ABC 18/06/15
IGNACIO CAMACHO
· La crisis esperada en Madrid ocurrió en Barcelona. El nuevo Gabinete de Rajoy quedó madrugado por el de Susana Díaz
ESTABA el país –o la opinión pública, que tampoco hay que exagerar– esperando una crisis de Gobierno en Madrid y sucedió en Cataluña. Iba a anunciar su nuevo Gabinete Rajoy y le madrugó el suyo Susana Díaz. Al presidente se le pudren las crisis en las manos, entre dudas, cabildeos y misterios. A su talante estático le cuesta horrores hacer reajustes, alterar el paso, y mientras se lo piensa el mundo va dando vueltas a su alrededor, girando sobre el eje de su quietismo. Así ha logrado desembarazarse de rivales en su partido y de adversarios en los demás; los liquida a base de dilaciones o de inmovilidad, de dejar que se estrellen por su propia inercia. La única manera de sobrevivir a ese liderazgo rígido es estarle cerca y sin moverse. Todo el que adquiere dinámica propia acaba descalabrado.
Con la paciencia de un hombre sin reloj dejó desplomarse a Zapatero y vio cómo Rubalcaba salía triturado pese a tratar de imitar su estilo de acecho y aguante. En su partido ha despeñado a Camps, precipitado a Rita Barberá, amortizado a Arenas y hasta jubilado a Pedro Sanz, que parecía una versión riojana de Jordi Hurtado; está incluso a punto de forzar el autodespido de Vicente Herrera y su espejo. Anteayer logró el finiquito de la correosa Esperanza Aguirre, aunque ésta tiene las vidas de un gato y aún parecen quedarle varias. Sólo le ha resistido hasta ahora Artur Mas, que en cada envite se deja más jirones y tampoco es improbable que acabe en la vía muerta con su cimarrona huida hacia adelante. El siguiente en la lista es Pedro Sánchez, que probablemente sólo disponga de una bala, la de noviembre, para liquidarlo. Y su intención secreta es dejar que el gas efervescente de los nuevos líderes, Rivera e Iglesias, se disuelva como las burbujas de un refresco en el vaso de su imperturbable resistencia.
Con la bronca de ayer en una Cataluña sacudida por los vaivenes de la marea soberanista, Rajoy tal vez pueda apuntarse también la muesca de Duran Lleida, experto en catalepsias y resurrecciones. Duran le ha hecho a Mas, por las bravas, la crisis que Rajoy se aplaza a sí mismo. El estilo marianista ha sublimado la teoría fotográfica de Alfonso Guerra, según la cual el que se movía a destiempo se quedaba fuera del encuadre del poder. Con Rajoy el foco sólo le apunta a él; en derredor suyo salen figuras borrosas, desplazadas por la fuerza cinética de su propio desasosiego.
Quizá en esa estrategia de la esfinge se le haya olvidado al presidente que detrás del objetivo de la política también hay un público que observa la composición de la escena: una sociedad en la que se registran importantes movimientos tectónicos. A veces queda en el aire la sensación de que el líder inmutable no entiende ese comportamiento colectivo que se produce tras la cuarta pared y que amenaza con dejarle solo con su cuajo en una foto muy bien enfocada.