JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-El Confidencial

  • El fracaso de la coalición negativa entre Sánchez y Abascal depende del no a la moción de censura del PP y del discurso de Pablo Casado. Está ante su última oportunidad
Santiago Abascal no tenía necesidad alguna de disipar la duda de su incapacidad. El tiro de la moción de censura le salió por la culata porque suministró una dosis adicional de oxígeno político a Sánchez y con su esperpéntica intervención alejó a Casado de cualquier veleidad abstencionista, como se comprobará en la votación de este jueves. Demostró que el discurso de Vox es energúmeno, una verbalización violenta de una sentimentalidad anacrónica y reaccionaria sostenida en adjetivos calificativos que progresaban en calibre a medida que disminuía la racionalidad argumentativa de su muy lamentable exposición ante el pleno del Congreso. Abascal debió hacer caso al consejo de Confucio, según el cual, el “silencio es el amigo que nunca traiciona” y tener en cuenta la advertencia de Mark Twain cuando dijo que “es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda”.

El presidente de Vox —líder de un grupo parlamentario de 52 escaños, el tercero de la Cámara Baja— se abrió de capa y desgranó con una torpeza indescriptible que su partido está instalado en ese reaccionarismo tan lerdo que es capaz de agredir las mejores ideas de José Ortega y Gasset y malversar las agudas reflexiones de Miguel de Unamuno. A partir de esos desafueros conceptuales, todos los demás fluyeron en cascada: un antieuropeísmo descarnado, concepciones conspirativas, tópicos populistas, dosis nada compasivas de xenofobia, una suerte de etnonacionalismo y una concepción populista sugestionada por la retórica bronquista del gran pope de la derecha iliberal de los países occidentales, Donald Trump. Y para rematar, esa insistencia machaconamente intencional de denominar al covid-19 como el “virus chino”.

En el Congreso de los Diputados, hay energúmenos políticos como Santiago Abascal, y aún peores, pero más espabilados y habilidosos. En realidad, en la política española, abundan. Los hay que siguen amparando las acciones criminales de los terroristas; los hay que se quieren cargar la Constitución taimadamente abrazándola para ahogarla; los hay que están dirigidos por sediciosos. Pero la incompetencia de Vox y de Abascal les permitió a algunos de esos energúmenos emboscados aparecer como adalides de los derechos humanos, de la democracia, del antimachismo, contra los discursos del odio y el negacionismo de la pandemia. Este jueves, sin rebozo, fuerzas políticas como Bildu, la CUP, ERC o el partido de Carles Puigdemont firmaron un manifiesto con el Gobierno de coalición, que no tuvo escrúpulo alguno en unir su rúbrica a otras detestables.

El desastre táctico y la mentecatez ideológica del partido de ultraderecha se aprovecharon para que los que reciben jubilosamente a los terroristas en el País Vasco y los sediciosos que alientan a los CDR en Cataluña se blanqueasen bajo el paraguas aquiescente del Gabinete de Sánchez, que recibió un chute de adrenalina cuando más lo necesitaba: con la pandemia desbordada, con el proyecto de Presupuestos sin acordar con su socio de coalición y con una proposición de ley sobre el CGPJ seriamente advertida por el Consejo de Europa, entre otras ineficiencias y mendacidades.

Y es que al lado de la explicitud verbal y el fondo radical de los planteamientos de Santiago Abascal, hasta los más desvergonzados enemigos de la Constitución y del sistema de libertades pasan los controles de calidad democrática de la opinión pública y publicada. Son lobos con piel de cordero, a diferencia del censor de Pedro Sánchez que, además de ser un chacal político, lo pareció volatilizando las pocas dudas que podían albergarse. Pero el daño de la moción de censura va más allá de estas consideraciones. Porque no solo sirvió para propinar una tunda a los censores sino que excitó a un sector de la ciudadanía —la que vota al PP y, en buena parte, a Ciudadanos— que reclama a Casado y a Arrimadas que secunden a Abascal porque está irritada y sumida en la incertidumbre. Todos los populismos, todos los autoritarismos, disponen de ese caldo de cultivo colectivo que consiste en una sinergia de emociones y sentimientos reactivos.

El fracaso definitivo de la coalición negativa entre Sánchez y Abascal está en manos de Pablo Casado. Si, como es de esperar, su grupo parlamentario no secunda la moción de censura y explica las razones por las que no lo hace, construyendo una argumentación ideológica y programática alternativa tanto a la del presidente del Gobierno como a la de Vox, los populares podrían intentar el comienzo de una nueva etapa escapando de la trampa que los unos y los otros les han tendido. Si el presidente del PP no se da cuenta de que se encuentra ante su última oportunidad para mantener su ahora inseguro liderazgo, merecerá perderlo y abocará el PP a una inevitable refundación.