IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La campaña victimista del presidente busca desactivar el antisanchismo. Lo puede lograr si la derecha no fija el objetivo

Los sondeos de arranque de semana, y otros que vendrán, traen para el PP datos que sin ser malos apuntan indicios de atasco. Sigue en cabeza y con bastante ventaja pero su progresión se está frenando y el objetivo del Gobierno monocolor empieza a antojarse lejano. Hay ciudadanos desconcertados por el baile de los pactos: entre los que quieren acuerdos con Vox y los que no, a Feijóo se le escapan votos por ambos flancos, lo que indica que la táctica de la ‘geometría variable’ según los territorios no ha funcionado. Peor, ha opacado el mejor movimiento de los populares, el de impedir que Bildu y los separatistas catalanes se hicieran en Vitoria o Barcelona con la vara de alcalde. Ese gesto responsable ha pasado inadvertido bajo los decibelios de un debate binario en el que no queda sitio para posturas transversales. Y menos para ocurrencias como la del ‘verano azul’ y otras majaderías similares que le han debido de parecer muy ingeniosas a alguien.

En cambio, la campaña victimista de Sánchez le ha permitido al PSOE recuperar un poco de aliento. El presidente va de gira por los medios cantando la nana de Goytisolo sobre el lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Se proclama objeto inocente de una fobia irracional, de un odio cavernícola que lo señala como réprobo, y aunque la impostura parezca difícil de colar está cosechando un cierto éxito porque el adversario no sale de su enredo. El nuevo argumentario está enfocado en el empeño de desactivar el antisanchismo, sacar las elecciones del marco de un plebiscito que los socialistas saben perdido, y lo pueden conseguir al menos en parte si la derecha continúa descentrada e incapaz de fijar el objetivo. Aún están a mucha distancia del ganador presentido pero cuatro semanas de campaña les permiten un pequeño margen de optimismo. Su mayor problema sigue siendo el propio candidato, un tipo de empatía muy descriptible y con la credibilidad bajo mínimos.

En este punto, la cuestión esencial, el factor determinante, vuelve a ser el voto útil, el sentido pragmático decisivo en las provincias –más de la mitad– con pocos escaños. El protagonismo presidencial trata de rebañarlos a base de drenar el respaldo de Yolanda Díaz, por un lado, y de contener por el otro el abandono de electores decepcionados con la deriva de este mandato. El esfuerzo, aunque dé resultado, será inútil si el bloque rival se comporta de la misma manera, pero hasta ahora el proceso de convergencia sólo se está produciendo en la izquierda. Dicho de otra forma: unos se concentran en torno a un liderazgo por pura conveniencia y los otros se desagregan en cruces de reproches y querellas internas que dividen su fuerza. La beligerancia ideológica de los sectores conservadores olvida que el sistema electoral se rige por una simple operación aritmética donde siempre gana el que se agrupa y pierde el que se dispersa.