido es que las empresas y los mejores profesionales catalanes se han trasladado o andan trasladándose ya a Madrid, a Andalucía y a otros países europeos. La última en hacerlo ha sido la multinacional alemana Bosch, que se ha marchado a Polonia.
Es sólo una de las más de 7.000 empresas catalanas que han huido de la región durante estos tres años.
La confluencia de dos populismos, el de la extrema derecha nacionalista y el populista de extrema izquierda, ha convertido Cataluña en uno de los pozos negros de la UE.
Frente a eso, la comunidad extremeña, la eterna novia abandonada en el altar por el PSOE, la región sin AVE, la comunidad cuyos productores de cava deben pedirle permiso a los terratenientes catalanes para producir lo que les da la gana, ha decidido que el camino al futuro pasa por inocular en los cerebros de sus niños el veneno que ha hecho de Cataluña lo que es hoy.
Extremadura es el caracol zombi del Estado de las autonomías.