Juan Carlos Girauta-ABC

  • Que democracia y destape llegaron de la mano es cosa tan conocida que no vale la pena ahondar

La delegada del Gobierno en Madrid ha resucitado una voz que nos toca la fibra: libertinaje. Qué recuerdos. Restituyendo sus dudosos honores, salvando al término del desuso, doña Mercedes me devuelve a la infancia, al parvulario de Rambla de Cataluña donde la madre Ángeles, teresiana que me tenía ojeriza -según mi madre por mi largo cabello rubio-, abusaba a diario de la dicotomía: «Confundes la libertad con el…» No quiero escribirlo.

El paso del tiempo nos debilita; no lo permitamos. Lo que fue lamentable o deprimente, lo que nos quitó el sueño sin motivo, lo que trató de empobrecer nuestros pensamientos o nuestro discurso fue odioso y aún lo es. No saludes por la calle a ese calvo en el

que reconoces al imbécil del pupitre de atrás. Varios miles de chinas a la nuca te lanzaría a lo largo de los cursos en que lo sufriste. Si te aborda él, ignóralo. Si insiste, revélale la verdad: nunca fuimos amigos. Si se rebota, comunícale que sigue siendo tan imbécil como en el setenta, que el medio siglo transcurrido no lo ha mejorado.

Del mismo modo hay que tratar a la palabra libertinaje, y sobre todo a la dicotomía, esa succionadora de sentido, esa aplanadora, esa tiranuela que se arroga la potestad de delimitar tu libertad, más importante que tu vida. La putrefacta dicotomía libertad-libertinaje es la bruja arquetípica, amargada, perversa, con verruga negra y prominente en la punta de la nariz. Siempre ha trabajado para que no seas feliz, y esa palabreja es uno de los rasgos por los que tradicionalmente se la distingue. Como al diablo por el pie.

Cuando párvulo, no le di muchas vueltas a la insistente admonición de la madre Ángeles. Creo que la primera vez debió chocarme puesto que la dicotomía se presenta casi como un juego de palabras, y eso siempre emboba a los niños chicos. Es posible que identificara libertinaje con tirarle una tiza a algún compañerito, con dar un grito repentino, no sé. Las connotaciones lúbricas no aparecerían hasta mediados de los setenta, cuando los mismos que se oponían a la llegada de la democracia querían que te guardaras el aparato. A ver, que democracia y destape llegaron de la mano es cosa tan conocida que no vale la pena ahondar. La democracia adoptó la figura de Victoria Vera, de María José Cantudo, de Blanca Estrada, de Ágatha Lys y de Nadiuska. Para los que nos asomamos a la carne en ese feliz contexto no puede haber solución de continuidad entre la separación de poderes y ‘La trastienda’.

Suárez ganó el pulso, los quioscos de las Ramblas se llenaron de alegría y los franquistas se hicieron de Convergència en un santiamén. No sé en Madrid de qué se hicieron, aunque lo sospecho: ¿felipistas? Sí, claro. Los idealistas siempre están con el que manda. Y a nadie se le ocurrió desempolvar la dicotomía hasta que llegó una nave de Marte y de ella descendió, ajena a todo, Mercedes González. Fue como oler un porro.