Editorial-El Español
Se cumplen hoy, sábado 18 de febrero de 2023, cuatro décadas desde la disolución de la Unión de Centro Democrático (UCD) por decisión de su consejo político, presidido por Landelino Lavilla. Su desaparición se produjo después de haber conseguido 1.425.000 votos en las elecciones generales de octubre de 1982, las de la primera mayoría absoluta del PSOE de Felipe González. Un apoyo nada desdeñable que le convertía en el tercer partido del Congreso de los Diputados.
Pero UCD había nacido para gobernar y la dimisión de Adolfo Suárez en 1981, sumada a los resultados de 1982, que les hicieron pasar de 168 diputados a 11 y del 35% de los votos al 7%, se demostraron una montaña imposible de escalar.
EL ESPAÑOL ha reunido esta semana a diez de los supervivientes de los gobiernos de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo en el Café Gijón. La reunión, documentada por Daniel Ramírez, ha confirmado una vez más las palabras de Adolfo Suárez sobre UCD:
«Conseguimos instaurar el arte de convivir, de colegislar, de favorecer la competencia y de invitar a la aventura de dibujar un futuro patrio sin modelo ni antecedentes; y no sólo sin derramar una gota de sangre, sino sin imponer nada, haciendo normal lo normal. Normalizando la normalidad«.
«Normalizar la normalidad» es el mejor resumen posible de la obra de la UCD, que es lo mismo que decir del partido fundacional del centro liberal español en democracia. Centro liberal hoy encarnado en un Ciudadanos que parece destinado, si nada lo remedia, a su próxima desaparición y que vivió su propio 1982 en las elecciones de noviembre de 2019, cuando pasó de 57 diputados a 10.
El destino trágico al que parece condenado el centro español, con la excepción de ese breve paréntesis de concordia política entre españoles que fueron los primeros años de la Transición, podría hacer pensar que no es España país para moderados.
Pero la respuesta la dan los propios supervivientes: UCD murió por haber cumplido el «objetivo social de la empresa». Que no era otro que el de estabilizar el sistema democrático. Ejecutada su misión, UCD, en realidad una coalición en la que convivían izquierdistas, democristianos, liberales y conservadores, se dejó morir.
Los exministros de UCD conservan su talante centrista, encarnado en una serie de postulados (críticas a las leyes de memoria histórica socialistas, apoyo a la Corona y al legado del rey emérito Juan Carlos I, críticas a la influencia de los nacionalistas y petición de una ley electoral que evite su permanente chantaje) que hoy serían calificados, probablemente, de extremoderechistas o radicales.
Pero eso es el centro y siempre lo ha sido. Es la ventana de Overton la que ha desplazado el foco de lo aceptable hacia postulados que hace apenas tres años el propio presidente del Gobierno consideraba radicalmente inconcebibles y que hoy son defendidos por partidos que este ha convertido en socios preferentes de su gobierno.
Hoy, por continuar con las palabras de Adolfo Suárez, se ha normalizado lo anormal. Se ha normalizado el extremismo, la radicalidad, los postulados contrarios a la ciencia y el sentido común, la crispación y la mentira como respuesta por defecto a todas las inquietudes de los ciudadanos. Se han degradado las instituciones hasta extremos que habrían resultado inimaginables en 1982 y se ha permitido que partidos contrarios a la misma existencia de España se vanaglorien de condicionar al presidente del Gobierno.
Hoy, y como explica el reportaje de EL ESPAÑOL con los ministros de la UCD, han pasado tantos años desde la Transición como los que pasaron desde la Guerra Civil hasta la Transición. Es obvio que España es hoy un país más avanzado, más moderno, más justo y más rico que en 1978. Pero también es cierto que el clima político es sensiblemente peor y que la división, generada por unas políticas que han pretendido resucitar el guerracivilismo con objetivos eminentemente electoralistas y por la aparición de partidos populistas de extrema izquierda y extrema derecha, se ha acentuado.
Hoy, y con Ciudadanos en cuidados intensivos, no queda nadie ya que defienda los valores de la UCD. Pero su espíritu de moderación y de consenso sigue siendo más necesario que nunca.
Ojalá los dos grandes partidos españoles lleguen pronto a la conclusión de que hace falta una segunda Transición. Pero no para demoler lo logrado en la primera, sino para profundizar en ella. Para volver a normalizar lo normal, y erradicar lo anormal.