Ignacio Varela-El Confidencial
- El escandalazo desencadenado en torno a un diputado socialista que se ha hecho famoso por el alias de Tito Berni tendrá el efecto de una bomba de racimo sobre el precario equilibrio del tinglado gubernamental
El viejo truco sanchista de apagar un fuego prendiendo otro (que siempre causó la admiración de los papanatas) dejó de surtir efecto. Lo que ahora afronta este Gobierno no es un conflicto que hace olvidar el anterior, sino una colección de incendios simultáneos que se alimentan entre sí. Varios de ellos, provocados desde dentro
A veces sucede que la respuesta del cuerpo a una infección inicialmente localizada no solo no la elimina, sino que la extiende por todo el organismo, dañando numerosos tejidos y comprometiendo la vida. La septicemia es más frecuente en individuos debilitados y/o afectados por severas patologías preexistentes, cuya capacidad de reacción está ya deteriorada decisivamente. Acudes a la consulta del dentista por una infección en el premolar y, cuando quieres darte cuenta, estás en una UCI.
Para describir la trayectoria del Gobierno de Sánchez durante los últimos meses puede usarse este ejemplo del choque séptico generalizado o, cambiando al vocabulario militar, el de las bombas de racimo que, al entrar en contacto con el objetivo, se abren y liberan un gran número de pequeñas bombas que producen daños múltiples.
El escandalazo desencadenado en torno a un diputado socialista hasta ahora anónimo, que se ha hecho famoso por el alias de Tito Berni, tendrá el efecto de una bomba de racimo sobre el precario equilibrio del tinglado gubernamental. Son tantas sus derivaciones dañinas que difícilmente se desactivará antes de la fecha crucial del 28 de mayo.
El caso Berni es tan esperpéntico que se presta por igual al espanto y al cachondeo, al morbo de sus rasgos escatológicos y a una reflexión deprimente sobre el destrozo de la higiene institucional, a la abominación por el lado de la ética y por el de la estética.
Se trata, sin duda, de una sucesión de hechos corruptos, pero, en cierto modo, hasta la palabra corrupción le viene grande a lo que, en su origen, se asemeja más a un episodio de añeja picaresca, cualificado por varias circunstancias concurrentes: que el protagonista fuera diputado y tomara el Congreso como base de operaciones, que adobara sus estafas con la práctica compulsiva del puterío militando en un partido abolicionista y que la cazuela pestilente se haya abierto en el tramo final de una pestilente legislatura y a escasas semanas de unas elecciones decisivas. Estamos ante un caso de corrupción casposa y retro, más propia de la España de los 60 que del tiempo actual; un episodio de Torrente o de La escopeta nacional, con el Chivi como banda sonora, una cosa más pringosa que criminal. Nunca dejaré de echar de menos a Rafael Azcona para retratar ocasiones como esta.
Básicamente, el Tito Berni hacía a sus víctimas el timo de la estampita, usando como anzuelo su tarjeta de diputado, y después se los llevaba de putas en plena pandemia. Lo verdaderamente malo será si se comprueba que otros 15 colegas de escaño lo acompañaron en la aventura. La imagen de Sánchez obligado a cargarse a quince de sus diputados por golfos y puteros tendrá mucho de responso político.
Puestos a reflexionar en serio, se me ocurren al menos tres cuestiones que plantearse.
Una se refiere el procedimiento de selección de élites en los partidos políticos. Fuentes Curbelo ya fue diputado por Las Palmas en la primera legislatura presidencial de Zapatero y lo ha vuelto a ser en la última de Sánchez. Además, ocupó altos cargos en el Gobierno de Canarias. No es, pues, un recién llegado, y no parece que su apego al latrocinio y al burdel sean vocaciones tardías. No obstante, al menos en dos ocasiones su partido lo consideró digno de representar al pueblo español en el Parlamento —donde, por otra parte, no deja una obra parlamentaria digna de recuerdo—. La pregunta inevitable es qué criterio objetivo de selección lo llevó tan lejos y cuántos casos de este género podrían encontrarse buceando en las biografías de las 350 señorías que pueblan el actual Congreso de los Diputados.
La segunda cuestión tiene que ver con la administración de los tiempos. Al Tito Berni se le hizo dimitir al menos dos semanas antes de que saltara el escándalo, y el trámite se realizó con gran silencio. La dirección del PSOE debió ser advertida con antelación sobre una investigación en curso de la Guardia Civil, para que pudiera aminorar el daño tomando medidas preventivas. Es imposible no preguntar al ministro del Interior quién pasó el soplo a Ferraz, al secretario de organización del PSOE y a su portavoz parlamentario si informaron del peligro a su secretario general y, en fin, si el secretario general del PSOE dio las órdenes pertinentes sin que se enterara de ello el presidente del Gobierno.
Tampoco es menor la duda sobre cuál era exactamente el producto que Berni vendía a sus clientes. ¿Realmente un diputado de a pie tiene capacidad para alterar las disposiciones de la administración pública y conseguir tratos de favor para ciertas empresas, o los empresarios que le pagaban eran gilipollas y se dejaban timar sin protestar? La cosa tiene especial interés porque, si se comprueba que el Tito Berni tuvo corresponsales en varias provincias, ya no estaríamos ante un diputado golfo, sino ante una red delictiva de ámbito nacional en el seno del grupo parlamentario gubernamental.
El efecto racimo, en este caso, consiste en que la explosión se disemina en varios frentes: el de la moral pública y privada, el electoral, el judicial y el ideológico. Contamina de corrupción al justiciero Sánchez, provoca una riada de procedimientos judiciales en plena campaña electoral y, a la vez, abre un boquete considerable —uno más— en el ya muy accidentado territorio del feminismo oficialista. Personalmente, me parece inquisitorial, además de inútil, tratar la prostitución como un delito per se. Pero si se hace bandera ideológica de ello, hay que tener precaución extrema con los puteros de la familia, porque, como dijo Perón, en política el único lugar del que no se vuelve es el ridículo.
También tienen efecto séptico o de bomba de racimo (la idea es la misma) la inflación persistente, que desmiente cada día la leyenda del milagro económico sanchista y no cesa de hundir las economías familiares; los juegos peligrosos con el Código Penal (sedición, malversación, ley del solo sí es sí a favor de los violadores), la abolición de los sexos por orden gubernativa, la demagogia fiscal y la adopción de la jerga populista, trufada de insultos a los “capitalistas explotadores que chupan la sangre del pueblo”, para dar paso a un estrépito de neonacioalismo económico cuando uno de ellos decide fijar su sede social en algún lugar de la Unión Europea donde los gobernantes se tomen en serio la tarea de legislar y provean un umbral aceptable de seguridad jurídica. Y son una manifiesta bomba política de racimo las alianzas a las que Sánchez ha ligado no ya el gobierno presente, sino cualquiera que pretenda formar en el futuro.
Este presidente ha entrado ya indefectiblemente en esa fase, que conocieron casi todos sus antecesores, en la que te levantas cada mañana preguntándote qué calamidad te espera ese día. Y las peores son las que te proporciona tu propia brigada de bomberos.