JAVIER REDONDO – EL MUNDO – 08/07/17
· Ni siquiera consumando su quimérico golpe, los sediciosos constituirían una nación. Una nación es un ámbito de protección, habla a través de sus representantes y en ella rige la ley, expresión de la voluntad general. Por esta grieta también zozobra la fantasía y se frustra el procés. Los amotinados achican agua, expulsan disidentes y se revuelven contra su propio Parlamento. No quieren que debata la «desconexión».
Los golpistas recelan de que ese cuerpo engañoso que emplean contra el resto de España y que llaman «pueblo de Cataluña» sea depositario de soberanía. Por eso maniobran para hurtársela y silenciar a su Parlamento. Con desfachatez y flaca fortuna, pues otro artificio estatutario, el Tribunal de Garantías de la comunidad autónoma, cuyos miembros son nombrados por el Parlament y el Govern, ha emitido un informe contrario a la expropiación y a que los insurrectos eludan la discusión parlamentaria.
El asunto no es menor. Por un lado muestra la magnitud del intento de secuestro de las instituciones en Cataluña. Por otro, recuerda la fuerza del Estado. Los facciosos admiten en su huida hacia adelante que Cataluña está partida. Llegados a tal punto del delirio sólo hay traidores y leales a la causa. Los traidores nunca serían ciudadanos en esa Cataluña de barricadas, comunas, esteladas gigantes, economatos y purgas. Ignora Sánchez que no hay nación moderna sin soberanía; e ignoran los independentistas que tampoco la hay sin ciudadanos libres e iguales. En una nación moderna, todos, no sólo una parte, constituyen una autoridad legítima. La vocación de autogobierno y las ficciones identitarias son atajos tramposos para definirla.
Esta semana ya dimitieron al consejero Baiget por anteponer su patrimonio al procés. Homs protesta en pantuflas y batín, inhabilitado y desde su casa; y Conesa, destacada dirigente del moribundo PDeCat, reconoce: «Hace mucho tiempo que no opino de este proceso». Alberga tantas dudas quien cree que el Estado tiene fuerza para impedir la sedición. O, en una interpretación más generosa con la posición de perfil, quien antepone la seguridad jurídica al sucedáneo vergel de la Dinamarca mediterránea.
He aquí el Estado, he aquí la nación: la seguridad jurídica, o sea, la protección de la libertad, los derechos y el bienestar de los ciudadanos. El Estado tiene el poder coactivo de la norma para defender los principios y valores constitucionales. Lo dice el artículo 3 de la Ley de Seguridad Nacional. Dispone para ello de las instituciones democráticas y actúa en colaboración con las comunidades autónomas. El Estado es paquidérmico, lento, implacable, concienzudo, pétreo, agotador… Rajoy lo sabe y lo interpreta, cauteloso, a la perfección. A este lado, la igualdad ante la ley; al otro, la incertidumbre, la arbitrariedad, las dudas, la confusión, la desconfianza, los iluminados, suicidas y totalitarios.
JAVIER REDONDO – EL MUNDO – 08/07/17