JUAN BENGOECHEA, EL CORREO – 28/03/15
· Podemos, al subrayar derechos y obviar obligaciones, desvirtúa el modelo nórdico.
· Una España sin reformas nos sacaría de Europa, convirtiéndonos en una Venezuela sin petróleo.
Los españoles somos temperamentales. Más que cambiar, lo que hacemos es girar ciento ochenta grados. Ayer dábamos mayoría absoluta al PP, hoy, según las encuestas, el objeto de nuestros desvelos es Podemos. Un partido nacido hace poco más de un año, al que los encuestados sitúan en la extrema izquierda. Su líder, Pablo Iglesias, en un gesto de realismo, que le retrata, ha prometido asaltar el cielo. No sabemos si lo logrará, lo que sí parece es que su presencia, como ya se ha demostrado en Andalucía, agrieta el bipartidismo. Falta saber si, además, su proyecto nos sacará de pobres o, remedando el dicho de Groucho Marx, nos arrastrará a las más altas cotas de miseria.
La venida de Podemos coincide, paradójicamente, con la ansiada recuperación. Aunque las perspectivas para 2015 y 2016 son optimistas –se espera la creación de un millón de empleos–, el legado de la crisis sigue siendo aterrador. Por eso Bruselas nos anima a continuar las reformas en ámbitos tan diversos como la educación, la fiscalidad o el mercado laboral. Se trata de dotar a la economía española de flexibilidad para adaptarse a los desafíos de la ‘santa trinidad’: globalización, revolución tecnológica y cambio demográfico. Pero acometer reformas en democracia es un arte, requiere consenso, transparencia y pedagogía. Requisitos todos ellos que, por desgracia, brillan por su ausencia en España, lo cual alienta en los electores prejuicios contra el cambio.
Las encuestas ofrecen una imagen del votante español muy alejada de la media europea. Según esas encuestas nos informamos poco y mal; exigimos que el Estado nos mime, pero no nos preocupa ni su control ni su sostén; y aceptamos las reformas siempre y cuando afecten a los demás. PP y PSOE, que quieren ganar elecciones, lo saben, y ajustan sus programas a esas preferencias. Pero en cuanto llegan a la Moncloa sufren una revelación: la pertenencia de España al euro y a la Unión Europea limitan nuestra soberanía. En ese momento se olvidan de sus programas y se ponen a gobernar; es decir, se ponen a hacer lo contrario de lo que prometían. El electorado no entiende esa mutación, se siente traicionado, y piensa que la democracia española no funciona.
Este sentimiento de rabia ha sido la ventana de oportunidad por la que se ha colado Podemos, presentándose como salvador de la patria. Para ello lo que ha pergeñado es una retahíla incoherente de propuestas destinada a decir a la gente lo que quiere oír. El objetivo último de ese recetario es ahuyentar el miedo al futuro subrayando la doble faceta del Estado protector. Papá Estado se encarga de controlar la economía sin reparar en ineficiencias: topes salariales, semana laboral de 35 horas, derecho al crédito. Mamá Estado, a su vez, es una máquina de gastar: pensiones, cheque-bebé, permiso de paternidad, renta mínima. Pero no hay por qué preocuparse, estas alegrías se hacen, como es obvio, con cargo a ricos y al cajón de sastre del fraude fiscal.
Por desgracia, las matemáticas son infalibles: aumentar el gasto, dado el déficit existente, significa más deuda pública. Podemos, en una original solución a la cuadratura del círculo, propone reestructurar esa deuda. No contentos con eso, también propone una reforma de los estatutos del BCE, para que, entre otras cosas, pueda financiar a los gobiernos. En definitiva, lo que quiere es que la factura la paguen el BCE y los acreedores –incluidos bancos españoles, fondos y Seguridad Social–. El problema es que los socios van a decir ‘¡no!’, lo cual dejaría a España –uno de los países más endeudados del mundo– a los pies de los mercados. Si esto sucede, nos veríamos obligados a abandonar el euro, y esta salida, probablemente, originaría una crisis global de consecuencias catastróficas.
Podemos debe aceptar que no basta con ganar, hay que decir la verdad. Decir, por ejemplo, que nada es gratis, que todo logro tiene un precio. Que no heredaremos el cielo, porque el cielo no existe. Que no se pueden hacer promesas a costa de terceros que tienen su propio mandato democrático. Que plantearse como objetivo el modelo nórdico, subrayando los derechos y obviando las obligaciones, es mentir al electorado. Que las reformas hay que defenderlas, no porque las pida Bruselas, sino porque son nuestra única garantía de futuro. Una España sin reformas nos sacaría de Europa, convirtiéndonos en un país pobre, atrasado y mangoneado por caciques locales. Algo así como una Venezuela sin petróleo. Muchos españoles no nos identificamos con ese país.
JUAN BENGOECHEA, EL CORREO – 28/03/15