Un país de taifas

SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

La diputada de Coalición Canaria es una buena parlamentaria que solía defender sus particularidades con firmeza y coherencia. Gustó mucho el repaso que le dio a Pablo Iglesias en la fallida moción de censura que Podemos presentó contra Rajoy: «Hemos dicho claramente que no vamos a apoyar ni con voto a favor ni con abstención una investidura de un Gobierno de Podemos con el PSOE».

Aquello no era un calentón. Durante la moción de censura que Sánchez sí sacó adelante dos años más tarde insistía en el concepto: ni como candidato ni como socio: «Gente como usted destrozó la vida a muchos venezolanos y a muchos canarios. Por eso no vamos a apoyar ni ahora ni nunca un proyecto como el suyo». Insistió en la campaña electoral, pero todo parece indicar que Oramas se la envaina, según ha anunciado su partido.

Confiar en que un nacionalista se mueva atendiendo más al interés general que a su taifa era un exceso de optimismo. En el bipartidismo, los dos grandes partidos se mostraron incapaces de una gran coalición que les ahorrase depender alternativamente de los nacionalismos periféricos. Uno creyó en la pertinencia del partido bisagra, primero UPyD, luego Ciudadanos, pero no ha podido ser. El particularismo catalán y vasco ha extendido su lógica por toda España y se ha perfeccionado en el sanchismo, que aspira a conseguir la investidura con el voto del PNV, la abstención de ERC y EHBildu, el voto del señor de las anchoas, el del jamón de Teruel, CC y NC, BNG, Compromís y las extensiones y mechas de UP, Mareas, En Comú… Solo es cuestión de pasta, dinero de bolsillo, y el doctor Sánchez no parece un hombre preocupado por el déficit.

Ayer, Diario de Mallorca publicaba una gran entrevista con uno de los fundadores de Cs, Xavier Pericay, víctima de las primarias y la política de fichajes que tanto gustó a Rivera y a su núcleo duro. «La idea de fichar a gente valiosa de la sociedad civil no puede acabar en una táctica de desgaste al adversario, como si el Barça se dedicase a fichar a jugadores del Madrid y viceversa», comenta razonablemente Pericay, que anima a Arrimadas al liderazgo, corrigiendo errores y sustituyendo a la guardia de corps que era incapaz de sostener una posición crítica ante el presidente. No da nombres, pero quien haya seguido con una cierta atención la deriva de Ciudadanos en los últimos tiempos puede rellenar con bastante facilidad la línea de puntos: Villegas, Hervías y De Páramo, por poner solo tres ejemplos.

Rivera hizo el mutis con un postrero ejercicio de elegancia. «Un bel morir tutta la vita onora», ya lo dijo Petrarca. Su discurso y su actitud fueron coherentes y dignos, aunque tal vez no hubiese venido mal cierta autocrítica. ¿Cabe más autocrítica que la dimisión? Sí, ya lo creo que cabe: una reflexión sobre los errores cometidos. Y un propósito de enmienda para los tiempos venideros, porque el propósito fundacional de Ciudadanos sigue siendo una necesidad en los tiempos desolados que nos vienen.