El interruptor y los cables

Ignacio Camacho-ABC

  • La cuarentena nacional se cumplió porque la dictó Sánchez. Un amago parcial de Ayuso ha sacado a la izquierda a la calle

Ahora ya no hace falta formular hipótesis contrafactuales -que por indemostrables se convierten en un mero ejercicio especulativo- sobre cómo habría sido el duro confinamiento de primavera si lo hubiese decretado un Gobierno de derecha. Las manifestaciones contra la cuarentena light impuesta por Díaz Ayuso en algunos distritos de Madrid permiten atisbar la respuesta a esa conjetura con hechos de cierta base concreta: a la extrema izquierda le han bastado unas leves medidas de emergencia para montar una movilización callejera. Con este ejemplo real es fácil de imaginar lo que hubiese ocurrido ante la eventualidad de un estado de alerta aplicado con máximo rigor, incluido el despliegue del Ejército, en España entera: llamadas a la desobediencia, campañas de agitación, barricadas de protesta, denuncias de golpe de Estado encubierto bajo el pretexto de la pandemia. La demagogia de los ricos en sus chalés y los pobres hacinados en sus humildes viviendas, la narrativa de un pueblo arbitrariamente privado de sus derechos constitucionales por la fuerza.

El actual ministro de Consumo resumió hace unos años el proyecto del Metro de Málaga con aplomo dogmático: se trataba de que las clases dominantes circularan en sus Audis -como el que ahora lo que transporta a él- por arriba y los trabajadores por abajo. Ése es el pensamiento (?) que subyace también en el debate sobre el aislamiento selectivo de la capital: la supuesta segregación por barrios que recluye en sus casas a inmigrantes y obreros y otorga libertad de movimiento a burgueses y «cayetanos». Ningún argumento, por ahora, sobre la eficacia (dudosa) de la decisión en los términos que importan, que son los del improbable alivio sanitario, los de la dificultad de cumplimiento de la orden sin instrumentos jurídicos adecuados y los de la posibilidad de provocar un involuntario colapso ciudadano. Sólo ramplona sociología populista, dialéctica manchesteriana de saldo; «marxismo Covid», lo llama Luis Ventoso con excesiva generosidad intelectual para un materialismo histórico tan trivial y barato.

Fue una suerte, en el fondo, que el estado de alarma, tardío y abusivo pero imprescindible, lo dictara Sánchez. Porque sólo así resultó posible su acatamiento generalizado con ejemplaridad responsable. La izquierda se ha arrogado en España la facultad exclusiva de representación de los intereses populares y el privilegio de mantener o desestabilizar a su conveniencia estratégica la convivencia civil o los consensos sociales. Se sabe dueña de la calle y del poder de controlarla según ocupe o no las instituciones oficiales. Cuando no maneja el interruptor o el cuadro de mandos, simplemente corta los cables. Este principio de autoridad intangible, convertido de facto en una suerte de derecho de pernada política inalienable, es lo que Ayuso está a punto de comprobar en sus propias carnes.