IÑAKI EZKERRA-EL CORREO
- Los malos de las series no dejarán de serlo porque hablen castellano o catalán
El del niño acosado en Canet de Mar por la exigencia de su familia de recibir las clases en castellano que marca la ley, y que han respaldado los jueces, es un caso que no deja ningún margen de interpretación, pero ante el que hay una legión de personajes que buscan insistentemente ese margen: la víctima no sería -según ellos- el niño, al que se le pretende dejar solo en un aula y en los recreos para que se sienta como un monstruo, y para cuyo hogar reclama literalmente el apedreamiento un nutrido grupo de prohombres del nacionalismo catalán cuyas identidades se han dado a conocer estos días en nuestra prensa. Las únicas víctimas serían -según ellos, siempre según ellos- la lengua catalana, que al parecer es un sujeto de derecho, y los padres de los compañeros de ese niño, que ven pisoteado su dorado sueño de una inmersión lingüística sin tubo de oxígeno a la lengua común de todos los españoles. Las víctimas serían los propios acosadores a los que defiende el consejero catalán de Educación, Josep Gonzàlez, y a los que evita molestar de lejos la portavoz de la Generalitat, Patrícia Plaja, cuando se resiste a mostrar su apoyo a la familia y al niño estigmatizados.
Otro perverso margen de interpretación que se ha buscado tradicionalmente en este forzado debate sobre el inexistente derecho a la imposición lingüística en Cataluña consiste en volver la vista hacia los legítimos denunciantes del atropello para cuestionar su calidad moral, su ideología democrática y, en definitiva, sus buenas intenciones. Se les señala, así, a éstos, como ‘los de siempre, los que están deseando que pase algo para denunciarlo’. El truco es burdo, pero funciona. Con él se logra desviar la atención del ‘algo’ que está pasando para fijarla en el que es supuestamente feliz con la denuncia. Por esa lógica habría que olvidarse de los crímenes de los nazis porque ‘justificaron’ a los comunistas y viceversa. El truco vuelve a aplicarse ahora ante la denuncia del bullying al que se le está sometiendo al niño de Canet: se pretende exculpar al denunciable e inhibir a los denunciantes, que, en efecto, callan o rebajan el tono de la denuncia de lo obvio para que no les identifiquen con esos, con ‘los de siempre’.
Ante un caso como el del niño de Canet no caben los márgenes forzados ni los bajos tonos ni las medias tintas. Hay momentos en la Historia y el devenir de las sociedades en los que la realidad emula al mal cine de buenos y malos. Quien no sabe distinguirlos en la película de la realidad corre el peligro de perder ese código hasta para interpretar las series televisivas. Los malos de las series de Netflix no dejarán de serlo porque hablen en castellano o en catalán.