El etarra que huyó a la ciudad eterna a pintar con brocha gorda

EL CONFIDENCIAL 02/04/15

· García Preciado vivió en Roma una vida normal durante 15 años (se casó, tuvo un hijo y trabajó en mil chapuzas) hasta que un día la Policía italiana le despertó del sueño

Los 37 años de prisión que le cayeron al etarra del comando Nafarroa Aritz Arnaiz el 3 de agosto de 1997 y la muerte dos días después en México del miembro de los Comandos Autónomos Capitalistas José Luis Salegui –cuya novia atribuyó a la guerra sucia– enervaron a los cuatro amigos de Jarrai que presenciaban las noticias. El grupo estaba encabezado por el entonces joven Carlos García Preciado, un pintor que tuvo que viajar a Roma para encontrar a la mujer de su vida.

Los cuatro cachorros de ETA decidieron hacer visible su malestar y, como siempre, optaron por el modo más burdo de protestar. García Preciado, que a sus 26 años ya llevaba varios trabajando como pintor, cogió material del almacén en el que habitualmente desarrollaba su labor y fabricó cócteles molotov al día siguiente del fallecimiento de Salegui. Junto a sus tres colegas, con el rostro semicubierto, se dirigió a una sucursal de Caja Laboral de la localidad guipuzcoana de Andoain y todos arrojaron las ardientes botellas con toda la fuerza que les permitían sus fornidos brazos, quizá poco conscientes de las consecuencias que acarrearía su atrevimiento.

El fuego se expandió más rápido de lo que esperaban por la fachada del inmueble. El “gran incendio” –como lo calificó la Audiencia Nacional cuando condenó al instigador tres años después– provocó una intensa humareda que obligó a desalojar con urgencia a todos los vecinos. Las dimensiones de las llamas incluso estuvieron a punto de acabar en tragedia si llegan a explotar los conductos del gas natural.

El 9 de agosto, tres días después, ETA reivindicó la acción a través del diario Egin y señaló para siempre el nombre de García Preciado, que fue detenido y puesto en libertad posteriormente a la espera de que se celebrase el juicio. A finales del 2000, la sentencia de la Audiencia Nacional determinó que el joven de Jarrai debía pasar 16 años en la cárcel por el mencionado ataque a la sucursal bancaria. El tribunal consideró que García Preciado era miembro de ETA, que «originó una grave inseguridad» y que siguió «la estrategia diseñada» por la banda.

Sin embargo, para cuando se hizo público el fallo, el cachorro ya había abandonado el país. La Sección Tercera de lo Penal de la Audiencia Nacional ordenó su busca y captura, pero fue inútil, al menos en esos primeros momentos. Hoy desde la Policía confirman que el terrorista pasó entonces a la clandestinidad en Francia, donde permaneció unos 18 meses.

Años después, en 2006, de hecho, el Tribunal Correccional de París le condenó en rebeldía a tres años de prisión por pertenencia a organización terrorista, precisamente porque el etarra había formado parte de los denominados taldes de reserva de la banda en Francia durante su estancia en suelo galo. La Gendarmería encontró varias fotos suyas –que iban a servir para fabricarle documentación falsa– cuando detuvo al jefe del aparato logístico de ETA en 2001 en Dax, Asier Oyarzábal Chapartegui, Baltza.

Tanto se fundió el joven etarra con el ciudadano corriente que incluso en 2002 se enamoró y se casó con Fiorella pocos meses después

Tras su paso por Francia, cruzó la frontera hasta Italia y se quedó varias semanas en un pequeño pueblo del norte del país. Pero todos los caminos conducen a Roma, y los del etarra también desembocaron allí. En la Ciudad Eterna comenzó a ganarse la vida haciendo chapuzas en negro. Aprovechó la extendida economía sumergida que existe en el país y su experiencia como pintor para desarrollar trabajos por encargo relacionados con el oficio, aunque también tareas de fontanería, albañilería e incluso reparación de muebles. Lo que le iba saliendo.

Todo valía para ingresar dinero y, de paso, aparentar normalidad laboral que le sirviera para pasar desapercibido al control de las fuerzas de seguridad, ya que continuaba vigente la orden de búsqueda contra él en todo el espacio Schengen. El aparato de logística de la banda –uno de los pocos que aún continúa activo– le había conseguido una nueva identidad que le ayudaba a seguir viviendo en impunidad.

Pero tanto se fundió el joven etarra con la cultura del ciudadano corriente que incluso llegó a abandonarse a las rutinas del amor conyugal. Conoció a Fiorella en 2002, se enamoró y se casó con ella pocos meses después, cuando el terrorista apenas había superado la treintena. La chica –nacida en Holanda por azar, pero de padres italianos– trabajaba de dependienta en el negocio familiar en Roma, un establecimiento situado en el barrio de clase media de San Giovanni que permitía vivir bien a todos.

Al principio de la relación, Carlos se limitó a contarle a Fiorella que era un chico reivindicativo de izquierdas, pero poco más: que venía a Italia a buscarse la vida y que quería convivir con ella. Luego, el miembro de Jarrai no tuvo más remedio que confesarle la verdad. ETA proporciona a su gente documentación limpia cada cinco años, con lo que en 2005 tocaba renovar la de García Preciado.

El joven lucía nuevos apellidos, nuevo nombre, nueva identidad, por lo que no le quedaba otra que explicarle a su mujer quién era realmente el pintor español con el que se había casado. La sorpresa, sin embargo, no alteró los planes de Fiorella. Más bien al contrario, ya que la mujer incluso accedió a tener un hijo del etarra. El pequeño nació en 2007 y suponía, como en tantas otras parejas, la guinda del amor entre la pareja.

Fiorella y Carlos decidieron ocultar a su niño y a los abuelos maternos de este –los paternos no sabían nada sobre su vástago desde hacía años– el pasado del padre de familia. Y así lo hicieron. Durante la docena de años que convivió el matrimonio, ninguno de los dos contó jamás la verdadera historia a sus allegados. Era bastante tiempo y todo hacía pensar que la nueva vida de García Preciado iba tornarse en definitiva. La banda iba camino de desaparecer y quizá ninguno de los dos quería mirar atrás. De hecho, el condenado ni siquiera se había puesto en contacto con su familia de sangre en el País Vasco desde que abandonó España.

Eso sí, había algunas cosas con las que nunca rompió: seguía ligado a ETA, que le proporcionó identidades nuevas hasta en tres ocasiones desde que pasó a la clandestinidad en 2000; mantenía su estética abertzale con su inseparable sudadera con capucha; y continuaba fumando papelinas.

Tras casi 13 años de aparente normalidad familiar, sin embargo, una mañana del pasado febrero, cuando Carlos paseaba con su hijo de ocho años por el centro de Roma, varios agentes de los servicios antiterroristas de la Direzione Centrale della Polizia di Prevenzione dello Stato y de la Comisaría General de Información de la Policía española le abordaron por sorpresa. El rostro del padre se volvió blanco de repente.

El aparato de logística le proporcionó una nueva identidad, por lo que no le quedaba más remedio que explicarle a su mujer quién era realmente

García Preciado, alias Roberto, uno de los diez etarras más buscados en ese momento, quedaba detenido en cumplimiento de la orden de busca y captura decretada por la Audiencia Nacional 15 años antes y renovada en 2013. Los agentes acompañaron «con la máxima delicadeza», según fuentes policiales, a su hijo hasta la casa familiar. Allí esperaba la mujer del etarra, que confesó a los funcionarios italianos que la relación entre ambos había empeorado en los últimos meses. Fiorella (nombre ficticio) abrazó al niño y se despidió de Carlos.

El estado físico del arrestado no era bueno, según las mismas fuentes, que lo vieron en persona y que lo describen como “muy delgado y deteriorado” en el momento de la detención, con “los dientes afectados por la droga”. Cuando los agentes le cerraron las esposas, llevaba documentación falsa, la tercera que le había proporcionado el aparato de logística de la organización armada.

Los policías italianos y los españoles cumplían la orden de detención internacional cursada por la Audiencia Nacional, que le había condenado a 16 años de prisión por los sucesos de Andoain, pero también la reclamación ordenada por las autoridades judiciales de Francia, donde le habían caído tres años de cárcel por pertenencia a organización terrorista.

Carlos sigue en prisión en Roma a la espera de ser extraditado a España, donde previsiblemente cumplirá 16 de los 19 años que el guipuzcoano deberá cumplir entre rejas (el resto deberá pasarlos en algún centro penitenciario francés). Si los cumple todos, saldrá de prisión con 63 primaveras y un pasado marcado por un día de locura en el que él y sus tres amigos –ninguno de ellos, por cierto, identificado– decidieron hacerse los duros y lanzar unos cuantos cócteles molotov para protestar por la muerte de alguien a quien no habían conocido.