José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • La capacidad de ‘mentir’ que se le atribuye ha lastrado casi por completo el valor persuasivo de las expectativas que ofrece a la sociedad española. El presidente se mueve dolosamente en una realidad virtual

La consecuencia de esta manera eufórica de gobernar conduce a una suerte de despotismo posmoderno. Consiste en un “abuso de superioridad, poder o fuerza en el trato con las demás personas”. Sin olvidar la forma abrupta en la que Sánchez ha desmantelado el Gobierno anterior, es muy preocupante cómo el presidente trata de mutar la naturaleza del sistema y la significación de los datos económicos y sociales mediante añagazas. Hoy lo comprobaremos con el balance del curso en que el triunfalismo no dejará resquicio, no tanto para la autocrítica, como para describir con cierto rigor una situación que nos será glosada en términos ininteligibles para los ciudadanos. El estado de la pandemia, la vacunación, la recuperación económica, las perspectivas inmediatas… responderán a un panorama verbal expuesto por el presidente en el que será difícil reconocerse.

Kepa Aulestia, un expolítico vasco con una gran capacidad de análisis mediático, ha definido el mal de altura que afecta a Sánchez con cuatro palabras certeras: “Aires de mayoría absoluta” (‘El Correo’ del pasado día 24). Exactamente, con esas ínfulas gobierna Sánchez. Y lo hace en todas las direcciones, tanto en sus relaciones con sus socios, en el Gobierno y en el Congreso, como en las muy escasas que mantiene con la oposición. Los episodios que acreditan este pavoneo político del presidente están a la vista: cada vez que el Gobierno tiene que convalidar un decreto-ley mínimamente conflictivo, impone a sus aliados parlamentarios un trágala; ‘in extremis’, les regala una pirueta para hacer más digestivo el sapo, aunque sea ilegal (funcionarios interinos); sella un pacto que jamás se cumple (con Bildu, sobre la derogación ‘íntegra’ de la reforma laboral); se compromete a una decisión que no se ejecuta (la gestión del salario mínimo vital por el Gobierno vasco), o se beneficia de la bisoñez de un grupo parlamentario (como el de Vox, con cuya abstención sacó adelante la convalidación del estratégico decreto-ley sobre los fondos europeos). Previamente, no negocia, no consulta, no pregunta: impone. 

Quizás el paroxismo de su taumaturgia verbal sea la invención perversa de la llamada ‘cogobernanza’. No hay tal. Ni una sola norma, sea reglamentaria o legal, estatuye esa especie de cogobierno que Sánchez pretende hacer creer se practica en España. La realidad es que las comunidades autónomas —salvo Cataluña por razones obvias y, en otra medida, el País Vasco— son tratadas con displicencia porque al tiempo que se les encomiendan misiones delicadas —el combate de la pandemia a través de la vacunación y la implementación de las medidas contra el contagio— no se les provee de poderes bastantes para el buen fin de esas misiones. La ‘cogobernanza’ en la versión gubernamental no consiste en un procedimiento participativo autonómico en la toma de decisiones, sino en una estrategia de elusión y disolución de las responsabilidades del Ejecutivo.

No obstante, la trampa de la ‘cogobernanza’ sigue funcionando a pleno rendimiento en el Consejo Interterritorial de Salud —un órgano coordinador, sin facultades ejecutivas, con acuerdos que son considerados por su reglamento de 23 de julio de 2003 como meras “recomendaciones”—, al que se trata de transformar sin más en una especie de órgano federal. Ocurre lo mismo con la Conferencia de Presidentes, que no aparece en ley o norma algunas —está prevista en una orden ministerial que recoge un reglamento interno de 18 de diciembre de 2009— y que es una estricta reunión a la que Sánchez acude sin atender a las mínimas pautas que precariamente la regulan: convocatoria con 20 días naturales de anticipación y orden del día. La tal conferencia, perfectamente inoperante, se hace pasar por un mecanismo federal y no lo es en absoluto. 

No es muestra de fortaleza que el presidente y el Gobierno actúen con tanta doblez. Lo es, mucho más, de debilidad, de fragilidad, de insuficiencia. Trampean. De ahí la política constante de emplear con abuso los decretos-leyes, que se han convertido en un procedimiento legislativo que reserva al Congreso un papel de mera convalidación; de ahí la constante apelación a la colaboración de las comunidades autónomas, a las que no se empodera jurídicamente; de ahí la reducción de políticas de Estado a otras de supervivencia, como la concesión de los indultos y el manejo de la crisis catalana; de ahí el fracaso de la política exterior española por las insuperables incoherencias y contradicciones entre los dos partidos en el Consejo de Ministros.

Aviso a navegantes, porque el PSOE de Sánchez nos propone en su ponencia marco del 40º Congreso un nuevo concepto ajurídico, multívoco y también pretendidamente mágico: la España ‘multinivel’. De nuevo un esfuerzo semántico para nutrir discursos a los que se intenta dotar de capacidad performativa, es decir, de la posibilidad de que la palabra cree una nueva realidad, por supuesto, virtual. Ni hay ‘cogobernanza’ ni, mucho menos, un país ‘multinivel’ en su estructura territorial. Pero ambos conceptos —y otros— desnaturalizan el sistema y cincelan una realidad paralela y artificiosa. El discurso de Sánchez se queda en el atrezo, en la coreografía. La gente le ha tomado la medida y, en línea con la predicción de Ignacio Varela este miércoles, queda a la espera de las elecciones para desalojarle de Moncloa. Está siendo él quien contribuye a perder el poder más que Casado acumulando méritos para arrebatárselo. Es el suyo un discurso ‘progresista’ que se agota día a día y que, a la vez, resulta agotador porque no resiste el contraste con la realidad.