El hartazgo noruego

EL CORREO 06/03/13
TONIA ETXARRI

Se cansaron de esperar. No los dirigentes de ETA que se plantaron un día en territorio noruego, confiando en que la conjunción de la inercia del Gobierno de Zapatero, si hubiera sido heredada por el Ejecutivo de Rajoy, y la insistencia de los verificadores acabara por provocar el Santo Advenimiento. Pero no se produjo por la sencilla razón de que el Ejecutivo del PP no ha atendido, durante este tiempo, al reclamo del triunvirato de la banda que, durante unos meses, ha disfrutado de la hospitalidad del Gobierno de Oslo.

‘Ternera’ y sus dos socios creían que su mera presencia en el país nórdico iba a atraer a algún emisario del Gobierno español. Así se lo transmitieron al primer ministro Jens Stoltenberg, promotor de los encuentros entre las FARC y el Gobierno de Colombia. Pero en este caso no ha funcionado. Ni siquiera fue cierto que el Ejecutivo –«al menos Interior», dicen– recibiera una comunicación directa de su homólogo noruego avisándole de que tres representantes de ETA esperaban la llegada de un emisario español para darle detalles sobre el supuesto desarme parcial que querían notificar.

Pero si querían ver a tal emisario no era sólo para marcarle en el GPS el lugar del arsenal, sino que pretendían cobrarle un precio por ello. Más que un malentendido, parece que hemos asistido a la exhibición de un señuelo por parte de los terroristas para forzar al Gobierno de Rajoy a negociar un cambio en la política penitenciaria. ETA quería cita. Pero no la ha tenido. Tan sólo el mensaje reiterativo del Gobierno diciendo que «no hay nada que negociar hasta que no entreguen todas las armas». Y el Ejecutivo noruego, ante la ausencia del «pase de señas», se cansó de esperar. Recogió la mesa de juego y terminó por obligar al triunvirato etarra a que abandonara su plácida estancia, unos días antes de que los llamados verificadores de Manikkalingam viajaran a Euskadi para entrevistarse con representantes sociales y dirigentes de todos los partidos, menos el PP y UPyD. Noruega, finalmente, ha retirado el amparo a los dirigentes de ETA al darse cuenta de su nula voluntad de «hacer gestos» para avanzar en su desarme.

Los verificadores también están llegando a la misma conclusión. La banda exige y no se mueve. La decepción, pues, se generaliza y comparte, incluso, entre quienes más implicados se han sentido con la idea de disuadir a los terroristas de que pongan el broche final a su terrible historia. Los mediadores y los verificadores van abandonado el discurso sobre la necesidad de que «las dos partes» tienen que dar pasos. El portavoz del Gobierno vasco, Josu Erkoreka, poniendo el acento en que la decisión de los terroristas fue «unilateral». Año y medio después del anuncio del fin de su actividad, ETA sigue igual. Resistiendose a desaparecer. De este capítulo queda, sin embargo, en el aire la pregunta del millón. Si el Gobierno español dice que seguirá persiguiendo a ETA «allá donde se encuentre»… ¿por qué no lo hizo cuando ‘Ternera’ y sus dos socios estaban en Oslo?