EDITORIAL EL MUNDO – 15/10/15
· Por raras coincidencias del azar ayer se produjeron tres acontecimientos que evidencian importantes fracturas en el PP. El primero fue la dimisión de Arantza Quiroga como presidenta del partido en el País Vasco. El segundo hecho, el artículo publicado en este periódico por la diputada Cayetana Álvarez de Toledo, en el que afirma que no quiere estar en las listas electorales. Y el tercero, las manifestaciones del ministro Cristóbal Montoro y las reacciones que han provocado.
La renuncia de Arantza Quiroga era totalmente previsible tras ser desautorizada una moción suya en el Parlamento vasco por la dirección nacional del PP. A nadie se le escapa que la formación que preside Mariano Rajoy había entrado en una profunda crisis tras las elecciones autonómicas de 2012, en las que logró 130.000 votos y nueve escaños, perdiendo más de la mitad del apoyo electoral que había llegado a tener en 2001 con Mayor Oreja de candidato y en plena ofensiva de ETA.
El PP vasco se había convertido en un reino de taifas, con abiertas rivalidades entre las tres direcciones territoriales y sin una línea política definida, ya que Quiroga, que había iniciado un acercamiento sin éxito al PNV, se había quedado en tierra de nadie.
La moción en la que tendía una mano a la izquierda abertzale ha supuesto su tumba política, un error grave que ha puesto en evidencia la falta de discurso del PP y el distanciamiento de sus bases. Una de las tareas prioritarias de Rajoy es ahora recomponer el proyecto en el País Vasco eligiendo un líder que suscite no sólo consenso sino también ilusión. Se lo merecen sus bases, que resistieron con extraordinario coraje moral la ofensiva terrorista de ETA.
El segundo de los acontecimientos que revelan esas grietas internas es la carta de Cayetana Álvarez de Toledo, increpada ayer en el Congreso por algunos compañeros, que acusa a Rajoy de falta de sensibilidad social y de no haber aprovechado la mayoría para hacer política. Es difícil saber cuántos militantes comparten este punto de vista, pero lo que las encuestas revelan es que un porcentaje importante de los votantes de Ciudadanos provienen del PP. Eso es un dato.
Y el tercer hecho, último pero no menor, son las declaraciones de Montoro a EL MUNDO, en las que, por un lado, reivindica el legado de Rajoy y su buena gestión económica y, por otro, arremete contra Aznar, Rato, Margallo y los jóvenes valores de Génova, a los que se refiere sin nombrarlos.
Lo que hay detrás de las palabras del ministro de Hacienda es una dura crítica a los dirigentes del PP que minusvaloran los logros de este Gobierno y que hablan impropiamente de «economía sin alma», expresión de Javier Maroto, uno de los recién incorporados al aparato de Génova. Montoro asegura que «hay compañeros que se avergüenzan de lo que hemos hecho» y que no son capaces de transmitir un mensaje adecuado para ganar las elecciones.
La virtualidad que tienen las declaraciones de Montoro es que, aunque no haya sido su propósito, ponen en evidencia que en el PP coexisten varios discursos que pugnan por imponerse. El suyo pasa por intentar conquistar el voto de los ciudadanos poniendo en valor esa buena gestión de la economía que avalan el crecimiento de la actividad, la creación de empleo en los últimos meses y la mejora del consumo interno.
Para Montoro ese mensaje queda debilitado por la autocrítica interna y por el énfasis de los nuevos dirigentes del partido en la necesidad de acometer una regeneración ética. Pero no hay que olvidar que fue el propio Rajoy quien asumió ese discurso antes del verano, lo que se tradujo en la promoción de personas como Javier Maroto y Pablo Casado. El presidente reconoció entonces que era un error fiarlo todo a la recuperación de la economía.
Por tanto, hay una diferencia objetiva de enfoques y estrategia entre Montoro, otros ministros y los nuevos dirigentes del PP, lo mismo que hay un distanciamiento de algunos sectores respecto a la acción de Gobierno y a la gestión en el partido de Dolores de Cospedal, a la que se reprocha su abstencionismo desde que perdió la presidencia de Castilla-La Mancha.
Si el PP quiere ganar las elecciones, Mariano Rajoy tendrá que lograr no sólo que el partido cierre filas en torno a su liderazgo sino además articular un discurso coherente que pueda ilusionar a las bases. El mensaje del miedo ya no vale porque los ciudadanos tienen ahora la opción de votar a Ciudadanos y a otro líder que no asusta. Faltan dos meses para las elecciones y, según las encuestas, no hay nada decidido. Es la última oportunidad para que Rajoy convenza a los españoles de que el PP sigue siendo la mejor opción.
EDITORIAL EL MUNDO – 15/10/15