ABC 31/10/16
IGNACIO CAMACHO
· El pleno de investidura fue un retrato moral. El PSOE merece gratitud por haber impedido un Gobierno de Rufianes
ESTA legislatura arranca con un daño estructural grave. La avería del PSOE es un problema sistémico que afecta a todo el mecanismo de equilibrios institucionales. Los socialistas arrastran desde el zapaterismo –«contigo empezó todo, ZP»– el peso de muchas cosas mal hechas, pero su papel estabilizador es imprescindible para una democracia que necesita en la izquierda un partido fiable; uno que se equivoque como todos pero que no lleve a los españoles a dormir con miedo cuando gane. Los gestos cómplices de Pablo Iglesias a Gabriel Rufián y su solidaridad con el infame discurso batasuno convirtieron el pleno de investidura en un retrato moral inquietante: el de una alternativa de poder a punto de bascular hacia una coalición de enemigos de las libertades. La que quería encabezar Pedro Sánchez.
En este momento el PSOE no sólo es una organización dividida, achicada y rodeada de dudas, sino sitiada y literalmente infiltrada por la afiliación de jóvenes radicales, próximos al populismo, bajo el mandato de Sánchez. El líder derrocado, que fue elegido por su perfil de aparente moderación, terminó empujando al partido hacia una convergencia extremista para proteger sus aspiraciones personales. Su lacrimógena pretensión de dar batalla tiene pocas posibilidades pero estorbará la perentoria reorganización del liderazgo y va a otorgar a Podemos tiempo para erigirse en cabecera de la oposición. Esa posibilidad, aunque cómoda para Rajoy, que encarnaría en solitario a la España sensata, es la antesala de un desastre. Consolidaría la confrontación de bloques a que aspira Iglesias –el «empate catastrófico»– y lo situaría a la expectativa para cuando, más tarde o más temprano, el mandato del centro-derecha acabe por desgastarse.
Sin embargo, aunque el desmayo socialista sea una cuestión de Estado, lo tiene que resolver el propio PSOE a solas. Nadie puede ni va a ayudarlo; el presidente tendrá bastante con tratar de sostenerse en minoría absoluta. Además, bajo la presión populista los socialdemócratas no pueden aceptar ni un cable. La semana pasada sus diputados rogaban a los del PP que no aplaudiesen al portavoz Hernando. Están aterrorizados. Han perdido la autoestima y su antigua capacidad de comunicación. Se sienten inseguros, flotando a merced del oleaje de la calle.
El sanchismo, incapaz de aportar una sola idea en dos años, ha inoculado entre los suyos el virus de la banalidad. Sólo algunos barones y los dirigentes del llamado Antiguo Testamento, los herederos del felipismo, mantienen cierta cordura en medio de un fortísimo ciclón de propaganda que los etiqueta de traidores. A ellos, con todos sus errores y defectos, tiene el país que agradecerles el coraje de haber descarrilado el plan rupturista de Sánchez. Su tragedia consiste en que para encontrar un rumbo y una autoridad nuevos les sirve de poco el mérito de impedir un Gobierno de Rufianes