El conservador

ABC 19/06/15
IGNACIO CAMACHO

· Para efectuar cambios más profundos Rajoy tendría que abordar primero el imposible existencial de cambiarse a sí mismo

EN España hay bastantes políticos más de derechas que Mariano Rajoy, pero muy pocos más conservadores. El presidente es un conservador nato, existencial, metafísico. Un conservador «antropológico», que diría su antecesor en La Moncloa. Su naturaleza y su estilo son refractarios a los cambios, alérgicos a las mudanzas, y se le nota la incomodidad cuando no tiene más remedio que afrontarlos. Acostumbrado a que el tiempo solucione los problemas, las crisis se le enquistan, se le eternizan entre las manos y las resuelve con un halo de dificultad y de desgana en el que siempre acaba por resultar envarado. Se le resisten, le cuestan, le duelen. Un fastidio.

El batacazo de mayo imponía sin embargo la necesidad de un golpe de timón. Dos millones y medio de votos perdidos son un mensaje evidente hasta para un hombre reacio en extremo a variar de rumbo, aunque a un político de talante tan rígido se le debe de hacer muy cuesta arriba entender que la sociedad no acepta un plan de cuyas virtudes está firmemente persuadido. Todo un conflicto: los resultados electorales chocando con su convicción intrínseca de estar haciendo lo correcto, lo que el país necesita y su propia responsabilidad exige. Al final, presionado por la opinión pública y por la alarma suscitada entre los suyos ante la pérdida de cuotas significativas de poder, se ha decidido a efectuar un reajuste en busca de un mayor impacto político. He aquí su síntesis tras larga reflexión: una remodelacioncita escueta, un retoque sucinto en el que la principal novedad es… él mismo. Desdoblado, eso sí, para cubrir la hasta ahora (in)existente coordinación entre la tarea del Gobierno y la del partido. Un mínimo movimiento de peones; cuatro caras, caritas más bien, de refresco para dar la cara en la tele y su hombre de confianza al frente de la campaña decisiva del otoño. Sin trastornar los equilibrios y rivalidades de poder interno –Soraya, Cospedal, el eterno Arenas–, sin señalar culpables –apenas Floriano– ni dejar cadáveres desparramados. ¿El Gabinete? Ese es otro parto, por favor, no empujen. Cada día tiene su afán.

Esto es lo que hay. Lo que da de sí el concepto de renovación de un político de la era analógica, insumiso a la posmodernidad, blindado ante las urgencias de la sociedad de la comunicación. Rajoy se ha mirado al espejo, como le aconsejaba el castellano Herrera, y se ha visto como la única solución en la que de verdad cree. El mástil más firme ante la tormenta. Tal vez mueva también algunas piezas en el Consejo de Ministros, pero lo último que se puede esperar del presidente es que se traicione o se autoengañe, que retuerza la esencia de su talante y de su espíritu. Este es el reajuste de un conservador estructural, congénito, estático. Para efectuar cambios más intensos o más profundos Rajoy tendría que abordar primero el imposible ontológico de cambiarse a sí mismo.