- El autor analiza las mentiras que el nacionalismo vasco ha generado sobre el bombardeo de Guernica y critica su utilización sectaria y contraria a la verdad histórica.
El 26 de abril de 1937 se produjo el bombardeo de la villa vizcaína de Guernica en el transcurso de la campaña de conquista de la provincia de Vizcaya por parte del ejército nacional o sublevado durante la Guerra Civil española.
Una campaña que culminó con la caída de Bilbao, la consiguiente evacuación del ejército republicano hacia Cantabria, la rendición de los gudaris vascos en Santoña, y la salida al exilio del Gobierno vasco, presidido por el nacionalista José Antonio Aguirre.
Guernica fue arrasada, pero no se tocaron ni la Casa de Juntas con el árbol sagrado de los vascos, ni las fábricas de armas, ni el puente estratégico que daba entrada a la villa por el este.
Eso se explica porque fue un bombardeo de terror sobre la población civil para presionar al Gobierno vasco en las negociaciones de paz que se llevaban en secreto a través del Vaticano.
Guernica acaparó toda la repercusión mundial de los bombardeos aéreos en la Guerra Civil, en un momento particularmente sensible de las relaciones internacionales, tal y como explica magistralmente Roberto Muñoz Bolaños en su libro Guernica, una nueva historia.
Al calor de aquel estremecimiento generalizado, Picasso, a quien el gobierno de la Segunda República había encargado un cuadro para el Pabellón de España de la Exposición Universal de París de 1937, pintó el Guernica, que se convertiría, con el tiempo, en la obra cumbre del artista más importante del siglo XX, y en símbolo universal de la paz.
Esto hizo que el PNV (que en un primer momento abominó del cuadro de Picasso porque no reflejaba nada vasco, salvo el título) lo adoptara luego como propio, solicitando constantemente su traslado al País Vasco.
El PNV y EH Bildu exigieron en el Parlamento vasco al gobierno de Rajoy que pidiera perdón por el bombardeo de Guernica
Con el cuadro de Picasso como tarjeta de presentación, el bombardeo de Guernica se ha erigido así en una suerte de tótem del nacionalismo vasco. Y en particular del PNV. Con dos derivadas a cuál más decisiva para su proyecto político: la acción exterior y la memoria histórica.
El lehendakari Iñigo Urkullu en persona ha estado por ejemplo en Auschwitz y también ha recibido al alcalde de Hiroshima, colocando Guernica al nivel de estos dos templos sagrados del terror del siglo XX.
Pero, tras estos gestos aparentemente neutrales, cuyo objetivo parece ser el de que el bombardeo se sienta como un dolor universal y genere un ansia de paz compartida por encima de fronteras, credos o razas, se esconde una manipulación en toda regla.
En efecto, el bombardeo de Guernica es la clave de bóveda del concepto nacionalista de memoria histórica. Interpretada, literalmente, como un genocidio de la España franquista sobre los vascos, y omitiendo para ello hechos tan básicos como que Álava y Navarra se sumaron desde el principio a la causa nacional.
O que Guipúzcoa y Vizcaya fueron tomadas por las Brigadas de Navarra, dirigidas por militares apellidados Solchaga o Iruretagoyena.
O que el régimen franquista estuvo después de la guerra copado por políticos, empresarios y militares de origen vasco.
El colmo de esta manipulación llegó en 2017, con motivo del 80 aniversario del bombardeo, cuando el PNV en el Senado y EH Bildu en el Parlamento vasco exigieron al gobierno de Mariano Rajoy que pidiera perdón por aquello, convirtiendo a Rajoy en heredero directo de Franco.
Las credenciales anglosajonas sitúan a Xabier Irujo, y su Centro Vasco de Reno, en el meollo de la estrategia cultural nacionalista vasca
Este aprovechamiento político nacionalista del bombardeo de Guernica podría personificarse en un historiador llamado Xabier Irujo Ametzaga. Su pedigrí nacionalista no es imposible de igualar, pero sí muy difícil.
Por línea paterna, remonta a Manuel Irujo, promotor de la autonomía vasca, y de este a Daniel Irujo, abogado defensor de Sabino Arana. Su madre, Arantzazu Amézaga Iribarren, recibió en 2015 el Premio Sabino Arana, el mayor galardón que otorga el PNV.
Xabier Irujo se presenta como director del Centro de Estudios Vascos de Reno en Nevada (Estados Unidos), que viene a ser el buque insignia de la acción cultural del PNV en el exterior, y también como el primer profesor invitado por la Cátedra Irujo de la Universidad de Liverpool, cuando dicha cátedra se origina con la donación del archivo personal de su ilustre antepasado Manuel Irujo.
Esas (cuando menos mediatizadas) credenciales anglosajonas sitúan a Xabier Irujo, y su Centro Vasco de Reno, en el meollo de la estrategia cultural nacionalista vasca, junto con el Agirre Lehendakari Center del exlehendakari Ibarretxe, así como con el Instituto Etxepare y el Instituto Gogora, ambos del Gobierno vasco.
Los profesores e investigadores que pululan alrededor de estos centros, con conexión directa con la Fundación Sabino Arana, se reparten a discreción todas las subvenciones, jurados de premios, publicaciones, cursos de verano, seminarios y congresos habidos y por haber de las incontables instituciones que controla el nacionalismo en el País Vasco.
Las especialidades de Xabier Irujo son los bombardeos y los genocidios. En su último libro, titulado Arrasaré Vizcaya, 2.000 bombardeos aéreos en Euskadi (1936-1937), explica su peregrina teoría según la cual lo que entendemos por bombardeo en realidad habría que denominarlo “operación de bombardeo”, compuesta de tantos bombardeos como pasadas hacen los aviones al bombardear.
Así que Irujo multiplica bombardeos por pasadas y le sale lo que le sale.
También tiene un libro titulado Genocidio en Euskal Herria, 1936-1945, que es un delirio de incitación al odio y un despropósito que intenta aplicar al caso vasco el concepto de genocidio del judío polaco Raphael Lemkin, cuando es sabido que el nacionalismo vasco fue el partidario de la Segunda República menos castigado, con diferencia, por la represión franquista.
Su libro obvia también parte del papel esencial de muchísimos vascos en la sublevación y luego en el régimen franquista.
Pero sobre todas estas destacan sus publicaciones sobre el bombardeo de Guernica, en las que lo más llamativo, sin duda, es su obsesión por inflar hasta más de 2.000 el número de víctimas del bombardeo, pasando como un bulldog por encima del Gernikazarra Historia Taldea, grupo de investigación que lleva desde 1985 trabajando sobre el terreno y que hasta ahora no ha encontrado más de 160 víctimas.
El otro bombardeo de Guernica de Xabier Irujo constituiría, por tanto, una disciplina pseudoacadémica en sí misma. Una especie de curso de los horrores de la historiografía nacionalista que está destrozando el prestigio del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Reno.
Su primer director, William A. Douglass, ya jubilado, tenía muy claro que “toda identidad humana es un invento humano, pero hay que reconocer que científicamente (lengua, etnia) hay una particularidad. Luego, convertir esto en política es otro asunto que no tiene nada que ver con las peculiaridades vascas desde el punto de vista antropológico”.
Lo que hace su continuador en el cargo, Xabier Irujo, con descaro y bajo ropaje universitario, es precisamente eso: convertir esas peculiaridades en política, de un modo beligerante y sectario a más no poder.
*** Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.