EL CORREO 08/03/15
· Un año después de la agitada ratificación de Quiroga en la presidencia, el partido afronta las próximas elecciones más dividido y con un mensaje difuminado entre los líos
Esta es una historia «dominada por la fatalidad, llos celos, el abuso de poder, la traición y el complejo de culpau». No es la confesión de un alto cargo del Partido Popular vasco refugiado en el anonimato, pero podía ser. Se trata de la sinopsis de la pelícpelula de Almodóvar ‘Los abrazos rotos’, un resumen que parece encajar como un guante en el carrusel de sentimientos encontra dos por el que se desliza el PP desde su agitado congreso del Kursaal, celebrado los días 7 y 8 de marzo de 2014. Una fecha marcada ya a fuego en la memoria colectiva de los populares de Euskadi.
Cuando se cumple un año de la ratatificación de Arantza Quiroga en la presidencia, el partido encara las próximas elecciones sin haber sido capaz aún de arreglar los desgarros vividos en ese cónclave, de tintes casi ‘almodovarianos’. Dividido y con un mensaje político diluido entre los líos internos que periódicamente sobresaltan a sus cuadros dirigentes y a la militancia, el PP de Quiroga sigue sin encontrar su sitio en la política vasca, enredado en un constante tira y afloja con la herencia de Antonio Basagoiti en el partido.
Con la excusa de buscar un revulsivo en las urnas que frene su progresiva caída electoral, se ha lanzado a un convulso proceso de renovación de candidatos en Bizkaia y en Gipuzkoa. Sin embargo, ha dejado por el camino un rosario de damnificados insólito en una ‘familia’ tan pequeña como la de los populares vascos, donde siempre han primado los afectos sobre los desplantes para superar momentos muy duros. Para sobrevivir a la fatalidad.
Sin la amenaza directa de ETA, que anunció hace ya más de tres años su cese «definitivo», el PP que heredó Quiroga de manos de Antonio Basagoiti en mayo de 2013 partía con el viento a favor para desplegar del todo un discurso renovador, sin depender tanto de los mensajes de resistencia frente al terrorismo. Pero la nave encalló a orillas de San Sebastián en la primera ciaboga.
El congreso del Kursaal
Echando la vista atrás, el congreso del Kursaal reunió todos los ingredientes de un culebrón vasco: drama y humor negro con el parque de atracciones de Igueldo como telón de fondo. Quiroga convocó el cónclave para dar legitimidad a su liderazgo, más allá de la nominación ‘a dedo’ de Basagoiti, y poner su propio rumbo a la nave. Una travesía que pasaba, sí o sí, por la sustitución de Iñaki Oyarzábal como secretario general, al considerarle la persona de confianza de Alfonso Alonso en Euskadi, el verdadero rival a batir en una pugna que ventilaba escenas de «traición» pasadas y que asomó a
la formación conservadora al vértigo de la montaña suiza.
Quiroga consumó el relevo, a costa de llevarse un fuerte castigo, calculado por la militancia alavesa –fue ratificada en el cargo por apenas un 72,8% de los votos–, y hacer un descosido al partido. Pero ganó el congreso con el aparato en contra, en lo que fue la primera muestra de su «determinación» como presidenta del PP vasco. De su liderazgo para, aprovechando lo hecho en el pasado, «dar un salto más». O del «abuso de poder» que vino después en sucesivos recambios que fueron juzgados como «imposiciones» por sus afectados.
La cita fue prolija en simbólicas escenas, condensadas en una: el abrazo entre Arantza Quiroga e Iñaki Oyarzábal, en un gesto que ya maquillaba una incómoda desconfianza, un vacío. Quién sabe si un ataque de celos. Era el congreso de la política guipuzcoana, pero por momentos se convirtió en un homenaje al parlamentario alavés, mano derecha de Basagoiti. En el escenario, Alonso comparecía con cara de póquer, aunque respaldó a Oyarzábal, su cómplice, su «hermano». Y Borja Sémper intentaba quitar dramatismo al evento sin meterse en jardines. Entre el público, la cara de Dolores de Cospedal era un poema. Emocionada, la secretaria general del PP fue testigo de un relevo que de alguna forma le obligó a ser copartícipe de las decisiones internas que ha ido adoptando Quiroga.
La sensación generalizada en el partido es que la crisis se cerró en falso aquel 8 de marzo de 2014. No tanto por la designación de la nueva secretaria general, responsabilidad que recayó en la vizcaína Nerea Llanos, en lo que fue interpretado como una forma de compensar al núcleo duro que arropa a Quiroga. Fue Llanos, pero podía haber sido Manu Uriarte, concejal de Hacienda en el Ayuntamiento de Vitoria, o quizás el edil de Getxo Iñaki Gamero, ahora en las quinielas como candidato en esa última localidad. Disparesares perfiles que demostrarían quee lo importante no era el recambio, sino la decisión de prescindir de Oyarzábal contra viento y marea.
Un año después, todos los protagonistas siguen al pie del cañón. El PP alavés ha recuperado a Oyarzábal, designado coordinador de la campaña electorallectoral alavesa. En su territorio, se mueve con soltura y maneja presupuesto con autonomía plena. Alonsonso ha ascendido a ministro tras asumir el Departamento de Sanidad en sustitución de Ana Mato. Le toca estar expuesto en primera línea en el final de una legislatura que resultará muy complicada para el Gobierno de Rajoy. Y Sémper ha acentuado su perfil de verso suelto dentro del PP, pese a haber perdido la última batalla en Gipuzkoa.
Arantza Quiroga, según explica un portavoz autorizado de su equipo, ha situado al partido «volcado» en los comicios municipales y forales de mayo con una estructura «renovada», pese a las crisis abiertas, y «adaptada a la nuevas demandas que reclama hoy la ciudadanía a los políticos». Una realidad que obliga a los populares que lidera a «redoblar el esfuerzo por colocar a gente competente» al frente de las principales candidaturas en el País Vasco. Oficialmente, según esos mismos medios de la presidencia vasca, el PP de Álava está «muy centrado», con Javier Maroto y Javier de Andrés como aspirantes a revalidar el cargo de alcalde de Vitoria y de di-diputado general, respectivamente. La organización de Bizkaia, encabezada por Antón Damborenea, «ha asumido muy bien» los relevos de candidatos en las Juntas Generales y el Ayuntamiento de Bilbao. Funciones que han recaído en Javier Ruiz, ‘número dos’ en la provincia y afín al aparato, y Luis Eguíluz, que ya fue concejal en la capital vizcaína de 1999 a 2007. Las mismas fuentes ven al partido en Gipuzkoa «muy recompuesto» tras la designación de Miren Albistur, hasta ahora asesora municipal, como aspirante a la Alcaldía donostiarra.
Pero en la práctica, este reguero de nombramientos cuestiona la profundidad de la renovación pretendida –Eguíluz se estrenó como edil en Ermua bajo las siglas de AP– y saca a la luz graves daños colaterales. Un fuego amigo que ha tumbado a Ramón Gómez Ugalde en San Sebastián y a Esther Martínez en Bizkaia, entre otros. La última afectada ha sido Marisa Arrúe, cabeza de lista en Getxo desde 1995. Aunque muchos asumían que el ciclo de Arrúe, de 65 años, había concluido, su salida ha puesto de manifiesto la abrupta forma en la que se han llevado a