Lo específicamente vasco en el ámbito cultural se limita a dos terrenos: un idioma y un folklore. El invento de la identidad única y separada es meramente político. Persigue resistir a la globalización universal mediante la globalización vasca, en la que haya una sola identidad para todos los vascos pero en la que tú o yo, individuos, no podamos tener nuestra identidad.
La formación del espíritu nacional ha sido siempre una de las querencias de los regímenes totalitarios y de los que aspiran a serlo. También apunto que nunca dura demasiado en sus efectos, pero sí el tiempo suficiente para hacer sufrir a un par de generaciones por lo menos.
Y he aquí que desde el Gobierno Vasco se dice que sobre las cabezas de los niños hay que atornillar el así llamado currículo educativo vasco «si queremos seguir siendo país». El consejero de Educación, en un ejercicio de descreimiento, dice que «es un instrumento para la pervivencia de la cultura vasca». Porque es evidente que tanto el Gobierno como su portavoz en la cosa educativa incurren en una confianza en el decreto administrativo mucho mayor que la que dispensan a la que denominan «cultura vasca». Ésta, al parecer, es tan débil que depende de una disposición legal; y la disposición es tan poderosa que evitará nada menos que la decadencia y la desaparición de toda una cultura. Claro que el consejero habla también de un pueblo -por si lo de cultura parece poco- que tiene voluntad de serlo y ha de garantizar la quizá dudosa «pervivencia de la cultura vasca».
Antes de continuar, vamos a ver si nos ponemos serios y llevamos la cuestión hacia algo mínimamente aceptable desde un punto de vista intelectual. Lo específicamente vasco en el ámbito cultural se limita a dos terrenos: un idioma y un folklore. El primero, exento de purezas por la evolución normal en contacto con otras lenguas, en especial las otras dos que también son vascas, y una de ellas nacida y dando sus primeros pasos en geografías en las que se hablaba el idioma vascuence. El segundo, propio sí, pero lleno de reminiscencias y parecidos con otros pirenaicos, ibéricos y cantábricos. ¿Y qué importa? Para consuelo de los aterrados por las mezclas -algunos de los que conozco las han admitido y ejercido en su propio hogar- les diré lo que vengo manteniendo desde hace muchos años: las purezas son estériles, se agotan en sí mismas; la exogamia, el contacto, la amalgama, son lo único fértil.
Y para el resto de las manifestaciones culturales -artísticas, científicas, filosóficas….- no hay nada que distinga profundamente a las que aquí o por vascos se producen de las que se crean en otros lugares de nuestro gran ámbito cultural, llámese occidental, europeo, civilización grecolatina, o como se quiera, pero ya nos entendemos. ¿O es que a Arriaga se le nota en su música que era bilbaino? ¿Y a Oteiza en su escultura que era de Orio? ¿Cuál es el sonido o perfil por los que se averigüe su idiosincrasia vasca? O sea que dejémonos de zarandajas y reconozcamos que lo que produzcan los ciudadanos de aquí será lo que se puede llamar cultura vasca, sin más señas de identidad.
El invento de la identidad única y separada es meramente político, hasta tal punto que sobre él se pretende montar un «marco de referencia para toda Euskal Herria», aunque en un arranque de modestia se dice que el pretendido currículo sólo será válido para la Comunidad Autónoma del País Vasco (de Euskadi). Por si queda alguna duda de su carácter sectario -además de político- la génesis de la ocurrencia está en la Confederación de Ikastolas, organismo especializado en la filosofía de la cultura y exquisitamente neutral, como todos sabemos. Y el resultado persigue resistir a la globalización universal mediante la globalización vasca, en la que haya una sola identidad para todos los vascos pero en la que tú o yo, individuos, no podamos tener nuestra identidad si queremos ser vascos a tiempo completo, quiero decir no sólo para pagar impuestos a los entes llamados arcaicamente forales.
Alguien ha señalado, con cierto candor, que el proyecto «ahonda en las diferencias identitarias». Es que la finalidad política es precisamente esa, tenga o no tenga basamento histórico, filosófico y menos aún de voluntad de convivencia. En cuanto al absurdo e inútil desprecio al idioma español -o castellano, si lo prefieren- ni lo comento por no sonrojar a los inventores de este despropósito.
El gran problema es que este sectarismo político se lleva a cabo en contra -y con consecuencias para el futuro- de la racionalidad, de la convivencia, del pluralismo, de la democracia, de la evolución histórica y hasta del conocimiento intelectual y de la educación basada en los valores de la igualdad, la libertad y la ciudadanía. ¿Es posible que no se den cuenta de ello quienes quieren obligar a estas tonterías que pretenden como definidoras de lo que hay que ser aquí? ¿Están tan ciegos que creen que la historia va a caminar a largo plazo en el sentido que quiera un gobierno transitorio? Lo que sí conseguirán es inducir la falsedad y el pensamiento único en una comunidad que sin la violencia y con la libertad podría desarrollarse armoniosamente, y de esa otra manera se mantendrá una falta de convivencia indigna de este País Vasco que ya ha soportado demasiadas guerras civiles; en definitiva, estará convertido permanentemente en un país de esclavos mentales: felices los que participen directamente o de soslayo en el poder, infelices los demás. Y esto durante un tiempo que no podrá ser perpetuo, desde luego, pero sí indeseablemente largo.
Pero la ceguera, el desdén por toda identidad personal que no se atenga al dictado nacionalista, proviene de aferrarse a la mitología y no a la historia como maestra de la vida y, también, de querer convertir un gobierno -quizá excesivo en su duración- en un régimen político, me temo que milenario en la intención teórica, pero para hijos y nietos en la razón práctica.
Por lo tanto, me niego a «ser» de la manera que me quieran imponer, me niego al reduccionismo intelectual y vital que supone la definición apriorística de cómo debe ser, pensar, sentir y hacia dónde debe caminar cada educando de nuestra tierra para que, al final, se siga quemando en esta hoguera.
Y al otro reduccionismo, que veta como cultura vasca a la que no entra en el canon definido políticamente.
A riesgo de que se consideren «insinuaciones trasnochadas» -quizá a quien lo dijo le sienta mal trasnochar- estoy dispuesto a sostener lo aquí dicho y, señores mandatarios, quedo a su disposición para cuantos detalles necesiten al objeto de ilustrarse, y en este menester me encontrarán en el domicilio que a continuación se expresa: enfrente.
Ángel García Ronda, EL DIARIO VASCO, 4/5/2006