El año que viene se conmemorará el centenario de la muerte de Marcel Proust, el autor de la célebre obra ‘En busca del tiempo perdido’. Es común la expresión ‘la madalena de Proust’, que vincula el olfato con la memoria. El escritor evocó en una ocasión la alegría que le produjo tomar una cucharadita de té con un trozo de madalena que le había dado su madre en un juvenil día melancólico.
De salud frágil, con asma y rinitis crónicas, Proust acumuló numerosas ausencias escolares y fue objeto de exagerados cuidados; una protección ansiosa y obsesiva. Interviniente en todo, su madre creyó inadecuado que con 16 años frecuentara el trato de una joven preciosa que le gustaba. Poco después, tuvo que asumir la homosexualidad de Marcel. Al año siguiente, su padre, un destacado médico especialista en el cólera, le dio dinero para ir a un burdel. Algo pasó para que la madre le recomendara a su hijo que se dirigiera a su abuelo materno. Le pidió 13 francos en los siguientes términos: «Tenía tanta necesidad de una mujer para cesar en mis malos hábitos de masturbación que papá me dio 10 francos para ir a un burdel. Pero 1º en mi emoción rompí un orinal, 3 francos, 2º en esa misma emoción no pude joder».
Sorprende la gran libertad de palabra que reinaba en su familia, dirigiéndose así a su ‘querido abuelito’ para solicitarle tal donativo, sin ningún engaño y con toda franqueza, sin miedo a verse avergonzado o recriminado. Sin embargo, es indudable el férreo control a que se sometía al muchacho en sus acciones, y la absoluta falta de intimidad que padecía.
Aquel orinal quedó para su coleto; la madalena, en cambio, quedaría para la posteridad.