El pasado 19 de agosto apareció la noticia de que el PP busca “estrategas de primer nivel”. La prueba de que los necesita es que se hiciese público que los está buscando. Las torpezas del actual equipo dirigente del primer partido del país en escaños en el Congreso y en votos en las pasadas elecciones generales empieza a ser preocupante. Por ejemplo, un destacado miembro de su Comité de Dirección ha afirmado en estos días que se puede hablar con Junts y Esquerra Republicana porque son fuerzas “de cuya tradición y legalidad no hay duda”. Vamos a ver. Una de las críticas más duras y justificadas a Pedro Sánchez por parte del PP ha sido precisamente que establece alianzas para gobernar España con aquellos cuyo objetivo confesado y reiterado es liquidarla y dinamitar nuestro orden constitucional. ¿Y ahora resulta que se puede tratar con esos mismos enemigos jurados de nuestra Nación porque no hay duda sobre su “legalidad y tradición”? Algo no funciona en Génova 13. Por supuesto que la tradición de esas organizaciones es inequívoca, una tradición golpista y violenta contra la Constitución vigente, como se demostró en 1931, en 1934 y en 1917. En cuanto a su concepto de la legalidad también ha quedado invariablemente palpable en su acción política, simplemente la pisotean.
La última campaña electoral del PSOE fue terriblemente efectiva sobre la base de dos mensajes: 1) español que nos escuchas, danos tu confianza porque cada necesidad que tengas, sea de la índole que sea, la transformaremos en un derecho y 2) cuidado que vuelve el franquismo. Por supuesto del pacto con Bildu en Navarra ni una palabra entre el 28 de mayo y el 23 de julio hasta aflorarlo una vez celebrados los comicios generales. Además, el tono de los eslóganes ha sido fuertemente positivo, “avance”, “progreso”, “seguir avanzando en derechos”, frente al “retroceso” y la “involución “ de la malvada e insensible “derecha” asociada a la “ultraderecha”.
Mientras la izquierda apela a lo peor del ser humano para conseguir sufragios, fundamentalmente la pereza y la envidia, disfrazadas de redistribución de la riqueza y de justicia social, la derecha ofrece “gestión”
El PP, en cambio, adoptó un lema negativo: “derogar el sanchismo”. Reacción de no pocos ciudadanos: ¿Derogar que me han subido el SMI un 30%? ¿Derogar que me han incrementado la pensión un 8.5%? ¿Derogar que puedo sacarme el título de secundaria o de bachiller sin apenas estudiar? ¿Derogar que puedo cambiar de sexo a capricho? ¿Derogar un modo de gobernar que me promete 20000 euros por la cara cuando cumpla dieciocho años? Anda, ya, que te voten los millonarios, que yo tengo muy claro lo que me conviene. Parece como si en el PP no fuesen conscientes de la realidad sociológica de nuestra infortunada patria. El español medio no piensa que todo ese generoso dispendio alimenta la deuda y que los panes de hoy serán las piedras de mañana ni que obtener una titulación sin saber nada es un engaño que pagarán muy caro en forma de paro o subempleo ni que la autodeterminación de género sin control médico, familiar o psicológico arruina la vida de miles de adolescentes obnubilados por una moda ideológica aberrante. Mientras la izquierda apela a lo peor del ser humano para conseguir sufragios, fundamentalmente la pereza y la envidia, disfrazadas de redistribución de la riqueza y de justicia social, la derecha ofrece “gestión”. Dado que las motivaciones de los votantes, según está ampliamente estudiado y demostrado, son más emocionales que racionales, entre vivir sin trabajar ni esforzarse a costa de esquilmar a “los ricos” o ser gobernados por gente aseada que administra eficazmente, no hay color.
Faltan treinta días hasta el debate de investidura. No es mucho pedir que el PP no cometa más pifias durante un mes. Sus simpatizantes y afiliados no pretenden que les sorprendan con grandes aciertos retóricos ni con geniales planteamientos estratégicos, se conforman con que no metan la pata hasta que Feijóo protagonice la sesión plenaria de los días 26 y 27 de septiembre. Estas son fechas decisivas tanto para el candidato a presidente de Gobierno como para su partido. En el discurso que pronunciará en tan solemne ocasión como en la forma en que resuelva sus réplicas y contrarréplicas a los cabezas de los distintos grupos parlamentarios, Feijóo puede consolidar su liderazgo interno y externo y quedar aceptado por una mayoría social como un jefe del Ejecutivo creíble y competente o naufragar tanto de cara a sus correligionarios como a la ciudadanía en general. Por tanto, esta intervención es crucial y debe ser redactada por manos avisadas y expertas. La tarea de su confección no se debe confiar a burócratas o a apparatchiks, sino a personas dotadas de la altura intelectual, de los conocimientos profundos y del dominio del idioma que una tarea tan trascendental requiere. Su contenido ha de ser concorde con la gravedad de la situación que atraviesa España, un país entregado a sus peores enemigos por un forajido de la política, y ha de ofrecer a los españoles un diagnóstico sereno, pero inmisericorde, del desastre que representa Sánchez y su séquito de íncubos y súcubos totalitarios, sectarios y liberticidas. Esta descripción certera de nuestros males ha de ir acompañada de la presentación de un proyecto ambicioso, realista y atractivo para una España de éxito que afronte las reformas estructurales que su arquitectura institucional, su sistema educativo, su esquema productivo, sus finanzas públicas y su modelo territorial demandan. Feijóo ha de brillar, gustar y convencer a los que le han votado y a los que no lo han hecho, pero podrían hacerlo en un futuro. Lo que le espera en el debate de investidura no es en absoluto un trámite en un contexto de normalidad democrática, es un desafío existencial para él y para la Nación a la que se ha comprometido a servir y a la que no puede fallar.