DAVID GISTAU – ABC – 04/09/15
· La última proeza de la autoindulgencia catalana ha sido atribuir la naturaleza cleptocrática de sus élites a un contagio español que se solucionará con la «desconexión».
La existencia de un personaje exterior al que adjudicar las causas de los fracasos y los defectos propios constituye un alivio psicológico que Cataluña se arriesga a perder con la independencia. Fíjense en el resto de los españoles. Como carecemos de un conspirador mitológico, hemos desarrollado un cruel auto-odio que nos hace regodearnos en cualquier estudio, comparación o estadística de los que salgamos retratados como un pueblo basura. El único traslado de culpas ha sido contra «la casta», que fue el método con el que esta sociedad se absolvió a sí misma y fabricó un complejo de superioriad articulado electoralmente en Podemos.
Los independentistas catalanes, en cambio, disponen de España. No me refiero al opresor que siempre está en trance de meter carros de combate por la Diagonal y que de esa manera redondea el relato del pueblo anhelante de emancipación. Me refiero a España y sus mañas como justificante de la imperfección propia, incluso de aquellas imperfecciones que aluden a la condición humana. La última proeza de la auto-indulgencia catalana ha sido atribuir la naturaleza cleptocrática de sus élites a un contagio español que se solucionará con la «desconexión».
Una vez que eso ocurra, en Cataluña nadie tendrá la tentación de delinquir, pues volverán la sangre y el alma a ser puras como en el soplo original. Las cárceles se quedarán vacías, las puertas de las casas permanecerán siempre abiertas, los cuerpos policiales serán disueltos. Esta mamarrachada es la que permite al líder del partido del 3%, las sedes embargadas y los viajes a Andorra postularse como paladín erradicador de la corrupción, que no es sino una cizaña introducida por España para hechizar catalanes. Los Pujol todo lo hicieron hipnotizados, confundidos como buenos salvajes sioux a los que se dio a beber aguardiente para liquidar su cultura. Antes de España, ni conocían el dinero, todo lo hacían por trueque.
Las fantasías acerca de cuán perfecta sería Cataluña fuera de España han sido tan audaces que se llegó a decir que descendería el índice de mortandad por cáncer. Se ve que España también es una radiación nuclear. Más allá de las tragaderas del electorado nacionalista, ajeno a cualquier introspección que ponga en riesgo su festín del destino manifiesto, los independentistas no son conscientes de los beneficios terapéuticos que aporta España. La maldad del enemigo exterior hace posible que uno exista en la creencia de que carece de defectos, incluso de los característicos de la condición humana, y que sólo un sabotaje pertinaz evita la eclosión de una conducta idealizada.
De un paraíso de cumplimiento siempre pendiente, como los logros redentores de la revolución. Por esto, en el mismo ámbito mental donde el resto de los españoles genera auto-odio, el independentismo catalán se embriaga de narcisismo fatalista. Hasta nosotros, en nuestras ínfimas vidas personales, querríamos hallar culpable de la distancia entre lo que quisimos ser y lo que somos.
DAVID GISTAU – ABC – 04/09/15