Luis Ventoso-ABC

  • Entre lo más cansino del Gobierno destacan sus aires de superioridad moral

Disculpen una anécdota desde el yoyoísmo. Voy a contar cómo me vacuné del nacionalismo y la izquierda. Tenía veinte y pocos años y ‘La Voz de Galicia’ me envió a cubrir unas elecciones gallegas siguiendo a uno de los candidatos. Pero Juan Ramón, el legendario director que mejoró aquel periódico, apodado ‘El Jugadas’ por su socarrona astucia, mantenía una salutífera costumbre. Para evitar síndromes de Estocolmo, a mitad de campaña nos cambiaba de candidato. Así que de repente pasé a seguir a Beiras, pinturero líder de los nacionalistas-socialistas del BNG, un volcán escénico. En el primer mitin me senté ante el escenario con mi libreta y de lo más tranqui, pues por entonces no estaba especialmente interesado en la política ni tenía una decantación ideológica clara. Pero avanzada su faena, un Beiras ya arrebatado suelta lo siguiente: «¡Y ‘La Voz’! ¡Que cambia su periodista a mitad de campaña para ponerme a uno franquista!». Me quedé lívido y me pillé un globo importante. Tan es así que para manifestarle mi malestar busqué la dirección del profeta nacionalista y me planté en su vivienda, una hermosa villa rehabilitada en el rural de las afueras de Santiago. Me recibió un poco demudado, intentando serenarme con excusas de mal pagador, y enseguida me pareció lo que era: un piji-progre, con su piano, su moda de lino y sus cigarros rubios ingleses, un comunista que vivía como un señorito mientras prometía la redención a un pueblo gallego que nada tenía que ver con él y su burbuja. Allí aprendí tres lecciones: la izquierda y el nacionalismo son intolerantes con las ideas ajenas, viven convencidos de que están en posesión de la verdad única y mantienen una paradójica discrepancia entre lo que predican para los demás y lo que se recetan para ellos mismos (que es lo que queremos todos: vivir bien).

Han pasado muchos años. Siguen igual. Entre lo más cansino de este Gobierno destacan sus aires de superioridad moral. Se vio ayer en el Congreso. Una diputada de Vox preguntó a Yolanda Díaz por su inhibición ante los despidos de Caixabank. Eludió la cuestión y acusó a la diputada opositora de «agresión a la mayoría social». Luego un parlamentario de UPN preguntó a la ministra de Industria por su falta de apoyo a las empresas navarras. La sorprendente réplica de la ministra consistió en acusar al diputado de no estar «en el lado bueno de la historia». Contra la evidencia empírica continúan dando por sentado que toda la sociedad española comparte su dogma ‘progresista’ y creen que la izquierda posee el monopolio del acierto.

A Obama le encantaba repetir aquello de «estamos en el lado correcto de la historia». Habría que preguntárselo a los estadounidenses postrados que desatendió con su progresismo urbano-chic; a los sirios que dejó tirados frente a un genocida, o a las víctimas de su pasividad ante Daesh. En cuanto se confronta la prédica santurrona con los hechos el globo pincha. Ahí tienen al gran Iglesias Turrión, que ya se ha cortado la coleta de las barricadas y ahora parece el bajista de Duran Duran.