El factor E

ENRIC GONZÁLEZ – 13/02/16 – ABC

· Hubo un tiempo en que mucha gente se preguntaba cuál era el secreto de Silvio Berlusconi. ¿Cómo podían fiarse los italianos de un hombre tan turbio? Aclaro para empezar que en Italia nunca nadie se fió de Berlusconi. Ocurría, sin embargo, que los rivales del Cavaliere resultaban aún menos fiables. Porque cargaban con el llamado Factor N, que producía grima a los electores moderados que decidían el resultado electoral.

A partir de 1994, cuando se pelearon y cayó el Gobierno que habían formado, Silvio Berlusconi y Umberto Bossi se llamaron de todo durante años. El líder de la separatista, xenófoba y abracadabrante Liga Norte calificó a Berlusconi de «sucio mafioso que gana dinero con la cocaína y la heroína», «cerdo», «borracho de bar», «fascista» y «Pinochet en malo». Berlusconi, a su vez, llamó a Bossi «chatarrero», «esquizofrénico», «matón» y «cadáver político», y prometió que jamás compartirían mesa. Esto duró hasta que hizo falta un nuevo pacto de gobierno. En 2001, Bossi comentó que su mujer pensaba que un hombre con tantos hijos (cinco) como Berlusconi «no podía ser tan mala persona». Berlusconi respondió afirmando que Bossi era «un hombre de una pieza». Más tarde incluso dijeron ser «los mejores amigos del mundo». Hubo pacto, claro.

Berlusconi jamás olvidó algo que había aprendido de Bettino Craxi, su mentor político, urdidor del pentapartito y emblema de la corrupción más fangosa: había que mantenerse ajeno al Factor N. El Factor N era la maldición de la izquierda y convenía que siguiera siéndolo.

Lo que en Italia se llama Factor N podría llamarse en España Factor E. La n de nemico, la e de enemigo. La gran lección que dejó la Democracia Cristiana italiana fue que en política no existían enemigos, sino adversarios que en cualquier momento podían convertirse en aliados. Mientras la izquierda, en nombre de su pureza ideológica y su pretendida superioridad moral, detectaba enemigos a diestro y siniestro, la derecha atendía sus propios intereses con la ayuda de quien fuera necesario. Es decir, hacía política.

Resulta muy curioso que Mariano Rajoy, un hombre conservador que solía hacer gala de pragmatismo, parezca llevar la E pintada en la frente. Pide a sus rivales que le hagan de palmeros en una gran alianza, pero los trata como enemigos. En su actual estado de desorientación, se comporta como si sólo estuviera dispuesto a tener gestos amables con Rita Barberá y Esperanza Aguirre. Como si sólo importara su partido. Como si fuera el momento del sectarismo.

Él sabrá.

ENRIC GONZÁLEZ – 13/02/16 – ABC