El ministro del Interior, Fernando Grande, clausuraba ayer el XV Congreso del PSOE de La Rioja en Logroño, a cinco kilómetros escasos de Lardero, la localidad en la que el pasado jueves fue asesinado el niño Álex Martínez. “Es una tragedia difícil de asumir”, ha dicho el ministro, Marlasca por parte de madre, durante su intervención. “Que las primeras palabras sean de apoyo, solidaridad y cariño a los padres, a los hermanos y los amigos de Álex. Que sepan que los tenemos cerca de nosotros”. No seré yo quien le quite la razón, aunque la dificultad de la asunción de la tragedia sea mayor para unos que para otros. Luego ya, en su mejor estilo reclamó al personal que estuviera orgulloso de la Policía y la Guardia Civil. Y cerró con dos perlas inevitables: la llamada a no sacar conclusiones en caliente y naturalmente, la acusación a los partidos de la oposición de instrumentalizar en plan partidista esa tragedia que a él le cuesta tanto asumir. Naturalmente, él no es partidario de “endurecer la legislación penitenciaria”. ¿Quién iba a pensarlo de un ministro que se ha empeñado tanto en acercar a sus casas a los asesinos etarras y con tanta querencia por acordar el tercer grado en contra del dictamen de la Junta de Tratamiento?
No hace falta endurecer nada. El Congreso aprobó la prisión permanente revisable en marzo de 2015, durante la mayoría del PP. Bastaría con que el sanchismo y sus aliados desistieran de su intención derogatoria.
¿Quién puede matar a un niño? se preguntaba Ibáñez Serrador en su segunda película. La respuesta era relativamente sencilla: un asesino. O una asesina, claro. “Un ser humano”, decía en la tele la tertuliana Elisa Beni, que es mujer muy versada en leyes desde que fue la circunstancia atenuante del juez Gómez Bermúdez: “Decían antes, porque he tomado nota, que es un desalmado, es un depredador, es un cazador, un monstruo… Si fuera todas estas cosas, no tendríamos ningún problema… El verdadero drama es que se trata de un ser humano y ahí está el verdadero problema de cómo afrontar esto”. Con la ley, señora Beni, con la ley. Solo un ser humano es capaz de perversiones como las que tiene en su biografía Francisco José Almeida, el asesino.
En febrero de 2018 conocimos el asesinato de Gabriel Cruz Ramírez, un niño de ocho años secuestrado y asesinado por Ana Julia Quezada, que era entonces novia de su padre. El joven Nacho Escolar dijo que se estaba alimentando un discurso de odio por su condición de mujer, inmigrante y negra. Hombre, no. Ella cayó mal por asesina, no cabe confundir las causas. Fue condenada a la permanente revisable y tal vez estemos a tiempo de que se concluya la investigación por la muerte de su propia hija de cuatro años, Ridelca, en un accidente sumamente improbable, como sería que una niña de esa edad, trepe a una ventana doblemente acristalada, abra las dos hojas separadas entre sí unos 20 centímetros y se precipite al vacío. La hipótesis de que en Burgos, en una madrugada de marzo alguien deje una ventana abierta de par en par, más vale no considerarla. Se habló mucho entonces de que la permanente no habría evitado del asesinato de Gabriel. Tampoco el de Álex como hemos visto. Pero va a evitar que Ana Julia y Almeida puedan repetirlo en el futuro.