El pasado lunes Pedro Sánchez aseguró a la ejecutiva de su partido que las autonómicas andaluzas no inauguran un nuevo ciclo político. El miércoles, en el Congreso, sentenció que «ni las derrotas ni las victorias son definitivas». Un aserto poco tranquilizador para todos y cada uno de los socialistas que, inevitablemente, se han puesto en lo peor. En la hipótesis de que el 19-J marque una tendencia imparable, caracterizada por el irremisible desgaste del Gobierno de progreso. Cuando cada día que pasa pone más en cuestión que Sánchez cuente con recursos políticos, económicos o legislativos que reviertan el cansancio o la indiferencia de la gente más proclive a votar izquierda. Cuando cada acción de gobierno parece descontada de antemano, y se ve contrarrestada por circunstancias adversas que se suceden a cada instante como una verdadera fatalidad.
Puestos los socialistas en lo peor, la pregunta es si existe un PSOE al margen y por encima del sanchismo. Bien sea para mejorar sus perspectivas electorales de cara a las autonómicas y locales de mayo de 2023, bien para relevar al propio Sánchez antes o después de las generales. Sanchismo es un término que se emplea para descalificar o caricaturizar un partido más que centenario, sugiriendo que está al servicio de las apetencias de una sola persona.
Pero sanchismo es también un término útil, hasta ineludible, para describir un momento de la trayectoria socialista y de la política española a partir de dos hechos singulares: la destitución y el posterior regreso de un secretario general a los mandos del PSOE, y su llegada a La Moncloa mediante una moción de censura.
Sanchismo significa hacerse con el liderazgo del PSOE estableciendo una relación directa con las bases militantes y, en esa medida, prescindiendo de las estructuras intermedias territoriales o locales. Una legitimidad de origen que explicaría cómo la pretendida cogobernanza ha coincidido con el tiempo de mayor centralización del federalismo socialista, consagrada en los órganos resultantes del 40º congreso del PSOE. Sanchismo significa hacer de la resiliencia partidaria una seña de identidad que remite al secretario general, convirtiendo la precariedad parlamentaria en fuente de una épica basada en la polarización frente a la amenaza.
Sanchismo significa que es esa amenaza -visualizada en la entente PP-Vox- la que perpetuaría el «bloque de la investidura» de Pedro Sánchez. El problema para el sanchismo, para el PSOE, es que la amenaza se ha desvanecido en Andalucía, precisamente cuando ya Vox se iba naturalizando. Solo un acto de fe podría afirmar la existencia hoy de un PSOE que trascienda al sanchismo. Cuanto menos en tanto que realidad capaz de activarse como alternativa ante la eventualidad de que Pedro Sánchez esté amortizado.