Gregorio Morán-Vozpópuli

Desconfíe de quien le dice que no le interesa la política. O es tonto o es pobre. Pasa algo parecido con los que aseguran que no tienen interés por el dinero, o por el sexo. Averigüe y descubrirá con toda probabilidad carne pusilánime de psiquiátrico. Es como quien asegura que no le interesa la Hacienda pública. No se preocupe, porque la Hacienda sí que se interesa por usted y le importa un comino su desinterés, siempre que pague. Estamos metidos en un embrollo político como no se recuerda en democracia. Las urnas han dejado una radiografía del país entre el tumor maligno y la infección crónica. Todo lo más tenemos acceso a mirar la placa y hacernos una vaga idea de cómo va a quedar el paciente tras los paliativos. Si no deciden quienes pueden hacerlo ir a unas nuevas elecciones sabemos que entramos irremisiblemente en la UVI.

Este país plurinacional, plurilingüe, pluri moderno y pluri endeudado, al que llamamos España para entendernos sin entendernos, no tiene gobierno en vistas a menos que le dé el visto bueno un fugado de la justicia cuya primordial tarea, como es lógico, consiste en que le quiten de un plumazo todos los delitos para volver a cometerlos. Y gracias a su predisposición exige que se resetee la historia y pueda aparecer como vencedor virginal sobre los cadáveres políticos y la catástrofe social que él provocó con su independencia de 44 segundos. El incompetente apestado alberga la querencia de volver en olor de multitudes. En sus manos está el poder. Lo que podría traducirse como que el Gobierno está en venta de chalanes.

El aspecto más llamativo del camino de Pedro Sánchez hacia la presidencia del Gobierno no lo representa la crisis del PSOE, manifiesta desde la derrota electoral de Felipe González en 1996 y que dio un vuelco irreversible con el descubrimiento de Rodríguez Zapatero como líder de invernadero -de León al cielo pasando por las nubes-. Un partido renacido en el Gobierno entra en crisis letal cuando pasa a la oposición.

Lo novedoso está en la reconversión de la izquierda radical en el ariete necesario del partido en el Gobierno para mezclarse con los nacionalistas y tirar para adelante

La alianza de Sumar con los nacionalistas, ya iniciado por Podemos cuando no había empezado su deriva hacia la secta empoderada, tiene antecedentes que no se valoran como debieran. El monopolio del patriotismo que exhibía con desvergüenza el franquismo favoreció el desdén por la idea de España, tan reputada por los republicanos incluso durante la guerra civil, no digamos en el largo exilio. Eso se rompió durante el tardofranquismo y cada cual escribió su parida sobre la España federal, las patrias hispanas y demás zarandajas. El PSOE se decía federal hasta vísperas de su arrolladora victoria de 1982, incluso el Partido Comunista en boca de su lideresa, Dolores Ibárruri “Pasionaria” publicó un librito infumable, hoy retirado hasta de sus memorias y biografías, titulado “España, estado plurinacional”.

Hay que decirlo con rotundidad infrecuente: la transición resultó una victoria mayor para los nacionalistas que para los demócratas antifranquistas. Después del Proceso de Burgos, en diciembre de 1970, la cuestión vasco-catalana que para la izquierda siempre había sido secundaria adquirió un vigor inusitado. En aquel entonces ETA atraca La Naval de Bilbao y consigue un botín de 3 millones que envía a las viudas de los obreros de la construcción asesinados por la Policía en Granada. La organización terrorista se divide entre los que están a favor de la solidaridad y los que consideran que, obrero o patrón, un español es un enemigo. Esa división tendrá consecuencias que durarían hasta anteayer y que hubiera podido explicar Patxu Unzueta, líder de una de las facciones y que moriría ejerciendo de editorialista de “El País” en Madrid.

Hemos entrado en el bosque de las palabras y ese territorio consiente las fórmulas más ortopédicas. Por ejemplo, “la articulación territorial” que utilizan todos sin excepción y que no sé muy bien qué quiere decir, aunque tenga una vaga idea de lo que ocultan. Jaume Asens, un nacionalista que lleva desde siempre en la supuesta izquierda woke del independentismo y que sirve de interlocutor del Gobierno en funciones por delegación de Sumar, ha logrado una aridez lingüística que no conocíamos desde los viejos escolásticos de Salamanca. La diferencia entre “condiciones para la investidura” y “condiciones para hablar de la investidura”. Y todo a cuenta de la amnistía y el referéndum.

El brazo supletorio del Gobierno Sánchez que es Sumar y muy en concreto Yolanda Díaz marca las líneas que vamos a sufrir con una cadencia inusitada. No hay día sin una aportación a la causa; desde el Referéndum de la OTAN no se ha visto cosa igual y a fe que esto lo supera. Como si pasaran lista a los columnistas de los medios afines. En un digital de la factoría se titula que “Felipe Gonzàlez es el portavoz de Vox”. Cabe todo, pero lo fundamental se oculta y se mantiene. La supuesta izquierda institucional está volcada en mantener el Gobierno de Pedro Sánchez porque le va la vida. El espejo de Podemos es alargado y consiente contemplar que cuando se cortan los fondos se empequeñece el producto. Quizá es que no hay otra cosa que ofrecer más que palabras, mientras que el nacionalismo independentista tiene muy claro que el poder le concede la gran oportunidad de su vida, quizá la única y no sé si la última.

El espejo de Podemos es alargado y consiente contemplar que cuando se cortan los fondos se empequeñece el producto

La fuerza proporcional de Vox se puede medir a partir del desdén de la izquierda institucional hacia una sociedad que asiste perpleja al juego de gañanes. Cambio una carta de lenguas autóctonas por una presidencia del parlamento. Cambio un perdón generalizado por un guiño cómplice a lo bueno que es dialogar. Cambio gobierno por territorio. La gente olvida que una influencer de la radio fue capaz de exigir en público el diálogo con los asesinos cuando el cadáver de Ernest Lluch aún estaba caliente y fue, cómo no, en Barcelona y nadie dijo nada salvo murmullos.

Junts, el quinto partido de Cataluña -1,6 %- tiene agarrado de los cojones al maquinista de un tren atiborrado de personal en cuarentena que o viaja o agoniza. Lo patético del bosque de palabrería es que la Constitución es como la suegra, a la que detestan y querrían ver muerta, pero a la que debe hacerse referencia para que toda la familia no se vaya al carajo porque la ciudadanía se subleve.