El PSE confía en que el previsible triunfo de CiU reducirá la influencia del PNV ante Zapatero, mientras los jeltzales lo ven como la antesala de su regreso al poder.
Si los institutos de opinión no se dan hoy una -otra- fenomenal bofetada, Cataluña iniciará esta noche el camino del recambio. Siete años después de que, tras la retirada de Jordi Pujol, el socialista Pasqual Maragall se hiciera con la presidencia de la Generalitat al frente de un tripartito de progreso integrado por el PSC, los independentistas de ERC e Iniciativa (una especie de versión autonómica de Izquierda Unida), los catalanes parecen decididos a confiar de nuevo su futuro a Convergencia i Unió y a su líder, Artur Mas, tras dos asaltos fallidos al poder. Un relevo que en Euskadi, curiosamente, y por razones bien diferentes, agrada a los dos primeros actores de la política vasca, el PNV y el PSE, aunque los socialistas no puedan verbalizarlo públicamente por razones obvias.
El segundo gran vuelco político en la historia reciente de Cataluña no va a llegar impulsado precisamente por una marea de ilusión colectiva. El recambio que auguran los sondeos va a ser mucho más la consecuencia de la acumulación de contradicciones, errores, deslealtades y fracasos que han jalonado la historia del tripartito que surgió del Pacto del Tinell, que de las ilusiones que despiertan Artur Mas y CiU. Una coalición, por cierto, muy diferente a la que legó el patriarca Jordi Pujol.
La prueba más evidente de ello son los carteles electorales que presentan los partidos. Ninguno de los firmantes del Pacto del Tinell -Maragall (PSC), Carod Rovira (ERC) y Joan Saura (IC)- es candidato a la presidencia de la Generalitat. Maragall tuvo que ceder el bastón de mando a Montilla en una maniobra claramente orquestada por Zapatero y su entorno. Carod ha visto cómo sus reiterados errores y la permanente guerra intestina que se libra en Esquerra precipitaban el final de su carrera política. A Saura le han dejado fuera su mala gestión en Interior y la del tripartito en su conjunto.
Desafección
En Cataluña las formaciones de ámbito estatal sufren especialmente en los comicios autonómicos por la desafección de una parte notable de su electorado hacia las instituciones de autogobierno. Tal vez por ello, el nacionalismo siempre ha sido mayoritario en el Parlament, excepto tras las primeras elecciones que se celebraron en el ya lejano 1980. Los sondeos auguran que el fenómeno se agudizará esta vez.
Por detrás se dibujan razones diversas. Desde el desencanto de muchos ciudadanos al comprobar que sus representantes anteponen lo puramente político a la resolución de los graves problemas de gestión que acumula la autonomía catalana al agridulce desenlace que ha tenido la aventura de la reforma del Estatut. Y, por supuesto, la crisis general que vive la política española a causa, sobre todo, de la delicada situación económica. Nada extraño, pues, que el PSOE intente desligarse de los pésimos resultados que espera el PSC, ni que el PP haya arriesgado con la inmigración para intentar engordar su cuenta de apoyos.
Al final, salvo que un improbable vendaval de votos se lleve los castillos en el aire que políticos y analistas han construido en las últimas semanas a partir de las encuestas, no son demasiadas las incógnitas que quedan por despejar. Montilla y su PSC han descartado reeditar el tripartito. Con ello Artur Mas tiene absolutamente despejado el camino hacia el poder.
¿Solo? ¿En coalición? ¿Con ayudas externas? Decidirán los números, claro. Pero CiU ya ha avanzado que si logra más escaños que el tripartito, algo bastante probable, se lanzará a gobernar en solitario. No se descarta que el líder convergente consiga apoyos añadidos a su investidura. ERC -que podría ceder al PP su condición de tercera fuerza política de Cataluña lastrado por una inacabable crisis interna y la comparecencia electoral de otras dos listas soberanistas, Reagrupament, del ex conseller Carretero, y la Solidaridad del ex presidente del Barca Laporta- ha buscado el acercamiento a los convergentes durante la campaña. El PP soñaba con ser determinante, pero puede que al final se deba conformar con mostrarse generoso con Mas sin contraprestaciones inmediatas, con el único propósito de dejar tendido un puente de futuro a Rajoy que ayude a diluir el rechazo catalanista hacia los populares por su recurso contra el Estatut ante el Constituciona.
Mas ha caminado por la campaña con la bandera de la reivindicación de un Concierto Económico para Cataluña similar al vasco o al convenio navarro. Una demanda sobre la que apenas ha agregado dos detalles. Que esperará hasta después de las elecciones generales de 2012 para plantearla al nuevo Gobierno y que su materialización no requiere reformar la Constitución, como pudiera parecer.
La evidencia de un fracaso
No es la primera vez en los últimos años que el nacionalismo catalán reivindica un Concierto Económico. Todo un reconocimiento de un cierto fracaso histórico. Y es que en la Transición, Pujol y Roca no sólo renunciaron a intentar que el Principado tuviera un régimen fiscal similar al de la comunidad autónona vasca y Navarra. Incluso trataron de persuadir al PNV de que hiciera lo propio, por temor a la impopularidad que podía granjear a las nacientes instituciones de autogobierno obligar a sus conciudadanos a pagar impuestos. «Si eliges el huevo y te lo comes, no te queda nada. Si optas por el fuero siempre te podrá dar huevos», suele repetir un conocido político nacionalista alavés.
¿Por qué ha elegido Mas el banderín del Concierto, aun a sabiendas de las mínimas opciones que existen de ver finalmente satisfecha esa aspiración? Todo apunta a que lo ha hecho como fórmula intermedia para intentar contentar a los cuadros jóvenes de la dirección convergente -encabezados por Felip Puig y Oriol Pujol, hijo del honorable-, partidarios declarados, como el ex lehendakari Ibarretxe, de conducir a la coalición por la senda del derecho a decidir tras los recortes al Estatut, y no asustar al electorado más moderado y posibilista.
La historia abona la hipótesis de que, recuperado el poder, CiU volverá a exhibir su rostro más templado. Si no de forma inmediata, sí en el plazo de unos meses. Probablemente tan pronto se constituyan los nuevos ayuntamientos tras los comicios locales de mayo. La principal baza en juego entonces, la posibilidad de que Convergencia arrebate por primera vez al PSC la simbólica Alcaldía de Barcelona.
Pocos observadores dudan de que el retorno al Palau de la Generalitat devolverá a CiU las ganas de recuperar su tradicional papel como actor principal en la configuración de mayorías en la política española, que en puertas del verano cedió voluntariamente al PNV. Los jeltzales no lo dudaron y han obtenido ya importantes réditos -el principal, el desgaste de la figura del lehendakari López- a cambio de evitar a Zapatero unas elecciones generales anticipadas que supondrían de facto entregar La Moncloa al PP.
Con seguridad, el presidente del Gobierno no cambiará de socio de golpe. Menos, mientras existan posibilidades de transitar el esperado camino hacia el final de ETA. Probablemente todo será más sutil y progresivo, coinciden los posibles protagonistas, que comparten un mismo objetivo: que los conservadores no logren la mayoría absoluta en las próximas elecciones generales.
En Sabin Etxea se contempla esta hipótesis desde el mismo día en que el EBB se lanzó a negociar el pacto de gobernabilidad con Zapatero. Eso está descontado. De ahí sus urgencias por obtener réditos inmediatos. Aun así, se saluda la previsible victoria de CiU. Por sus evidentes afinidades políticas, sí. Pero, sobre todo, porque creen que el triunfo convergente puede visualizarse por un segmento del electorado vasco como la posible antesala del retorno del PNV al poder «frente a pactos artificiales». El tripartito allí; la alianza por el cambio PSE-PP, aquí, opinan.
Contradicción
Curiosamente, y sentimientos al margen, el socialismo vasco también confía en que una eventual victoria de CiU allí les ayuda en su estrategia aquí. ¿La razón? El PSE y, en especial, el círculo más próximo al lehendakari, creen que Zapatero y Durán i Lleida terminarán por reencontrarse. Y que ello contribuirá a debilitar la posición del PNV en Madrid y dejará otro margen de maniobra a Patxi López quien, por cierto, no ha hecho acto de presencia en la campaña catalana, a diferencia del popular Antonio Basagoiti.
Previsiones y estrategias que en cualquier momento pueden terminar en la basura por la crisis que atenaza a Europa, y ahora en especial a Portugal y España. Los movimientos especulativos de los mercados han amortizado ya la profunda remodelación de Gobierno que aconmetió Zapatero para intentar la remontada. Si la situación se agrava nadie parece en condiciones de vaticinar si PNV y CiU sumarían sus votos a los del PSE para aprobar nuevas medidas impopulares.
Alberto Ayala, EL CORREO, 28/11/2010