CONSUELO ORDOÑEZ-EL CORREO

Tal día como hoy hace veintiséis años ETA consiguió cambiar el rumbo de la historia de nuestro país asesinando a Gregorio Ordóñez. Sé que puede sonar exagerada esta afirmación, pero estoy convencida de ello. Todos los atentados terroristas tienen su lugar y su importancia en la historia reciente de nuestro país. Pero ETA asesinó a Gregorio porque era «uno de sus más valientes enemigos», tal y como destacó ‘ABC’ el día después de su asesinato. ETA acabó con él para evitar que él acabase con ETA. Gregorio Ordóñez entró en política en el momento y el lugar más difíciles para hacerlo. Puso en riesgo su vida. Lo hizo porque sus valores y su compromiso con la vida, la libertad y la democracia siempre estuvieron por encima de su propia vida. Así lo dijo: «Me metí en política porque quiero a mi tierra y no quería verla doblegada por el yugo de los pistoleros de ETA».

Gregorio se sacrificó, de manera consciente, no por la sociedad en la que vivía, sino por la sociedad en la que aspiraba a vivir. Su principal objetivo era romper las cadenas del miedo, como él las llamaba, para que los ciudadanos pudieran recuperar su libertad y expresar lo que pensaban sin miedo a que les pegaran un tiro. Tarea dificilísima en una sociedad asfixiada por el terrorismo, pero con su arrojo y su firmeza para expresar sus convicciones, lo estaba consiguiendo.

La cobardía es contagiosa, pero la valentía también lo es. Gregorio estaba contagiando su espíritu libre a miles de ciudadanos que no se atrevían a serlo. No era fácil ser libre en un contexto en el que «los servidores de ETA utilizaban las ventajas de la democracia para seguir sirviendo al terror», en sus propias palabras. Fue un rebelde y nunca permitió que le arrebataran su derecho a defender sus ideas con la palabra. Muchos le llamaban radical, pero él, lejos de acobardarse, reconocía que lo era en dos cosas: «en la lucha beligerante contra los violentos y en la honradez».

Su forma de estar en la vida pública y hacer política fue una revolución. Estaba en política no para servir a ninguna sigla, sino para servir, desde el Ayuntamiento de San Sebastián, a sus conciudadanos. Era comprometido, por encima de todo. Entendía que, en una ciudad en la que había asesinatos terroristas prácticamente cada semana, el mejor servicio que podía hacer era tratar de acabar con esa pesadilla. Gregorio transmitía confianza y seguridad, razón por la que tantos donostiarras quisieron haberle dado su voto para que se convirtiera en su alcalde. Pero ETA les arrebató su derecho a elegirlo.

Los pistoleros y sus defensores no podían permitir que quien estaba liderando la transformación de la sociedad vasca hacia un rotundo rechazo al terrorismo ganase la alcaldía de San Sebastián. Gregorio tenía claros los pilares de la derrota de ETA: el rechazo social, la eficacia policial y el aislamiento a los violentos. Sabía que la estrategia del diálogo y la negociación significaba legitimar la violencia como estrategia política. Si no hubiera sido asesinado, se habría acabado con ETA con el Estado de Derecho y no se habría negociado con la banda. Creía que con el Estado de Derecho se podía derrotar a ETA y decía que con los terroristas solo se podía negociar el color de los barrotes de la cárcel. Qué fácil es cambiar el rumbo de la historia con un tiro en la nuca.

Es cierto que ETA ya no nos mata, lo cual siempre será una gran noticia, pero a cambio de un precio: la legalización de sus brazos políticos, la impunidad para muchos de sus asesinos y la escenificación de su ansiado final sin vencedores ni vencidos. Y quienes hemos pagado ese precio por la paz hemos sido las víctimas. Mientras el poder político se empeña en vender la Gran Mentira sobre ETA, que es el mantra de que ETA ha sido derrotada con el Estado de Derecho, yo denuncio que lo que estamos viviendo es un final de ETA negociado.

Hay quien asegura que es un éxito de la democracia que quienes antes pegaban tiros y jaleaban los asesinatos hoy defiendan sus ideas desde las instituciones. Se podría considerar así si no siguiesen justificando el terrorismo etarra, si no siguieran llamando presos políticos a quienes no son más que crueles asesinos, y si no continuaran negándose a romper con su pasado criminal y terrorista. Pero la realidad es que nada de esto ha ocurrido. Los que siempre han dirigido, amparado y defendido el terrorismo no condenan su pasado de complicidad con el crimen ni se avergüenzan de él. Todo lo contrario: recientemente Otegi y los suyos han pedido a los asesinos de ETA que están en la cárcel que se afilien a su partido.

Mientras muchos viven lo que llaman un nuevo tiempo, un verdadero año cero sin ETA, escondiendo su vergüenza moral para no preguntarse dónde estaban y qué hacían mientras ETA mataba a sus vecinos, yo quiero reivindicar la rebeldía de Gregorio Ordóñez. Mientras los ideólogos del terror hacen política con alfombra roja en las instituciones que hasta hace diez años atacaban, yo quiero reclamar el aislamiento de los violentos, aunque no sea una prioridad para el poder político. Quiero animar a todos los que lean estas palabras en memoria de mi hermano a rebelarse ante la tiranía de la legitimación del terror como instrumento político. Perderemos mucho si permitimos que el sacrificio de Gregorio se diluya en un inmerecido olvido.