Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Si alguien cree que el gran problema laboral del País Vasco es que trabajamos mucho, se equivoca. Y si alguien cree que trabajando menos vamos a mejorar la situación del empleo, se equivoca también. El problema laboral del País Vasco es complejo y tiene muchas aristas. La primera de ellas es que el buen dato de porcentaje de paro que mantenemos nos anestesia. Tenemos poco paro porque, fundamentalmente, tenemos poca población… ¡Y cada vez menos!
Por contra tenemos una mala adecuación entre los salarios que cobramos y el valor añadido de los bienes y servicios que producimos. Los primeros han crecido mucho más rápidamente que los segundos.
Generamos muy pocas inversiones propias porque la acción de emprender no está entre las primeras opciones de la sociedad vasca. Hemos expulsado a muchos emprendedores y carecemos de un esquema fiscal atractivo, a pesar de tener poder más que suficiente para convertirlo en atractivo gracias al Concierto Económico, que sin embargo trabaja para recaudar hoy y no para generar recaudación mañana.
Y atraemos pocas inversiones exteriores porque ofrecemos un ambiente excesivamente hostil, con sindicatos mayoritarios que ponen por delante de todo la confrontación, se vanaglorian de las huelgas planteadas -la mitad de todas las de España en 2022- y se enorgullecen de las horas perdidas.
Tenemos también unos niveles de absentismo intolerables e incompatibles con el gasto sanitario en el que incurrimos y el nivel sanitario del que disfrutamos. Mientras no exista el mínimo rechazo social al que se ausenta sin motivo de su trabajo, y mientras los sindicatos no la consideren una actitud rechazable, no habrá solución al problema que supone mantener niveles de récord europeo.
Esos son los auténticos problemas del empleo en Euskadi y ninguno de ellos se soluciona reduciendo el tiempo de trabajo.
¿Por qué se empeña entonces el Gobierno vasco en reducir la jornada laboral? En primer lugar deberíamos hablar de jornadas anuales -ahí vamos en cabeza de las más pequeñas- y no semanales, lo que entorpece la organización del trabajo en las empresas. Se empeña porque es popular, es progresista y eso da votos, principalmente entre los que se desentienden del futuro y solo piensan en el presente. Y en segundo lugar deberíamos dejar libertad -que fea palabra- a los agentes sociales para que se organicen como acuerden. No hay duda de que habrá empresas que puedan trabajar 32 horas a la semana sin merma de salarios y productividades. Como tampoco la hay en que no todas, ni probablemente la mayoría consigan reducir la jornada sin causar daños profundos a su supervivencia.