La imposible relación entre Rajoy y Sánchez

EDITORIAL EL MUNDO – 13/02/16

· Ayer quedó patente algo que ya sabíamos, pero cuya escenificación no deja de suscitar inquietud: que la relación entre Rajoy y Sánchez no existe desde el durísimo debate de la campaña electoral. Ni hay una mínima empatía personal entre los dos ni hay capacidad de diálogo ni hay posibilidad alguna de llegar a acuerdos sobre la formación de Gobierno.

La imagen gráfica de esta fractura en la que se mezcla lo personal con lo político es la que refleja nuestra primera página: Rajoy eludió dar la mano a Sánchez cuando éste hizo el gesto de tendérsela al presidente ante decenas de periodistas y fotógrafos.

Luego Sánchez estuvo elegante al dar la explicación de que Rajoy estaba mirando para otro lado, pero lo cierto es que no se dieron la mano y ello no pasó desapercibido para nadie de los que presenciaron la escena en el Congreso.

El distanciamiento entre ambos líderes ha llegado a ser tan ridículo que, durante las horas previas al encuentro, sus equipos estuvieron negociando sobre la sala de la reunión y quien comparecía primero como si se tratara de un encuentro entre Reagan y Gorbachov.

La cita duró media hora escasa y, a tenor de la explicación de Rajoy, hablaron sobre los acuerdos de Estado en materia de unidad y lucha contra el terrorismo, la reforma de la Constitución, la negociación con Gran Bretaña en el seno de la Unión Europea, la inmigración, las políticas económicas y la flexibilización de déficit y otras cuestiones. Con esta cargada agenda de grandes temas, la pregunta es cuánto dedicaron a hablar sobre la formación del nuevo Gobierno.

A juzgar por las comparecencias de ambos, la cuestión se saldó en un par de minutos como máximo, ya que ni siquiera comentaron la propuesta de cinco pactos de Estado formulada ayer por el presidente del Gobierno en funciones. Ni Sánchez le pidió ayer una posible abstención a su investidura ni Rajoy insistió en su planteamiento del Gobierno de coalición con el PSOE y Ciudadanos.

Dicho con otras palabras, la reunión no sirvió para nada excepto para constatar que es imposible que ambos lleguen a un acuerdo que permita desbloquear la gobernabilidad del país.

Por no hablar, ni siquiera hablaron de la corrupción, ya que, según el líder socialista apuntó, prefiere no interferir en el proceso de renovación del PP. Por su parte, Rajoy volvió a asegurar que su partido ha tomado numerosas iniciativas legislativas para combatir esta lacra y que «no ha habido impunidad para nadie».

La respuesta del presidente del PP, que se negó a comentar la situación de Rita Barberá, no es convincente, ya que él es el responsable político de los reiterados y graves casos de corrupción que hemos conocido en los últimos días.

Cuando estalló el caso Bárcenas, Rajoy aseguró de forma solemne que su partido estaba limpio, que él no había cobrado sobresueldos opacos y que la financiación del PP era impecable. Incluso encargó una auditoría interna a su jefa de finanzas. Esas palabras hoy se vuelven contra él, porque asumió unas garantías que no estaba en disposición de ofrecer, como el tiempo ha demostrado.

No hace falta subrayar que Rajoy está hoy muy tocado por los últimos casos de corrupción, que hacen dudar sobre su autoridad moral para encabezar un nuevo Gobierno que tiene que asumir como tarea prioritaria la regeneración de España y sus instituciones.

Pero aun dejando al margen esta cuestión esencial, ayer quedó también muy claro que es virtualmente imposible que haya un acuerdo entre los dos grandes partidos para poder formar un Gobierno estable.

Ello nos lleva a insistir en algo que ya hemos dicho en estas páginas: que la gobernabilidad de España es más importante que las personas. Si ambos son incompatibles y no pueden negociar acuerdos, lo cual es absurdo en una democracia parlamentaria, lo mejor es que renuncien y dejen su sitio a interlocutores que puedan construir un entendimiento básico entre las dos formaciones políticas que han gobernado España en los últimos 34 años.

Lo que pudimos presenciar ayer es desalentador no sólo para todos los ciudadanos sino también para la imagen exterior de España, un país en el que sus dos principales líderes no son capaces ni de darse la mano en público.

EDITORIAL EL MUNDO – 13/02/16