ABC-IGNACIO CAMACHO

Los plebiscitos de los partidos sirven para implantar un caudillaje populista que liquida el debate crítico

UNA de las razones del hundimiento de Ciudadanos, errores de Rivera aparte, fue su falta de adaptación al molde convencional de partido dogmático. Una formación centrista, porosa y ecléctica por naturaleza, siempre resulta difícil de encajar en el patrón autoritario con que el diseño leninista impone a militantes y simpatizantes un pensamiento delegado. Cuando su líder lo intentó, confiado en su supuesto ascendiente carismático, los seguidores simplemente no le hicieron caso; si habían escogido esa opción era precisamente por sentirla distinta del modelo sectario. Se fueron en otras direcciones, incluso a la abstención, porque habían adquirido el hábito de razonar por su cuenta y no a través de patrones prestados.

Las organizaciones clásicas, en cambio, han adaptado su viejo paradigma cesáreo a la tendencia asamblearia propia del populismo. Sus dirigentes han aprovechado la demanda de mayor pulso participativo para liquidar la disidencia –la de los barones territoriales y los elementos independientes más críticos– mediante la implantación de plebiscitos. Un truco ventajista muy visto que sin embargo a Sánchez e Iglesias les sirve de aval para sus planes y de herramienta con la que laminar enemigos. Si los afiliados –que en Podemos llaman «inscritos»– te aprueban la compra del chalé de Galapagar, ya puedes dormir tranquilo: a partir de ese momento refrendarán el más disparatado de tus desatinos.

Por eso nadie se puede extrañar de la mayoría búlgara con que los socialistas han aprobado la coalición de Gobierno que Sánchez les ha pasado a referéndum sin darles más detalles que una abstracta declaración de buenos deseos. Cómo negarse a dar el visto bueno a un acuerdo que la dirección califica como «de progreso» y que sirve además para mantenerse a cobijo del presupuesto. Pero acaso el resultado no hubiese sido muy diferente de haberse planteado la consulta en sentido opuesto con tal de que viniese avalada por el mando supremo: qué adepto le negaría a su atribulado jefe el derecho a conciliar el sueño. Los partidos, antiguos o modernos, son estructuras verticales donde rige el precepto de que el líder siempre tiene razón, y cuando no la tenga o cambie de argumentos, se aplicará a rajatabla el artículo primero. En el PSOE funcionaban antes ciertos contrapesos basados en la existencia de órganos jerárquicos intermedios, pero eso se acabó cuando el defenestrado secretario general retornó a su puesto y procedió a suprimir todo atisbo de debate interno. Desde entonces no hay más referente que su ego. Lo raro es que sólo haya ganado por el 92 por ciento; al ocho restante merece un homenaje por su voluntad de resistencia y su autonomía de criterio.

La liturgia plebiscitaria se ha convertido en una farsa, una impostura revestida de legitimidad democrática. La cobertura contemporánea del caudillaje es el empoderamiento de la militancia.