Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- El último informe de Zedarriak sobre la dificultad de Euskadi para captar a universitarios de fuera evidencia que hemos perdido el atractivo que un día tuvimos
Zedarriak vuelve a poner su dedo en una de nuestra numerosas heridas sociales. En su último informe habla de varias cosas, pero me voy a centrar en una, en la escasa atracción de estudiantes universitarios de nuestra red de educación superior. Una deficiencia que termina por influir negativamente en la posterior captación de talento del sistema económico vasco. Tiene toda la razón cuando propone, como vía de solución para la captación del exterior y la mejora del interior, la implicación del conjunto de la sociedad y, en especial, del mundo empresarial. ¿Existe tal implicación? No, sin duda. La juventud vasca, y en general la occidental, caminan por otros derroteros más lúdicos y desaprensivos, menos comprometidos y responsables.
Cuestiones claves como el esfuerzo, el compromiso, el reconocimiento del talento y el premio al mérito no están de moda. En realidad es peor, son valores considerados obsoletos y cavernícolas, están de capa caída. Destacar es poco menos que un insulto o al menos un desprecio hacia los demás y por eso triunfa la mediocridad y se expanden las medianías; esforzarse carece de premio y eso mata el estímulo. Si el resultado obtenido -pasar de curso por ejemplo-, no se modifica -todos aprobados-, y no depende del esfuerzo desplegado -los estudios acometidos-, ¿para qué esforzarse entonces, qué sentido tiene? ¿Qué es exactamente lo que seleccionan los exámenes de selectividad que aprueban, convocatoria tras convocatoria más, del 90% de los presentados?
Hay muchos motivos que explican la anómala situación universitaria, que destaca en negativo en el panorama español. En primer lugar habría que decir que hemos perdido el atractivo que un día tuvimos. En mi curso de la Universidad, en los años 70 (de la Era Cristiana) pero en el siglo pasado, cerca de la mitad de compañeros venían de fuera. No había extranjeros -en aquel entonces había estudios de Turismo, pero no se hacia turismo con los estudios, como hacen muchos ahora-, pero había muchos andaluces, varios castellanos, algunos valencianos y hasta catalanes.
«¿Queremos tener en Euskadi un colegio como Eaton o una universidad como Yale? Claro que no»
El País Vasco era un lugar atractivo, que ofrecía grandes posibilidades profesionales y garantizaba una educación muy cualificada. Luego, en los últimos años, aprendimos a cruzar el puente de Deusto con el arrullo de las pelotas de goma, a sortear las cargas de los grises y a evitar las columnas de humo desprendidas de los neumáticos que ardían con ocasión de los numerosos conflictos laborales de la época. El País Vasco se convirtió en un lugar hostil, rudo y áspero. Los padres de los universitarios del resto de España empezaron a recelar de eso tan habitual como era enviar a sus hijos al Norte, convertido ya en el ‘frente del Norte’. Y, quizás lo más importante, se abrieron universidades por todas partes, en todas las ciudades grandes y medianas, como si fuesen hamburgueserías. Mientras tanto, los extranjeros desconocían por completo la existencia de nuestro sistema universitario.
Hay más. Aparecieron las universidades privadas que hicieron bien su trabajo. Empezaron prestigiando sus posgrados para pasar después a ofrecer sus grados. Y se tomaron muy en serio, quizá demasiado en serio, los ránkings que ordenan las universidades en el mundo y orientaron su actividad y su propaganda hacia la obtención de puestos destacados en ellas. El proceso se retroalimenta. Si tienes prestigio internacional, te eligen los estudiantes más excelentes del mundo. Y la acumulación de estudiantes excelentes prestigian a su vez a la Universidad que los formó.
Aquí hemos hecho al revés. Siempre nos habíamos centrado en los estudios de grado y muchas décadas después creamos y ampliamos los de posgrado. Hay dos problemas. Uno es que llevamos casi treinta años de retraso en esta carrera y otro es que identificamos lo ‘académicamente excelente’ con lo socialmente elitista y no con lo intelectualmente destacado. ¿Sería posible la existencia de un colegio como Eaton en Euskadi o una Universidad como las de Berkeley o Yale? Pero esa no es la pregunta clave. La clave es ¿queremos tener en Euskadi un colegio como Eaton o una universidad como Yale? Por supuesto que no queremos.
Todo lo que suene a élite causa temor, si no odio. El hecho de que hablemos de élites intelectuales, a las que puedan acceder todos los que sean capaces y se lo merezcan, gracias a un tupido sistemas de becas, públicas y privadas, no cambia un ápice la apreciación. Y, como Zedarriak obvia el tema del euskera, me imagino que por su falta de obligatoriedad en la Universidad, pues yo hago lo mismo. Hacemos mal…