JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-El confidencial

La coalición sigue pero el Gobierno adquiere otra dinámica basada en Calvo, Robles, Calviño y Montero y en los servicios de Presidencia con Redondo y Bolaños al mando

El despacho del presidente con el Rey mañana en Marivent significa su reencuentro público tras el día 31 de julio en San Millán de la Cogolla, 72 horas antes de que se anunciase el extrañamiento de Juan Carlos I el día 3 de agosto. Pero no solo habrá mediado ese acontecimiento entre ambas fechas. En estos días ha quedado sentenciado que el Gobierno de coalición ha entrado en una nueva fase. Se ha roto la discreción sobre las desavenencias entre Sánchez e Iglesias y se ha asumido que ambos partidos seguirán en el Consejo de Ministros pero de manera diferente a la actual.

Tras la embestida de Podemos contra la monarquía parlamentaria –Izquierda Unida se ha movido en este tema con más experiencia institucional, fruto de la cultura política del PCE- se ha producido una implícita reformulación de la cohabitación en la coalición. Porque esa discrepancia de fondo se une a otras muchas más que han ido sorteando ambas formaciones gubernamentales, mejor o peor, desde enero pasado.

Hace ocho meses se formó un gobierno de dimensiones excesivas. Nada menos que 22 ministerios, cuatro de los cuales llevan aparejadas otras tantas vicepresidencias. Su estructura orgánica delataba el despiece incoherente de competencias para satisfacer las coberturas que exigía el pacto con Pablo Iglesias. En realidad el ministerio que ocupa, Derechos Sociales y Agenda 2030, es un constructo administrativo y su peso en el Ejecutivo es más simbólico que efectivo. El líder de Podemos ha compensado su levedad orgánica y competencial con comidas privadas con Sánchez.

El ministerio de Consumo, que titulariza Alberto Garzón, no pasa de constituir una dirección general; Universidades, con Manuel Castells a la cabeza, carece de entidad sin Ciencia y sin Educación; Igualdad, con Irene Montero, tiene enjundia para una secretaría de Estado con un registro competencial que hubiese estado mejor ubicado en el ministerio de la Presidencia, bajo Carmen Calvo, que aúna ahora Memoria Democrática y Relaciones con las Cortes. Por fin, el ministerio de Trabajo de Yolanda Díaz –y sin perjuicio de la consideración que merece el trabajo más consistente de la ministra- sería más funcional adosado a Seguridad Social.

Puede que Pedro Sánchez aproveche, si prospera, la designación de Pedro Duque en la presidencia de la Agencia Espacial Europea, para remodelar el Consejo de Ministros. Pero lo haga o no, ya se perfila una rectificación de rumbo. El Gabinete se apoya en cuatro ministras de choque y en los servicios de la Presidencia en Moncloa. Carmen Calvo –que ha llevado las negociaciones con la Casa del Rey como, en su momento, las gestiones ante la Santa Sede y la jerarquía eclesiástica española para la exhumación de Franco, es una política de recorrido y con experiencia. Sobre ella recae el peso de la coordinación interministerial (Comisión General de Secretarios de Estado y Subsecretarios) y, sobre todo, el marcaje a Irene Montero que está intentado una operación de desmontaje del feminismo de izquierdas en beneficio de las teorías ‘queer’ que la vicepresidenta, como sus compañeras socialistas, no comparte.

La más discreta de las ministras pero más la institucional y con una especial preparación jurídica y experiencia en la gestión pública, es la titular de Defensa, Margarita Robles. Una política estratégica que resituó la crisis de la Guardia Civil esgrimiendo criterios de ortodoxia ante la mala gestión de Fernando Grande Marlaska y desmarcó al Gabinete del aserto de Iglesias a tenor del cual habría que “naturalizar el insulto”, una cuestionable apreciación en el incomprensible enfrentamiento de Podemos con los principales medios de comunicación.

Nadia Calviño y María Jesús Montero, completan el cuarteto de ministras de choque en el Gobierno. La primera, custodia los acuerdos con la Unión Europea y es la interlocutora más fiable para los sectores empresariales. La segunda debe preparar unos Presupuestos alineados con los compromisos del fondo europeo de reconstrucción y manejar la colisión con los municipios a cuenta de la utilización de sus superávits y el reparto del fondo de asistencia.

Entre ambas, con la colaboración de otros departamentos, deberán elaborar el Plan de Reformas que tiene que presentarse en la UE en octubre, todo ello bajo la supervisión de un Sánchez que tomará las decisiones últimas asistido por una comisión interministerial. El resto de los ministros de la cuota socialista disponen de perfiles técnicos, pero con un relativo peso político, con la excepción de Salvador Illa, que lo ha adquirido más que por la eficacia de su gestión de la pandemia por su saber estar y por su saber decir: compostura, empatía y un imperturbable encaje de las críticas.

El colapso del Consejo de Ministros como órgano colegiado –bien dijo Calvo que allí donde está un ministro está el Gobierno- se solventará con un núcleo duro de ministras bien experimentadas y con el funcionamiento a pleno pulmón de los servicios de la Presidencia, una amplia estructura de asesoramiento, seguimiento, coordinación y prospectiva que dirige Iván Redondo, con el apoyo constante de Felix Bolaños, secretario general de la Moncloa. De esta manera, el Ejecutivo se va a mover en dos planos: el formal y el material. Es el método para mantener la coalición pero hacer efectiva la hegemonía del PSOE y el mandato de Sánchez.

UP aporta la suma parlamentaria (35 escaños) pero está cautivo en el Consejo de Ministros porque es su último y único reducto de poder. Sánchez y el PSOE –respaldados por los acuerdos de la cumbre de Bruselas– adquieren autonomía orgánica y funcional respecto de sus socios minoritarios. Y todo ello orientado a unos Presupuestos que corregirán el rumbo inicial de la legislatura e iniciarán el tránsito a políticas de persuasión y sintonía hacia sectores sociales más amplios que los actuales, hasta ahora alejados por el radicalismo de Iglesias y Montero.