El general

ABC 06/11/15
DAVID GISTAU

· Si un partido de extrema izquierda pretende mejorar sus perspectivas y su honorabilidad, ya no ficha a un intelectual

NO sé si alguien se dio cuenta de que esto iba a suceder ni si alguien puede explicarlo ahora que sucedió. Pero, en la gran discusión nacional contemporánea, resulta que el intelectual y el artista comprometido ya no son complementos de vestuario útiles para el hombre público. No legitiman como antes. No expiden salvoconductos de la inteligencia. La sociedad está harta de ellos e incluso recela de la pureza moral de sus intenciones y de sus «Yo acuso». Están gastados como sacerdotes laicos que ungen a los elegidos. El de los abajofirmantes es un oficio casi tan extinguido como el de los luthiers. La figura, además, ha sido destruida por las versiones autoparódicas que nos regañan aun careciendo de dos dedos de frente. De hecho, Pdr Schz trató el otro día de organizar un acto de aclamación intelectual como los gloriosos del tiempo de la ceja y lo que le salió fue una tristeza residual, con gente que parecía haber ido por las croquetas de después, y que por poco no anticipó ahí mismo su velatorio profesional previsto para diciembre.

Mientras tanto, la figura que garantiza prestigio e infalibilidad moral resulta ser la del militar. El mismo personaje que se pasó buena parte del posfranquismo recluido en un ámbito de culpa y clandestinidad tan feroz que en la sensibilidad colectiva de la izquierda prosperó la aberración según la cual la presencia de un uniforme mitigaba el dramatismo de un atentado de ETA. Sólo la experiencia del felipismo en el poder y en el sufrimiento compartido creó por fin lazos de empatía que habían quedado aún más bloqueados después de que los carros de combate salieran a la calle en el 81. Hasta llegar a este momento español en el que la crisis ha arrasado la reputación de casi todos los estamentos públicos, con escasas excepciones, entre las cuales está el militar. Tanto es así que, si un partido de extrema izquierda pretende mejorar sus perspectivas, su empaque y su honorabilidad, ya no ficha a un intelectual de los que estuvieron en los sótanos de la DGS ni a un artista con los dedos amarillentos de tanto fumar el Gauloises de Camus. Ficha a un general. Como antes el PSOE a una comandante que traía adosada a Irene Lozano como el falso Pujol de «Desafío total».

Ya han sido suficientemente desmenuzadas las posibles contradicciones entre un credo militar y la ideología de Podemos, ya se trate de la versión original o de la camuflada. Lo que uno pretendía hacer notar es esta novedad política por la cual el mero anuncio del nombre de un general mejora las expectativas de un partido y hace que sea tomado más en serio como posible gestor del Estado. De este nuevo peso específico del militar en la vida pública da fe un hecho: fue anunciarse el nombre de José Julio Rodríguez, y al instante se habían movilizado los adversarios para aplastarlo con relatos de antiheroísmo y conductas gregarias. Eso sólo ocurre cuando se detectan enemigos poderosos. Con los otros, la costumbre es desdén o mofa.