El oso y el bisoño

EL MUNDO 28/10/16
JORGE BUSTOS

NOS tenía prometido Antonio Hernando un numerito de transformismo. Del no a la abstención y del Hollywood pedrista a la asunción de la realidad. Bajo la mirada tutora de Javier Fernández lo ejecutó con tanta profesionalidad que acuñó un neologismo: la «perseveración». Dícese de la rebeldía contra la asimilación (y contra el diccionario) con que el PSOE buscará zafarse del abrazo osuno de Rajoy, sin dejar de aparecer como oposición constructiva. ¿Quién se colgará ahora las medallas legislativas? El consenso beneficia al gobernado y no al gobernante porque reparte el éxito y afloja la adhesión de la tribu. Las urnas han importado al fin la fragmentación de Europa, y con ella la coalición, que aquí llega con retraso como todos los avances ilustrados desde Felipe V.

Ahora reina Felipe VI y en Euskadi el PNV, los dos vestigios del 78 según Pablo Iglesias, guionista de mockumentaries. Con el carcaj petado de tuits y vacío de propuestas salió don Pablo a cazar no la piel del oso, sino la del PSOE. Hernando lo había anticipado cuando habló de la «izquierda pura que acusó de gradualismo traidor» a los socialistas por abandonar el marxismo o hacer la reconversión industrial. Busca el PSOE el arca perdida socialdemócrata, sin darse cuenta de que la administra el PP. El elefante llevaba años en la habitación y ya era hora de nombrarlo. «Tengo más que ver con ustedes que con otros, lo siento», dijo Rajoy, que recordó los recortes de ZP cuando Hernando afectó distinción como una marquesa agraviada. «Nosotros sí somos diferentes», afirmó Iglesias. Vaya si lo son.

La función de ayer distribuyó los papeles para la temporada: el constitucionalismo a un lado, preocupado por el equilibrio presupuestario, y la revolución pendiente al otro, esperando a que Negrín les revele por ouija en el Patio Maravillas adónde fue a parar el oro de Moscú. Ya es paradójico que el obsesivo revisionismo de Iglesias haga de Rajoy un progresista. Pero al muchacho no hay forma de sacarle de los 70, y bastante tuvo con abdicar del rap e inaugurar una prosodia sosegada de mano en el bolsillo y vista al frente. Por momentos parecía un líder de la oposición, pero pronto se vio que no está dispuesto a que el presente le estropee su mitografía de pana y achicoria, ni perdona haber nacido en una democracia primermundista edificada sin su ayuda. Acusar de delincuentes potenciales a sus señorías no fue leal con el camarada Bódalo, impreso en la camiseta de Cañamero, ni tampoco exacto: Bódalo pasó de la potencia al acto. Pero don Mariano le profesa afecto y le brindó su pedagogía: le avisó de que la realidad es implacable, de que quizá su perfección era infundada, de que sus votantes envejecieron de súbito entre diciembre y junio. Iglesias saca arte de Rajoy. Podrían formar una compañía ambulante, castiza y paternofilial: el oso y el bisoño.

Rivera también echó la vista atrás, al Suárez de sus entretelas. Los nuevos buscan legitimarse en el pasado, pero él enseguida se pone a vender utilidad, reformismo, centro. La mercancía es más aburrida que la de Iglesias, pero al menos existe. Rajoy recuperó el lenguaje adulto para replicarle a él y al PNV –otra clave de la geometría variable– y pronunció la frase definitiva: «El techo de gasto nos hará más libres». Con ese estandarte de hoja de Excel quiere reinventarse como pastor del acuerdo. Y hubo momentos fugaces en que vislumbramos galaxias, unicornios, reformas de Estado. Pero alguien se encargará de despertarnos. Y de llevarnos a votar.