El CIS definitivo

ABC 11/09/15
CARLOS HERRERA

· La convivencia colectiva no puede romperse por muchos votos que obtenga quien quiere violar la ley

QUE dice el CIS que sí pero no. O que no pero sí. Que escaños sí, pero votos no. Que escaños no, pero con los Sandalios sí. Que juntan entre todos menos del 50% de los que piensan ir a votar, que vaya usted a saber cuántos serían de celebrarse ahora la elección, pero que con eso se bastan para tener la mitad más uno de los parlamentarios y, por lo tanto, poder salir al balcón a anunciar la venida de la Arcadia Soñada. Sin embargo, las cifras no engañan del todo. El 44% de una participación del 70%, por ejemplo, no llega al 35% de los votantes, que aún es menos si se cuenta al total de la población catalana, lo cual invita a pensar que esa imagen de las masas oceánicas volcadas con rabia y determinación por la independencia de Cataluña es un churrete.

Pero les bastaría a su imaginario estético, lleno de relato épico, para sentirse ungidos por el pueblo. Mas y sus mariachis, no obstante, cada vez que se acercan a sus objetivos alejan la cinta de la meta: ahora aseguran que no sería inmediata la proclamación de la charlotada y que deberían primero formalizar internacionalmente su iniciativa, que es como decir que se dan un tiempo para ver qué se les ocurre para salir invictos de algo que, en el fondo de sus intelectos apestados de sentimentalidad, saben que no es legal y, por lo tanto, imposible.

Hoy, en esa Diada nacida del retorcimiento de la historia, de la pendencia medieval de un par de Casas Reales, se vivirá de nuevo el fervor festivo que todos los partidarios de la causa –más algunos turistas autóctonos– desarrollan cada año con precisión coreana. Serán muchos y podrían llenar la Plana de Vich. Pero nadie, o muy pocos, reparan en los que, desgraciadamente, se quedan en casa cuando son llamados a renovar el Parlamento catalán. El CIS no puede contarlos y yo tampoco, sin embargo deberían ser el objeto de deseo de aquellos que aún tienen la cabeza sobre los hombros, llámese Unió, PSC, Ciudadanos o PP. Si esta vez no se vuelcan puerta por puerta a pedir la participación y el voto, es que no han hecho caso de la amenaza que supone el lema «El voto de tu vida» que preconizan los levantiscos. Es la hora de Susana Díaz, que tiene que patearse las calles de Barcelona y alrededores. Y Felipe González también. Como hizo Gordon Brown en Escocia, que resultó ser mucho más mayor que la mayoría de Pedristas que sólo saben decir que la culpa de todo la tiene Rajoy. Y Rajoy lo mismo, con ministros y valencianos y baleares. Y García Page, y Fernández Vara. Y Duran Lleida y Espadaler, cada uno en su demarcación. Y Rivera a todas horas del día. Y Borrell, aunque no le dejen entrar en TV3. Y los empresarios a los que no les llega la camisa al cuello. Y también los sindicatos, si fueran decentes y no una cuadrilla de cobardones acomodaticios y acomplejados. Y Pablo Iglesias, explicando con claridad por una vez, por una sola vez en su vida, que los planes de Mas y el gordo y el flaco son una barbaridad que solo lleva a la frustración de la ciudadanía catalana que considera posible romper un Estado por las buenas. Y los líderes europeos, y los líderes vecinales de los alrededores de Barcelona (si es que no los han abducido ya). Y eso que se llama «gente de la cultura» de toda España. Y así hasta el agotamiento. Porque la convivencia colectiva no puede romperse por muchos votos que obtenga quien quiere violar la ley. Porque esas elecciones no son un plebiscito, son un recuento de parlamentarios autonómicos.

Y ya veríamos entonces qué diría el CIS definitivo.