Bajan aguas turbulentas en el nacionalismo vasco. La lenta agonía de la coalición vasquista Nafarroa Bai, que llegó a acariciar la posibilidad de disputar al centro derecha navarro el liderazgo de las instituciones forales, es sólo el botón de muestra más visible de la pugna, ya nada soterrada, en el espectro abertzale por recoger los jugosos réditos que podría proporcionar el final definitivo de la violencia.
O para no desaparecer engullidos por la reestructuración de los espacios políticos que necesariamente acarreará una Euskadi sin ETA. Los movimientos en el seno de la izquierda radical ilegalizada han tenido efectos sísmicos en el resto de siglas nacionalistas, hoy por hoy, una auténtica ensalada en la que, además de un partido de tradición centenaria y vocación de gobierno como el PNV, conviven al menos otras cuatro siglas -si se descuenta a Ezker Batua, que ha coqueteado también con el soberanismo-, fruto de distintas escisiones en los últimos años: EA, Aralar, Hamaikabat y Alternatiba. «No hay sitio para todos», coinciden los distintos analistas consultados y los miembros de los citados partidos.
El pronóstico más extendido es que, de aquí a unos años, y si la paz efectivamente se va asentando en Euskadi, el fragmentado mapa del nacionalismo vasco tenderá a simplificarse y reflejará una pelea a brazo partido entre el PNV y la izquierda radical tradicional, cuya aspiración política a medio plazo es conquistar la vanguardia del abertzalismo vasco que hoy ocupa sin discusión el partido de Iñigo Urkullu. Ahí está la razón de fondo de la exclusión de los jeltzales de lo que fue el polo soberanista -hoy una mera confluencia de intereses entre la antigua Batasuna y las dos siglas que podría utilizar como ‘caballo de troya’ para colarse en las instituciones si su nueva marca es ilegalizada (EA y Alternatiba)- o de los intentos de la izquierda abertzale, finalmente exitosos, de dinamitar Na-Bai, una coalición en la que el PNV, casi testimonial en Navarra, tiene sin embargo un notable protagonismo público.
En los documentos internos que Batasuna manejaba ya el pasado otoño dejaba patente su intención de coaligarse con EA en las listas forales de los tres territorios vascos y en Navarra. Los otros socios de Na-Bai tienen claro que la formación de Pello Urizar ha cerrado hace tiempo un pacto de hierro con la izquierda radical, que incluiría recibir sus votos si no pasa el filtro legal e incluso incluir a militantes ‘limpios’ en sus listas. Su teórica apuesta por la coalición, dicen estas fuentes, es puro maquillaje para ocultar su cambio de bando. «El futuro de EA se va a solventar de manera curiosa. Las ejecutivas se van a ir a Batasuna y los votantes al PNV», opina un destacado cargo peneuvista, que, como el resto de su partido, vaticina una paulatina disolución de la base social de su antigua escisión, que acabaría convertida en un partido exclusivamente de cuadros imbricado en la izquierda abertzale.
«Es al contrario. Nuestras bases están muy cabreadas desde hace tiempo con PNV y Aralar. Nosotros hacemos el trabajo y ellos se ponen las medallas», contraatacan desde la ejecutiva de EA, que niega cualquier problema para confeccionar las listas en solitario y asegura que «el 100%» de los delegados navarros votaron a favor de la doble apuesta por Na-Bai y Batasuna que se sometió a refrendo en la asamblea nacional del pasado martes. No obstante, en Aralar se preguntan cómo es posible que concejales de honda tradición institucional que han votado en repetidas ocasiones «contra el criterio de ANV» se echen ahora en brazos de la izquierda abertzale. La militancia navarra -afiliados de larga trayectoria procedentes del PNV, en su mayoría- seguiría, según estas tesis, un camino similar al que en Guipúzcoa dio a luz a Hamaikabat. «Batasuna ha sido la bestia negra de EA en muchos pueblos. ¿Cómo se van a juntar con ellos quienes así lo han sufrido?». Está por ver si la joven formación de Iñaki Galdos acaba aceptando las condiciones del PNV para integrar a varios de sus candidatos como independientes en las listas jeltzales o trata de rentabilizar en solitario su apuesta por el nacionalismo moderado e institucional y dar cobijo a los abertzales desencantados con el soberanismo puro y duro con que Joseba Egibar quiere dar la batalla a quienes se colocan a su izquierda.
El futuro de Aralar
Más dudas suscita el porvenir de Aralar, que sigue en los últimos meses una trayectoria errática, posiblemente porque se sabe la principal damnificada por la apuesta de Batasuna por las vías políticas. «Aralar no tiene sentido ni razón de ser con una izquierda abertzale legal». Quienes así opinan, que no son pocos, argumentan que su único valor añadido fue su nítido desmarque de la violencia, premiado con una espectacular subida en las últimas elecciones autonómicas. Aralar se enfrenta a la respuesta a una pregunta en la que se encierra su futuro: ¿El regreso de la izquierda abertzale tradicional condena al partido de Patxi Zabaleta a difuminarse asfixiado entre el PNV y Batasuna o será capaz de mantener y consolidar su espacio propio cerca de uno de los dos?
De momento, y a pesar de que firmó el acuerdo de Gernika con EA y Batasuna, éstos ya le han señalado como rival a batir y han recrudecido las pullas a raíz del ‘affaire’ de Na-Bai: le acusan de venderse al PNV, de estar esperando la ilegalización para sacar tajada… Aralar intenta diferenciarse del partido del que nació. Reivindica el derecho a decidir como una reclamación transversal, más en la onda del catalanismo que de un soberanismo excluyente, aunque su posición en asuntos sociales y fiscales, radicalmente de izquierdas, le aleja del centrismo jeltzale. Sus militantes veteranos podrían ver colmadas sus aspiraciones con el logro de una Euskadi normalizada al lado de sus antiguos compañeros; los dirigentes más jóvenes, procedentes algunos del ecologismo o el pacifismo, prefieren mantener las distancias con Batasuna, en la que en muchos casos no militaron.
En todo caso, ni al PNV ni a Batasuna les espera un camino de rosas. A los jeltzales porque, con la renovación de sus ejecutivas y la elección de candidato a lehendakari, deberán enfrentarse a sus fantasmas internos. A Batasuna porque, como señalan en el propio PNV, viviría una «crisis de identidad muy dura» en una hipotética Euskadi sin ETA para democratizar sus estructuras internas y adoptar posiciones políticas nítidas, al margen del ‘conflicto’.
EL CORREO, 6/2/2011