EL CONFIDENCIAL 21/03/15
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· El coste de lanzarse a una campaña sin contenido programático ha sido altísimo para Díaz, que no ha demostrado la de empatía, liderazgo, consistencia de discurso y proyección política que se le atribuían
Las campañas electorales sirven para poco cuando son buenas pero pueden hacer mucho daño si son malas. Especialmente cuando se convierten -como ha ocurrido con la andaluza que acaba de terminar- en el paraíso de la charlatanería, según expresión de Bernard Shaw. Y sirven también para descubrir personas bien dotadas para la oratoria y la persuasión y desembozar a los ineptos. Contrastan aptitudes y actitudes. Tienen, por lo tanto, alguna utilidad marginal a la esencial que es recabar votos de los indecisos por más que parezcan diseñadas para afirmar a los convencidos en la bondad de su opción.
Susana Díaz y el PSOE ganarán los comicios andaluces, pero el coste de la operación de abortar la legislatura y lanzarse a una campaña sin contenido programático ha sido altísimo para la presidenta de la Junta que no ha demostrado -todo lo contrario- los atributos de empatía, liderazgo, consistencia de discurso y proyección política que se le atribuían por propios y por no pocos extraños al socialismo.
Susana Díaz ha estado más que nerviosa, crispada; más que enardecida, gritona; más que propositiva, autoritaria; más que abierta, hermética
Susana Díaz ha estado más que nerviosa, crispada; más que enardecida, gritona; más que propositiva, autoritaria; más que abierta, hermética; más que empática, introspectiva. Permanentemente agitada, Díaz no sólo ha perdido en términos de opinión publicada los dos debates televisivos frente a sus rivales, Juan Manuel Moreno y Antonio Maíllo, sino que, además, se ha dejado en el intento casi todas las expectativas de estrategia, templanza, listeza y mesura con que se le connotaban.
Antes de empezar la campaña electoral, la presidenta de la Junta de Andalucía suponía una amenaza al liderazgo de Pedro Sánchez. La mayoría de analistas pensaban -y así se ha escrito- que la andaluza era muy superior al madrileño en todos los ámbitos. Hoy, día de reflexión, pocos seguirían apostando por ella para la candidatura socialista a la presidencia del Gobierno. Más aún: si el Partido Popular, Ciudadanos, Podemos, Izquierda Unida y UPyD superan las expectativas de las encuestas y el PSOE no se pasea por encima, aunque sea ligeramente, de los 44-46 escaños, no faltará quien atribuya el regular resultado a la mala factura de la campaña de Susana Díaz.
Con todo, lo más preocupante de la actual presidenta de la Junta andaluza ha sido su vaciedad de ideas que ella ha reflejado en un rostro permanentemente afligido -victimizado por los ataques de los adversarios- o de sonrisa impostada -maternalmente vinculada a los andaluces y a Andalucía-. Por momentos, el tono de Díaz era el de una Eva Perón rediviva que trataba de enardecer -en realidad los ensordecía- a sus descamisados arrogándose la exclusiva de la patente del andalucismo. Ella es Andalucía y por ella pena, lucha, grita y llora Susana Díaz. Demasiado. Y sobre todo, demasiado anacrónico, muy elemental, muy básico, poco convincente.
La emocionalidad de la presidenta -siempre con un furtiva lágrima a punto de despuntar- y su tono quejumbroso con éste y aquel adversario, tratando de establecer una vinculación sentimental entre la audiencia y ella, más allá de cualquier propuesta política o proyecto de gestión, ha retrotraído a la líder socialista andaluza a escenarios de debate periclitados y superados. De modo tal que a medida en que avanzaba la campaña, Díaz se hundía en la nadería atronadora de sus mítines todos cortados por el mismo patrón: ella como quintaesencia del andalucismo.
El mejor parado de esta mala campaña electoral de Susana Díaz ha sido Pedro Sánchez, el secretario general del PSOE, que ha deambulado por Andalucía lo justo. Fuera porque él no ha querido, fuera porque no fue invitado a hacerlo. Para Díaz la campaña ha sido una anchísima Castilla, muy crédula en las condiciones de su liderazgo y muy ansiosa de mostrarlas. Y cuando lo ha intentado, han emergido más las impotencias que las fortalezas, reducidas éstas a un remedo de peronismo exaltado que ha rozado la mala educación. Y en política la educación -ahí está el expresivo caso de Ángel Gabilondo– es el primero, el segundo y el tercero de sus principios rectores, como escribió el expresidente francés Jules H. Poincaré.
La campaña ha revelado que, en el PSOE, Susana Díaz no era lo que parecía: el mirlo blanco, la gran esperanza, la apuesta por el futuro
Antes de que las urnas establezcan vencedores y vencidos, la campaña ha revelado que, en el PSOE, Susana Díaz no era lo que parecía: el mirlo blanco, la gran esperanza, la apuesta por el futuro. Le queda tiempo y avatares para cuajar en la política que se creyó -¿y creímos?- que era. Se olvidó demasiado deprisa, en un ambiente de escasez de referencias como el que vivimos, que la presidenta de la Junta, en su juventud -lo que es una ventaja- carecía de experiencia y fogueos -desventajas-, siendo lo segundo más determinante que lo primero. Su expediente político prácticamente en blanco pudo haber sido un activo. No se entiende -más que desde la torpeza- que lo haya emborronado con una campaña olvidable en medio de evocaciones populistas y emocionales impropias de los tiempos que corren.
Sánchez ha logrado en poco tiempo desarbolar al viejo PSM de Tomas Gómez y poner en su verdadero sitio a Susana Díaz. El balance para el secretario general del PSOE parece bueno. Lo mismo que para el candidato del PP, Moreno Bonilla: el malagueño, primerizo en estos lances, ha estado mejor de lo que se esperaba. A ver si ha evitado el desplome anunciado de su partido.