El euskera es silencio, un silencio opresivo que simboliza la fusión de la violencia y el fanatismo de la sociedad vasca
LAS lenguas no tienen derechos ni se fanatizan. Lo hacen las personas, pero el título de este artículo es intencionado porque pretende resumir lo que ha ocurrido alrededor de este idioma desde el inicio de la democracia en España, que es, a su vez, el proceso en el que podemos entender todo el asunto Egunkaria. Y me refiero tanto a la penetración de ETA en este periódico como a las reacciones nacionalistas a su cierre.
La imagen de los parlamentarios del PNV hace unos días «leyendo» Egunkaria en sus escaños del Parlamento vasco refleja las relaciones de los nacionalistas con el euskera y el papel de este idioma en la actual sociedad vasca. Parte de aquellos parlamentarios ni siquiera son capaces de leer en euskera, y, sin embargo, simulaban ostensiblemente que lo hacían. Porque para ellos, como para todos los nacionalistas, lo esencial de este idioma no es su utilidad para la comunicación sino su condición de rasgo fundamental que diferencia al supuesto grupo étnico de los vascos de otro grupo étnico, el de los españoles. El euskera ha sustituido a esa raza imposible de distinguir de Sabino Arana, y todos los componentes más fanáticos del nacionalismo se concentran en la actualidad en esta lengua.
No siempre fue así, pero lo cierto es que a lo largo de estos años el sector más radical del nacionalismo se ha ido adueñando paulatinamente de todo el mundo cultural y educativo relacionado con el euskera. Y el nacionalismo ex-moderado no sólo se ha ido adaptando a la nueva relación de fuerzas en ese mundo, sino que, en la medida en que se ha radicalizado él mismo, se ha ido fusionando crecientemente con los sectores radicales. La manifestación conjunta de todos los nacionalistas el pasado sábado en San Sebastián y la total indiferencia del PNV, de EA, o de IU, hacia las relaciones de ETA con Egunkaria muestran esa fusión y muestran también que el nacionalismo antiguamente moderado ha llegado a un imposible punto de retorno en su radicalización y confluencia con el conglomerado etarra.
Al final del franquismo, el euskera era un idioma en franco retroceso, propio de los sectores rurales y pesqueros. Y su decadencia no se debía a la represión franquista, ni siquiera a su condición de idioma de las clases populares y, por lo tanto, poco susceptible de imitación como signo de clase social distinguida. Su decadencia se debía fundamentalmente a que era un idioma poco modernizado y poco útil para la comunicación, y que, frente al catalán, tenía una desventaja esencial, que era y es su enorme diferencia con el español y las consiguientes dificultades de aprendizaje y dominio para cualquier castellanohablante, es decir, para la gran mayoría de los vascos.
La prueba fundamental de que esto era así es lo que ha ocurrido con este idioma tras largos años de una inversión pública inmensa en su promoción, tras la discriminación positiva a su favor en el mundo cultural, tras la conversión lingüística de todo el sistema educativo, tras el mantenimiento de un canal de televisión y varias de radio íntegramente en euskera. El resultado de tanta inversión de dinero y esfuerzos es que la expansión de este idioma como instrumento de comunicación es casi nula en el País Vasco. El idioma de los vascos, ahora como en el franquismo, sigue siendo en primer lugar el español, y sólo de forma secundaria el euskera.
Pero el problema del euskera no es sólo su nulo éxito como idioma de comunicación. Sobre todo, el problema de este idioma, y que yo creo lo lastra definitivamente para el futuro, es su apropiación por los sectores más radicales del nacionalismo, y con el visto bueno de los moderados. El componente étnico del nacionalismo, y, con él, todo su fanatismo, se concentra en la actualidad en el euskera.
Porque los nacionalistas creen que constituyen un «pueblo», una «raza» singular, diferente a la de los españoles. Pero la dificultad con la raza es que este concepto suscita enorme rechazo social en la actualidad, y, además, y esto segundo es aún más terrible para los nacionalistas, la observación de los vascos hace imposible encontrar ninguna diferencia racial con los «españoles». ¿Qué queda, por lo tanto, para probar la condición de pueblo singular de los vascos? La lengua, la posesión del euskera, la única peculiaridad que puede sustentar la ilusión del grupo étnico.
Sin euskera no hay etnia vasca y, por lo tanto, la quimera nacionalista desaparece. Sabino Arana, que sigue siendo el ideólogo de referencia para los nacionalistas, no lo olvidemos, sobrevive a través del euskera. No hay Euskadi o Euskalherria sin euskera, porque el pueblo de los nacionalistas, que es un pueblo basado en la etnia, no puede basarse tan sólo en la voluntad, un concepto secundario en el nacionalismo étnico. Y el euskera es el último referente de la etnia.
Por eso el euskera concentra hoy en día todo el fanatismo del nacionalismo. Y por eso es un tema totalmente tabú en el País Vasco. Nadie analiza la situación del idioma, nadie critica en voz alta la política educativa, nadie habla de esta cuestión. El euskera es silencio, un silencio opresivo que simboliza la fusión de la violencia y el fanatismo de la sociedad vasca.
Ciertamente, en los primeros años de la democracia sí hubo gentes que comenzaron a trabajar en el mundo cultural y educativo del euskera que eran independientes del nacionalismo radical, e incluso del nacionalismo. Pero fueron poco a poco fagocitados por los nacionalistas radicales. Porque para estos el euskera no era sólo un medio de trabajo, sino una creencia, y una creencia fanatizada. Y amparados en el tabú que rodea a este idioma, la apropiación radical ha sido casi total.
El resultado es que el euskera, como la ikurriña y otros muchos símbolos, son crecientemente asociados a los círculos radicales que controlan casi todos sus usos y manifestaciones. Se trata de un proceso del que nadie habla, pero cuyas consecuencias serán de hondo calado en el futuro de las relaciones de los ciudadanos con toda esa simbología que se pretendió fuera de todos los vascos pero que los nacionalistas usan como propia.
Los antiguos nacionalistas moderados han dejado hacer a los radicales porque también para ellos el euskera es el símbolo sagrado de la etnia. Tanto es así que ni siquiera importa la relación con el terrorismo, como en el caso de Egunkaria. Porque el proceso contra Egunkaria es un ataque a las esencias de la etnia. Y los nacionalistas se arrastran otro paso, y no sé si queda alguno más, a las cercanías de ETA, incapaces de controlar su pulsión racista. Y sin olvidar los intereses, enormes alrededor del euskera, y que también hacen confluir a radicales y moderados.
Y todos ellos reciben, una vez más, la inestimable ayuda de esas gentes que un día oyeron que la libertad de expresión es sagrada o que delinquen las personas y no los periódicos, y que aprendieron que eso no vale con algunas manifestaciones de la extrema derecha violenta o racista, pero que se empeñan en que sí es aplicable cuando se trata de la extrema izquierda o de los nacionalistas violentos y racistas. Círculos terroristas, nacionalistas ex-moderados y las mentes más obtusas de la antigua progresía confluyen de nuevo. Y ETA recibe otra valiosa bocanada de legitimación.
Edurne Uriarte en ABC, 26/2/2003