Tonia Etxarri-El Correo
El derrumbe del vertedero de Zaldibar ha sido el peor momento de la legislatura del lehendakari. Lo reconoció él mismo cuando fue emplazado a hacer un balance de su mandato el día que anunciaba el adelanto de las elecciones autonómicas. Consciente de que este accidente y las consecuencias que puede acarrear su falta de reacción inicial y empatía hacia los afectados se pueden convertir en una munición implacable de la oposición durante la campaña electoral. Por eso ayer, seis días después del derrumbe y primer día de su precampaña, el lehendakari quiso dar la vuelta a la imagen de distanciamiento y frialdad que había mostrado durante tantos días de angustia de los familiares que siguen buscando a sus dos seres queridos, sepultados bajo los escombros. Y ayer los visitó. Un gesto tardío pero necesario.
Había creado una mesa de crisis y estaba al tanto del seguimiento de la búsqueda. Pero, a veces, en política, vale más un gesto que diez promesas. El vertedero de Zaldibar ha empañado el final de su legislatura. Por la desaparición de dos personas. Por la avalancha de residuos. La inestabilidad del suelo. La aparición de amianto. Y la alarma que cundió en los pueblos colindantes. Después de las movilizaciones de los vecinos denunciando sentirse abandonados, el lehendakari tuvo que pisar el terreno. «No se trata de estar por estar», se defendía hace días cuando se le preguntaba si ya había visitado a los afectados.
Y ayer, más allá de la frialdad de los despachos y de echarle la culpa a la empresa propietaria del vertedero, el candidato del PNV a la reelección de lehendakari bajó al barro. Su portavoz, Josu Erkoreka, que ha ido sorteando esta crisis echando balones fuera sin asumir ninguna responsabilidad, recurrió a la utilización de una de sus descalificaciones preferidas -«carroñerismo»- para llamar así a quienes han puesto en cuestión la respuesta del Gobierno vasco.
El caso es que la oposición, que no oculta su contrariedad por el adelanto electoral, no va a soltar esta presa para criticar la gestión del Gobierno vasco. Que se unirá a otras. Sin duda. Porque Urkullu ha buscado, con las elecciones adelantadas, favorecer a su partido huyendo de la contaminación catalana. Y evitar cortocircuitos con las exigencias de ERC a Pedro Sánchez. Pensando que podría presentarse con el trofeo de la gestión de la Seguridad Social y la transferencia de Prisiones en fase de negociación avanzada.
Pero esta legislatura tan escasamente productiva en leyes y acuerdos tiene sus sombras. Además del parón en la reforma del Estatuto y el bloqueo en la ponencia de convivencia, la dimisión del consejero Darpón y las denuncias de adjudicaciones a dedo de contratos públicos, ha aparecido un nubarrón en el arcoíris del cielo de Urkullu. El derrumbe del vertedero le va a dar más quebraderos de cabeza que la sentencia sobre el ‘caso de Miguel’.