Kepa Aulestia-El Correo
Las 170 páginas que ocupa la ponencia marco que enuncia los objetivos del PSOE en el horizonte de 2030 y los retoques en los estatutos de la formación no son ya lo importante. El acta que el notario levantó sobre las revelaciones que Juan Lobato expuso ayer ante el Tribunal Supremo en calidad de testigo, los señalamientos realizados por Víctor de Aldama ante la Fiscalía Anticorrupción y la Audiencia Nacional para ampliarlos a la salida de prisión, y el lenguaje corporal de todos los concernidos en el congreso de Sevilla acapararon ayer la atención de los delegados reunidos. A la espera de saber si Lobato se uniría al cónclave. El respeto forzado que todos los dirigentes socialistas habían mantenido antes y después de la dimisión del secretario general del PSM -con la excepción de la empatía mostrada por Emiliano García Page- revelaba la contención colectiva de la respiración. De un congreso ideado para apuntalar la legislatura y establecer metas más o menos realistas para orgullo de la organización, pero en absoluto utópicas, se pasó a una cita en la que los presentes aspiran sobre todo a darse ánimos mutuamente.
Pedro Sánchez saldrá aclamado de Sevilla. Pero no como lo esperaba en su tercera elección de secretario general. Tampoco el «partido de militantes» -es decir, sin órganos intermedios- al que pretendía rendir tributo estos días, para proceder a continuación a los ajustes internos que considere precisos, se encuentra en el congreso que suponía iba a celebrar. Cuando empieza a resultar preocupante que el futuro del partido está tan ligado a los designios de Sánchez, que tendría serias dificultades para adecuarse a una situación en la que el Presidente ya no esté al frente. Bien porque considere insuficiente el eslogan «Pedro, claro que vale la pena» omnipresente en la jaculatoria en redes. Bien porque se produzcan acontecimientos judiciales y políticos que acaben sacando del trazado pretendido a «la izquierda que adelanta por la izquierda». Los estatutos del partido confieren a Sánchez la posibilidad de ser reelegido secretario general también en el 41º Congreso. Pero siempre que siga siendo presidente de Gobierno.
El ‘nuevo PSOE’ recurre a la épica de la resiliencia como valor definitivo para legitimar su posición institucional. Pero es una resiliencia que, desde hace seis años y medio, se basa en el ejercicio del poder frente a quienes «nos atacan». El ‘nuevo PSOE’ no está preparado para la oposición -como no lo estaba el PP-. Porque la cohesión interna y el liderazgo derivan de salir victorioso de cada cita electoral y de cada revés, aunque sea a duras penas. Es por lo que Juan Lobato se vio obligado a dimitir siguiendo una secuencia que no aparece en los estatutos del PSOE ni de ningún otro partido. Sería calificarle de ingenuo suponer que actuó así porque trataba de aferrarse a la secretaría general del PSM. Es mucho más probable que fuese al notario porque no quería verse defenestrado e imputado a la vez.