El fascismo nuestro de cada día

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 10/10/13

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· La peor herencia del franquismo es habernos hecho creer que bastaba estar en contra de la dictadura para ser demócratas.

Es curioso: en un país cuyo Gobierno tiene a gala mostrarse en contra de casi todos los proyectos, sean de ley o de otra naturaleza, que provienen del Gobierno central, mostrando así su poder político dentro de los límites de la Constitución española, ha vuelto a tomar cuerpo una costumbre que no había desaparecido nunca, la de llamar fascistas a los que se oponen a los proyectos nacionalistas radicales totalitarios.

En un país que no ha estado alejado de la tradición del fascio, a no ser que queramos purgar de nuestra historia a quienes hablaron de construir en el País Vasco –Euskal Herria en euskera– la Roma de los Pirineos, como Pedro Mourlane Michelena, un país que ha dado a Sánchez Mazas, al músico Tellería que compuso el ‘Cara al Sol’, a numerosos ministros de Franco y que ha visto surgir en su seno a un movimiento totalitario, violento y terrorista como ETA, los que han sido acompañantes voluntarios y legitimadores de este movimiento tildan de fascistas a quienes les critican y se oponen a sus proyectos.

En un país en el que el diputado general de Gipuzkoa pide la exclusión de los que apoyan al PP y al PSE, sus compañeros de partido llaman a otros fascistas. En un país en el que el Parlamento vasco llegó a aprobar un proyecto de reforma del Estatuto que implicaba, en fraude de ley, una reforma de la Constitución española sin ninguna legitimidad para ello, un proyecto que se basaba en distinguir entre ciudadanos y nacionales de verdad, en un país en el que cualquier líder nacionalista se permite decir que los vascos son trabajadores y los españoles vagos como las cigarras, los nacionalistas radicales se permiten llamar a los que no son nacionalistas fascistas.

En un país en el que algunos proclaman la imposición por ley del euskera como obligatorio para todos y en todas las circunstancias llaman a otros fascistas. En un país en el que se proclama desde algunas instituciones públicas y desde algunos partidos el incumplimiento de la ley, en el que se afirma que los sentimientos están por encima de la ley y del derecho, en el que se afirma que sólo los vascos de verdad tienen sitio, se llama fascista a quien no comulga con todo ello.

En un país en el que los herederos de una ETA que aboga por contar con el PP pero sólo una vez excluida de la decisión de autodeterminarse de la sociedad vasca, que afirma en sus textos fundacionales que la cuestión de la forma de gobierno –democrática o no– queda para después de conquistar, por la fuerza, la independencia llaman fascistas a los demás.

En un país que ha sufrido la amenaza, el miedo, la extorsión, el exilio, el asesinato de los que no piensan como los nacionalistas radicales de izquierda por parte del núcleo integrador de esa izquierda nacionalista, ETA, los que han sufrido todo ello son llamados fascistas. En un país que ha perdido en buena parte la capacidad de preguntarse dónde ha estado y qué ha hecho durante tanto tiempo en el que ETA y sus acompañantes han campado a sus anchas en su seno, estos mismos se permiten llamar fascistas a los que no comparten sus ideas y los critican.

En un país en el que se ha querido implantar, en nombre de la autodeterminación y la territorialidad –dos conceptos que bien poco tienen que ver con los derechos y las libertades fundamentales de los ciudadanos– un control social, cultural, lingüístico y político cerrado, se llama fascista a quienes se resisten a ese proyecto totalitario.

El psiquiatra y psicoanalista Erik H. Erikson enseñaba a diferenciar totalidad de conjunto. La totalidad surge cuando una parte es elevada a la categoría de todo, mientras que el conjunto surge del esfuerzo por integrar a todos los que lo componen. La totalidad excluye, el conjunto trata de incluir. La democracia algo tiene que ver con la idea de que no basta la hominización, si a ésta no le sigue, a lo largo de la historia de la humanidad, la humanización solamente posible por medio del esfuerzo por incluir a los diferentes, a los excluidos, a los débiles, a los descolgados.

La peor herencia del franquismo radica en habernos hecho creer que bastaba estar en contra de la dictadura para ser automáticamente demócratas. Un demócrata se define por lo que defiende, no por aquello contra lo que lucha, o dice luchar, o simplemente no compartir, y muchas veces solamente a posteriori. Mucho antifranquista era dictador por aquello en lo que creía y defendía. Mucho antifranquista tenía muy poco de demócrata. Y esto vale aún más para los antifranquistas póstumos, no porque ellos hayan muerto, sino porque son antifranquistas tiempo después de la desaparición de Franco, de la dictadura y de su régimen. Pero siguen siendo totalitarios. Hay ideas de Euskadi o de Euskal Heria que son totalitarias. El uso del nombre no sana el pecado del contenido que se le da.

Democracia vivida tiene que ver no con grandísimos principios, con palabras redondas y rotundas, con promesas de totalidad, sino con la limitación, con el sometimiento de la voluntad soberana al imperio del derecho, con el convencimiento de que no hay verdad definitiva, de que en el espacio público, ése que se constituye al margen de la privacidad de la casa, del hogar, del solar y de términos parecidos que son prepolíticos y, por consiguiente, predemocráticos, no se dirimen las cuestiones últimas de fe, sino siempre cuestiones limitadas, de acuerdo con la limitación de la libertad a las reglas y procesos que regulan la convivencia de los diferentes.

Quienes están recurriendo estos días a llamar fascistas a miembros del PP están ejecutando lo mismo que proclaman con otras palabras: su exclusión de la comunidad política vasca, están ejecutando un proyecto totalitario, están actuando en fascista escudándose en lanzar ese término a sus oponentes. Serán legales, y por las gracias que les hacen muchos han llegado a creer que son democráticamente legítimos, pero se encuentran radicalmente alejados de lo que es la democracia vivida.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 10/10/13