La crisis que padecemos es terrible en su profundidad y desesperante en su duración. Sin embargo, la receta para salir de ella es muy sencilla. Consta de tan solo dos ingredientes: vacunas y ayudas europeas. Digo que es sencilla, pero me refiero a la sencillez de su planteamiento, porque su realización no lo será tanto. Ni mucho menos. Más bien lo contrario. En lo de las vacunas tenemos planes precisos, actitud favorable de los gobiernos, buena predisposición de los ciudadanos e incluso una oferta abundante de centros preparados para hacerlo. Así que solo nos faltan… vacunas. Al parecer van a llegar muchas pronto, pero da la impresión que pasar del futuro ‘van’ al pretérito perfecto ‘han’ es un proceso erizado de dificultades y atiborrado de accidentes que se oponen a nuestros planes.
Lo de las ayudas tampoco es fácil. Se me antoja que menos aún. El sistema está aprobado por quien tiene que enviar el dinero desde Bruselas, pero su llegada está condicionada. Primero a la realización de unas reformas de las que poco sabemos y mucho me temo no serán de aprobación pacífica, en medio de esta trifulca política insoportable. Segundo, a su correcta distribución entre las empresas y el sector público. El mecanismo elegido, de dar entrada en ella a las comunidades autónomas junto con el Gobierno central, es, probablemente, una exigencia del guión pero implica un enorme grado de complejidad. Un elemento añadido a la propia dificultad de elegir; es decir, de discriminar por sectores, tamaños, niveles tecnológicos, impacto energético, etc.
La cuestión me parece tan compleja que solo veo una solución. Consiste en seguir al pie de la letra la idea de la vicepresidenta Nadia Calviño cuando asegura que ahora debemos priorizar tres cosas: inversión, inversión e inversión. Pues si eso es así, que lo es, el elemento decisivo a la hora de distribuir las ayudas debería ser su efecto tractor sobre las inversiones. Dejarse de disputas territoriales y de exquisiteces digitales, energéticas y medioambientales (son importantes, por supuesto, pero nadie va a invertir en estos tiempos en la dirección contraria) y hacer una simple pregunta a los peticionarios: ¿Cuántos euros añadidos implicará y arrastrará su proyecto por cada euro recibido?
Luego habría que clasificar las peticiones y maximizar el efecto tractor, porque tras la inversión llegará la actividad y recuperaremos el empleo. Esa es la apuesta y, justo esa, esa es la necesidad.