El cartógrafo

Ignacio Camacho-ABC

  • El mapa de bloques binarios de Sánchez está burdamente trucado. Falta la facción extremista que sostiene su mandato

Preocupado como está, o alarmado, por la resurrección del PP en los sondeos, Sánchez ha dibujado su esquema de campaña sobre la base de un mapa político mutilado. En su burdo bosquejo bipolar falta una buena porción del arco parlamentario, justo el que completa la mayoría sobre la que sostiene su mandato. Cuando no miente omite la verdad o le corta un pedazo y en este caso la elipsis ha dejado fuera a los sediciosos catalanes y a los posterroristas vascos, a sabiendas de lo antipático que resulta reconocerlos como parte esencial de su bando. El ejemplo está muy trillado pero es como si fingiera no ver a un elefante que anduviese rompiendo a trompadas los jarrones de su despacho. Sólo que está a la vista de todos aunque el presidente aparente ignorarlo.

El ejercicio de simulación que llevó a cabo ante Susanna Griso -primera vez en mucho tiempo que no acude a una tele estrictamente amiga- incluía también una distorsión de la física y de la geometría. O por decirlo con mayor precisión, una interpretación ventajista de la nomenclatura espacial de la política. Según su formulación, la próxima disyuntiva electoral consiste en elegir entre «una coalición de la derecha con la ultraderecha» (sic) y un «Gobierno de centro-izquierda», entelequia en la que él se atribuye el centro sin rubor ni vergüenza y blanquea «el espacio que represente Yolanda Díaz» (atención al carácter eventual del subjuntivo) ninguneando a Podemos y aliviando a su posición ideológica del calificativo de ultra o extrema. De nuevo, por supuesto, desaparecen de la alternativa binaria los partidos que le sirven de muleta, y que no son ni más ni menos que media docena. Lo que estorba lo suprime y cuestión resuelta. Con esta forma de despejar sumandos, volúmenes, áreas y variables diversas habría que ver cómo despachaba este hombre los problemas de ciencias en la escuela.

Como siempre, toda la cháchara presidencial se resume en una premisa bien fácil: él puede pactar con quien quiera, porque lo vale, y su adversario (o sea, el PP) con nadie. Por extraño que parezca, a estas alturas sigue confiando en que aún haya gente que se trague el fraude. Y hasta es probable que así ocurra y quede una notable cuota de electores dispuestos a autoengañarse. O quizá ni siquiera haga falta esta ración de zafia propaganda porque muchos españoles lo van a volver a votar diga lo que diga y haga lo que haga. Como en la acera de enfrente hay otra facción igual de encastillada, las elecciones las decidirá una minoría refractaria a las consignas baratas y capaz de analizar la realidad sin orejeras dogmáticas. Las encuestas reflejan que la anomalía institucional, el abuso de poder y los aprietos de una inflación al alza están empujando a cada vez más ciudadanos a soltarse de la jáquima sectaria. El vuelco se producirá cuando sean suficientes para desmontar esa pedestre dicotomía trucada.