ENRIC GONZÁLEZ – EL MUNDO – 28/02/16
· Ada Colau ha pasado de carismática activista a ser la responsable de que el sistema funcione. Más preocupada por la política que por la gestión, su «nueva cultura» le ha provocado varias controversias. Eso sí: «Se equivocan quienes creen que será un fenómeno pasajero»
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, carece por ahora de partido. Su candidatura, la coalición Barcelona en Comú, obtuvo sólo 11 de las 40 concejalías y está obligada a pactar con unos y otros. Pero se ha convertido ya en una figura totémica. Tras la victoria de Podemos en Cataluña en las pasadas elecciones generales, en gran medida atribuida a su carisma, muchos consideran que podría ganar la presidencia de la Generalitat en unas elecciones autonómicas. Incluso hay quien hace comparaciones rotundas: «Tiene mucho de Evita Perón y se equivocan quienes creen que será un fenómeno pasajero», comenta un político socialista con experiencia municipal.
Como Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid, Colau se ha metido en varios charcos. Sin embargo, se ha llevado menos salpicaduras que Carmena. En parte porque su capacidad de control sobre el equipo municipal supera en mucho a la de Carmena, en parte porque los medios de comunicación catalanes son más apacibles que los madrileños, y en parte, también, porque los charcos no han sido demasiado profundos.
Esta semana que concluye ha sido la más difícil de su mandato. Las huelgas de metro y autobuses durante la celebración del Mobile World Congress (MWC) han supuesto un bache considerable. Las principales víctimas no han sido los casi 100.000 visitantes que atrae el MWC, aunque hayan notado las dificultades de transporte y la organización (atada por contrato a Barcelona hasta 2023) haya expresado su malhumor, sino los barceloneses. La ciudadanía se ha encrespado. En último término, Colau ha hecho lo que habría hecho cualquiera de sus predecesores en el cargo y lo que, probablemente, agradecerá a la larga el grueso de los electores: no ha cedido.
La célebre activista antisistema, la musa de todas las huelgas antes de llegar a la alcaldía, pecó de ingenuidad: creyó que su presencia bastaría para amansar a un sindicato de transportes habituado a ejercer su capacidad de coacción, y se equivocó. A pesar de que los convocantes de la huelga forman parte del magma social que aupó su carrera política, Colau ha decidido que por encima de todo está el interés del contribuyente. Hoy es más alcaldesa, para lo bueno y para lo malo, que el pasado lunes.
No es lo mismo ser una activista contra el poder que ejercer el poder desde la Alcaldía de Barcelona. Eso lo ha comprobado desde el primer día, por más que estrenara su mandato, el pasado 15 de junio, acudiendo en metro a Nou Barris para frenar un desahucio. Quiso seguir utilizando el metro, pero ya se mueve en coche oficial. Dice seguir siendo la misma persona, cosa indudable, pero ya ha tenido roces con la Plataforma de Afectados por la Hipotecas (PAH), de la que fue portavoz y líder indiscutible.
La coalición que llevó a Colau hasta la Alcaldía, Barcelona en Comú, inicialmente llamada Guanyem, se formó en el Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC), una ONG dirigida por Jordi Borja, veterano estratega del extinto PSUC y del municipalismo maragallista. Borja prestó el acomodo y muchos consejos, y ocupó un lugar, el último, en la lista electoral. El ideólogo fue Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política especializado en cuestiones urbanas. Barcelona en Comú no esperaba ganar. Contaba con pasar cuatro años en la oposición para saber cómo funcionaba el Ayuntamiento. Pero ganó. Y ha pagado por su inexperiencia.
Colau quiso rodearse de los suyos, del grupito curtido en el DESC y en la PAH. Incorporó como primer teniente de alcalde a Gerardo Pisarello, un doctor en Derecho nacido en Argentina que ocupaba la vicepresidencia del DESC. Como tercer teniente de alcalde colocó a Jaume Asens, un abogado que colaboraba con DESC y PAH y que presentó en público, junto a Joan Subirats y la propia Colau, el proyecto inicial de Barcelona en Comú. Como jefa de comunicación municipal nombró a Águeda Bañón, que ejercía de webmaster en DESC y se autodefine como «artista postporno». La circulación de unas fotos en que Bañón orinaba en la calle como «acto feminista» creó polémica. Hasta ahí, todo más o menos previsible dentro de los rituales provocadores de la nueva izquierda.
Mucho más problemático fue el nombramiento del economista Adrià Alemany, compañero de Colau, como responsable de relaciones políticas e institucionales (con sueldo a cargo de Barcelona en Comú). Y fue imposible no ver nepotismo en la colocación de Vanessa Valiño, esposa del teniente de alcalde Pisarello, como asesora de vivienda. «Están muy preparados para esos trabajos», se defendió Colau. Tal vez, pero hay mucha otra gente preparada que no es de la familia.
Lo de Adrià Alemany era inevitable. Desde que se conocieron en la organización V de Vivienda, en la que ambos se disfrazaban de Supervivienda (un superhéroe friqui), Alemany y Colau han sido pareja sentimental y política. En su nuevo cargo municipal, al margen del organigrama estricto, Alemany ejerce un enorme poder. «A veces no está claro si el número dos es Pisarello o si es Alemany», comenta un regidor convergente. Hay quien le llama el representante, porque se sabe que cuando habla en una reunión es la alcaldesa quien habla. Otros le llaman el policía malo, porque desempeña esa función para que Colau se luzca como policía bueno. No se critica su eficacia.
Sí se critica en cambio, de forma generalizada, que Ada Colau preste más interés a la política que a la gestión municipal. Buena parte de sus esfuerzos se encaminan a la creación de un nuevo partido de izquierdas capaz de aglutinarlo todo, «un nuevo PSUC con Bandera Roja dentro», en palabras de un dirigente socialista, «con la aspiración de absorber al PSC o reducirlo a pequeña fuerza satélite».
Al catedrático Joan Subirats, uno de los impulsores de Barcelona en Comú, no le parece que la dedicación política constituya un problema. «Los anteriores alcaldes no fueron malos gestores y el equipo técnico municipal [con el socialista disidente Jordi Martí como gerente] sigue ahí; en Barcelona no había problemas de gestión, sino falta de política, y esa fue una de las razones para formar la candidatura», dice. Subirats cree que aún es pronto para saber qué tipo de organización podrá formarse. Barcelona en Comú aglutinó a Podemos, Iniciativa, Esquerra Unida i Alternativa, Procés Constituent y Equo. En opinión de un veterano analista municipal, «parte de la CUP, la más metropolitana, acabará también adhiriéndose a Colau». «Hay que dar respuesta a los nuevos problemas, hay que adaptarse a los cambios tecnológicos, hay que dejar de decir una cosa y hacer otra», señala Subirats, para quien el partido de Colau «no ha de ser una organización clásica sino algo más parecido a una red de conexiones, sin identidades únicas ni militancia única».
Joan Subirats también considera normal que la gestión haya resultado discutible hasta ahora. «Llegó al Ayuntamiento un equipo sin ninguna experiencia y han tenido que aprender cómo funciona una administración pública», señala.
Hasta la crisis de las huelgas del transporte, moderadamente dañina, las polémicas provocadas por Colau y su equipo han estado relacionadas, generalmente, con la «nueva cultura» que constituye una de sus insignias. La orgullosa meada callejera de Águeda Bañón fue sólo el primer impacto. La retirada del busto de Juan Carlos I del salón de plenos, el 22 de julio, realizada dos veces para que las fotos quedaran bien, resultó bastante ridícula. Igualmente ridículo, porque lo repitió también para beneficio de los fotógrafos, fue dos días después el esfuerzo del portavoz popular Alberto Fernández Díaz por colocar en algún sitio un retrato de Felipe VI. Hace pocos días, la ceremonia de entrega de los premios Ciutat de Barcelona resultó movida porque la poetisa Dolors Miquel recitó un poema que comenzaba: «Madre nuestra que estás en el celo, santificado sea tu coño…» .Y de nuevo Fernández Díaz representó a los indignados marchándose del salón. El obispo de Terrassa calificó el poema de «blasfemo». Pero al equipo de Colau no le pareció mal haber clavado esa pica contracultural de la nueva izquierda. Queda pendiente el proyectado cambio de nombre de las calles y avenidas dedicadas a distintos miembros de la dinastía borbónica.
En lo demás, en lo tocante a los hechos y no los gestos y las palabras, Colau ha sido más cautelosa. La moratoria en la concesión de nuevas licencias hoteleras, una cuestión programática que afecta al meollo del modelo Barcelona, parece limitarse a las áreas más congestionadas turísticamente (Barceloneta, Ciutat Vella y Eixample) y no ha supuesto de momento una guerra abierta entre la Alcaldía y los hoteleros. Pero el asunto sigue abierto y es complejo. Prueba de ello es que el Gremio de Hostelería declinó hacer para este periódico una valoración formal del trabajo desempeñado por Colau en sus primeros meses. También se resolvió sin estridencia la cuestión de las terrazas: en general se mantiene el statu quo.
En un ámbito más político, Colau decidió que Barcelona no debía adherirse a la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI), pese a que la mayoría de los concejales votaron a favor. Eso, mal encajado por el independentismo, permite a Colau mantener una rentable ambigüedad en el problema catalán más divisivo.
A juzgar por las redes sociales y por las cartas al director en la prensa tradicional, los asuntos que más han molestado a los barceloneses en estos meses de mandato han sido la tolerancia hacia los manteros (según Colau, la solución de la venta ilegal por parte de inmigrantes no corresponde a la Policía), las tensiones con una Guardia Urbana que se siente huérfana (en ese punto, Colau, que ha asumido personalmente el mando del cuerpo, aún es más activista que alcaldesa) y la retirada de la pista de hielo que solía instalarse en la plaza de Cataluña durante las vacaciones navideñas. La pista se ha desplazado a L’Hospitalet. Colau fue okupa y ha echado más de una mano como alcaldesa a los okupas, mal tolerados por los vecinos, y en eso no se ha distinguido demasiado de su predecesor, Xavier Trias, un médico convergente de familia acaudalada. El modelo Barcelona, construido sobre pactos poliédricos (siempre hay al menos media docena de partidos en el Consistorio) y con tradición de tolerancia, tiene sus peculiaridades.
Colau ha empezado a vestirse como alcaldesa, ha aprendido a dominar en público su emotividad y mantiene una popularidad notable. La nueva Evita, a decir de sus críticos, «más peronista que bolivariana», es la estrella emergente de la política catalana. «Si dicen lo de Evita será porque mantiene su conexión con las clases populares y porque incorpora sentimientos y emociones al mensaje político», opina Joan Subirats.
Colau ha sabido manejarse hasta ahora con el gobierno independentista de la Generalitat, presidido por Carles Puigdemont, y no se ha cerrado ante la opción de seguir ejerciendo como banquero de emergencia (el Ayuntamiento carece de deuda apreciable) para la institución autonómica. También ha optado por no enfrentarse de forma abierta al establishment mediático que, encabezado por el diario La Vanguardia, mantiene hacia ella una actitud entre hostil y displicente. Está construyendo, poco a poco, una base de poder.
ENRIC GONZÁLEZ – EL MUNDO – 28/02/16