A una fuerza de centro se le suele afear su sospechosa indefinición y se le exige equilibrio perpetuo. Lo tiene muy difícil, porque cualquier movimiento en falso permite a la izquierda o derecha reprocharle su querencia y potenciar la desconfianza hacia él. Los partidos de centro son, para los socialdemócratas, derecha camuflada; para los conservadores, puntal de una izquierda a la que le fallaron hace tiempo los anclajes. Cuando emerge un partido de centro se encuentra con la hercúlea tarea de defender con uñas y dientes la posición en lugar de elaborar un programa sólido basándose en unos valores propios. Al final, a menudo cae en la trampa de preservar la simetría. Si los adversarios, que pugnan por su electorado, consiguen desplazarlo un poco de su sitio natural, el centro se encuentra con serias dificultades para recuperar la armonía. Total, no es que el centro no se pueda equivocar, es que no puede atinar, pues su acierto exige un consenso de tres: centroizquierda, centroderecha y centro-centro.
Todo lo cual deriva a su vez en un trastorno mayor que le aqueja, altera y desfigura. El centro, si no ha penetrado con su propia y distintiva identidad, se sitúa entre dos espejos e inicia un proceso de autorreferencia y búsqueda de sí mismo. Aunque no quiera y se resista, el centro, por efecto de la presión ambiental, comienza a operar como centro geométrico en lugar de político. En ese momento asume las reglas de la contienda de izquierda y derecha y empieza su declive. Para exponerlo con claridad: o asume su posición equidistante –partido ni-ni–, lo que termina por generar cierto desconcierto en su electorado, sobre todo en momentos de tensión o críticos; o admite las consecuencias de que uno de los adversarios consiga su propósito de escorarlo.
Por estos motivos no existe una ideología de centro. Y aunque hay una teoría de centro, se entiende más como una praxis, con el riesgo de que la interpretación esté condicionada por el pensamiento dominante. El centro tiene razón de ser y raíces históricas: Constant, después de la revolución y de Napoleón, expuso y fijó en La libertad de los modernos el punto medio –entre las amenaza y trance de revitalizar lo que quedaba de Antiguo Régimen y la «república demagógica» que trajo desorden, arbitrariedad y terror– en la monarquía parlamentaria, en la vuelta y recuperación del primer liberalismo, el de Locke.
Sin irnos tan lejos, el centro como teoría puede hallarse en el consenso socialdemócrata de posguerra. Para despojarlo de etiquetas que lo inclinen, habría de llamársele consenso de centro, promovido una vez que fueron derrotados dos de los tres totalitarismos –nazismo y fascismo– y erigido para combatir el comunismo –todavía en ese momento en pie–. El consenso de centro fue promotor de la unidad de Europa. La teoría se convirtió en praxis y los partidos incluyeron en sus programas los requisitos económicos de la democracia. Aron y Berlin representan este momento.
Asimismo, desde principios del siglo XX, los partidos denominados de centro eran, en el norte de Europa, los partidos campesinos, y en Italia, la democracia cristiana, que atrajo, tras la I Guerra Mundial, también a pequeños propietarios campesinos. El Partido Popular Italiano concretó entonces una efímera coalición de liberales y moderados. La Democracia Cristiana fue luego partido hegemónico en Italia. En Alemania, la CDU de Konrad Adenauer trató de encontrar el punto medio en el «socialismo cristiano»: la economía social de mercado imbuida de valores cristianos.
Sea como espacio –consenso de centro– o como praxis –experimentos de centro– el centro tiende a disolverse o reubicarse –sus críticos dirán ladearse–. Es una fuerza integradora (entre tradición y progreso, orden y cambio) y de moderación que nunca debe renunciar a sus principios: reformas graduales de acuerdo a los ítems que Melquíades Álvarez, fundador en España del Partido Reformista, enumeró en 1913: libertad, trabajo, impulso regenerador, integración de los españoles en una gran tarea nacional, interclasismo, parlamentarismo, imperio de la ley, igualdad de oportunidades, autonomismo, europeísmo y búsqueda de la concordia. Lo que no sea esto, queda fuera. O sea, que el centro, aunque se le empuje, intimide o arroje, no deja de serlo.